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Patrimonio natural

Osos en el huerto: una convivencia milenaria

Osos en el huerto: una convivencia milenaria Barca

José Carlos de la Fuente

En la mañana brumosa del otoño, Víctor nos acompaña a un rincón de una de esas maravillosas selvas atlánticas asturianas . En la empinada ladera, el cortín, una curiosa construcción de piedra seca circular, ha sido cuidadosamente restaurado por entusiastas y eruditos apicultores de la zona.

Mientras, nuestro experto guía nos explica los pormenores de la restauración, como que las baldas de pizarra que forman la cornisa en extraplomo han ido siendo expoliadas e ingeniosamente sustituidas por un pastor eléctrico.

Sentados delante de la curiosa muralla circular en mitad de un rodal de castaños , observamos a las abejas trajinar, yendo y viniendo de los truébanos pintados de colores pastel. El reclamo insistente del trepador azul pone la banda sonora. Y pienso en qué dimensión ha de tener una especie para generar que fortifiquemos las colmenas como adaptación milenaria a su vecindad.

Contiguo al castañar, Víctor nos descubre un pequeño eucaliptal que era un verdadero centro de comunicación intraespecífica. Seguro que las abejas trabajan sus flores también para elaborar esa miel espectacular propia de la zona.

La comunicación química y visual permite a animales que no gustan de vivir en contacto con sus congéneres mantener la cohesión social. No se trata en el caso del oso de una exclusión territorial propiamente dicha. Seguramente la información de las marcas establece jerarquías a la hora de acceder a áreas importantes de alimentación, estado reproductor, identidad de cada individuo y quién sabe cuántas cosas más.

Si veis un tronco mordido o arañado por el oso , podéis tener la seguridad de que en la zona hay más de un individuo. Allí se escriben las reglas de su mundo.

Los carnívoros , solitarios durante la mayor parte del tiempo y salvo excepciones de carácter reproductivo, evitan encontrarse. Los osos pardos disponen de un complejo sistema de comunicación, predominantemente químico.

Continuamos nuestra excursión bajando desde la ladera del cortín al valle y remontando la siguiente. En una aldea, nos cuentan una escena ocurrida un día antes:

«El paisano salió de casa esa mañana. En su espacio doméstico, el inmediato al pueblecito había un intruso. Un oso se estaba jalando los higos del huerto. –Pero bueno, ¿qué haces ahí, hombre? –le dice, casi como un comentario. A regañadientes, el oso deja la higuera maltrecha, pues troncha las ramas de blanda madera con suma facilidad para alcanzar los frutos a los que no llega ».

El siguiente espacio es fronterizo, el de los prados y setos. Dos soberbios mastines cuidan unas poquitas ovejas en un cercado . Este es el país del oso, pero también del lobo. Más allá, las montañas y bosques salvajes.

Recorremos esta zona examinando árboles atacados por el plantígrado. Nuestro mamífero salvaje más grande, que resulta ser el más pequeño de su especie, está dando cuenta de frutos cultivados en los mismos pueblos del valle. Un verano inusualmente seco en estas montañas asturianas ha propiciado una cosecha pobre de los frutos salvajes propios de la transición entre estío y otoño. Higueras y manzanos, incluso las vides emparradas son objeto entonces de una mayor atención del oso pardo cantábrico, en espera de la cosecha de bellotas, castañas y hayucos.

Conservar supone la convivencia milenaria entre nuestra especie y los grandes carnívoros, allí donde no ha habido interrupción por la desaparición de estos. En esta delicada relación de vecindad reside el secreto que nos permitirá mantener a estas especies con nosotros.

Para nuestra especie la comunicación química con otras especies es una puerta que se cerró, probablemente, desde que empezamos a rascar formas geométricas en un hueso. Para nosotros, simios simbólicos a quienes la evolución dotó de una forma particular y (de momento) exclusiva de percibir el mundo, los mensajes incorporados en los arañazos en un árbol, en las partículas olorosas de la orina o los excrementos, o en las glándulas que segregan su contenido cuando el animal se restriega contra un soporte permanecen absolutamente encriptados.

A pesar de todo ello, en algunos rincones de nuestras montañas cantábricas sus gentes no han perdido la conexión con la naturaleza salvaje y han mantenido las adaptaciones a la coexistencia con el oso pardo, que se acantonó aquí e hizo de estos valles asturianos sus últimos refugios ibéricos .

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