Llega el mes en el que se igualan las horas. En el que enrasan soñadores y despiertos. Septiembre nos hace arribar al puerto de la realidad tras una resaca de playas y de fiestas. Recuerdo este mes con sabor a forro de libros y ... a cuadernos nuevos. A tierra mojada y a bellotas amargas de quejigo. Con la perpetua imagen de las ciervas husmeando montaneras tempranas en las dehesas. Los hormigueros estallan en septiembre de grano, por ello con las lluvias estos revientan con la humedad y los jabalíes los buscan notándose perfectamente luego su paso por las rastrojeras pasadas.
Se oyen cánticos de amores y de luchas. Los palmeros gritan al mundo sus ansias de existir. Siempre me dio melancolía septiembre, pues acorta los días y empalidece el monte preparándose para el derrote del otoño. Nuevos colores carmín en las choperas y pardo en los robledales. Talibán llega de las arenas de la marisma para vivir los encierros de la vieja Castilla, correr liebres y quién sabe si por aquí buscar nuevos derroteros.
Dejemos que septiembre nos sorprenda con su abrazo y con sus sorpresas, por algo siempre fue el mes de los valientes y los cambios. Vamos a por él.
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