De cara
¿Por qué sigue aún Simeone?
«Y el caso se va pudriendo. Con toda la pinta de acabar muy mal de tanto desentenderse. Con el ídolo sacado entre insultos y gorrazos, el final que no merece su leyenda»
Encuesta: ¿Debe irse Simeone del Atlético?
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En cualquier otro lugar o época del fútbol, Diego Pablo Simeone estaría ya destituido. O al borde, al menos en entredicho. No hay memoria, y este deporte no tiene precisamente demasiada, que soporte un presente semejante de malas sensaciones, mediocres resultados y pésimas evidencias. ... Y, sin embargo, la continuidad del entrenador del Atlético, posiblemente el mejor de su historia, no se discute. No es ni tema entre los que deciden. Sigan, sigan.
Sí existe el murmullo en la grada, un hartazgo que afecta a la mitad (por aproximar un cálculo) de los seguidores colchoneros, hoy revueltos alrededor del sujeto en una creciente guerra civil. El ole, ole ya no se canta en el Metropolitano, los aspavientos 'cheerleader' del técnico no se obedecen y los gritos en su contra suenan al mismo volumen que los de los que no soportan que se le critique, un ejército de fieles innegociables (entre los que hay alistados un buen puñado de periodistas) que sí conserva. Una división cada vez más agresiva que los que mandan (y el afectado) contemplan con desinterés y desgana, sin darse por aludidos. El club con menos paciencia del universo hoy es un ejemplo, desesperante, de calma e indiferencia ante las decepciones.
Hay un matiz económico que justifica la pasividad. 22 millones limpios de euros al año, el mayor sueldo de todos los tiempos en un banquillo, que invitan a una salida amistosa y negociada, no a un corte abrupto y drástico. También hay un punto decisivo de miedo al fondo de la indecisión, el pesimismo ante el día después, el intimidatorio temor al vacío del poscholismo. ¿Y quién le sustituye? (un vértigo exagerado: a ese precio, el que usted quiera).
También hay que considerar que el club gira en su totalidad en torno a Simeone, dueño y señor de las decisiones. Su marcha no se trataría de un simple cambio al uso de entrenador, sino de romper con toda una estructura cimentada en sus 11 años continuados en el cargo (una duración tan larga que se le agotan los precedentes). Y está también el factor paraguas, al que la cúpula, consciente de su distancia con la gente, no quiere renunciar. Simeone concentra tanta atención que ya no se percibe el clamor contra el palco. No ha desaparecido el runrún, pero tampoco retumba.
Pero lo que pesa más, lo que bloquea un movimiento irremediable, lo que contiene al sector de la población colchonera que se resiste a bajar el pulgar (incluso a los que ya lo bajaron) es el respeto al pasado. Que exigir un adiós pueda confundirse con ingratitud, que su marcha forzada pueda ensuciar lo grandioso e indiscutible de su biografía en el puesto, su histórico rescate de la institución desde las cenizas. Mejor que sea Simeone el que elija cuándo y cómo irse.
El problema es que nadie es eterno (el Cholo ya no convence en la forma ni en el fondo, ya no llega al césped ni a la tribuna) y el interesado tampoco lo asume. Pero entre la inacción de los que pagan y el enroque del que cobra, el Atlético se va destruyendo. Y el propio caso, pudriendo. Con toda la pinta de acabar muy mal de tanto desentenderse. Con el ídolo sacado entre insultos y gorrazos. Y ese no es el final que merece su leyenda