El Atlético se atraganta otra vez

Lo de antes de ese gol en diferido y ese harakiri colchonero fueron muchos más ratos de pelota que de costumbre, con el mismo aburrimiento de siempre. No hay manera de que el Metropolitano se divierta. El Atlético del ya no hay casi nada en juego dominó abrumadoramente al Getafe del descenso al cuello y el entrenador en el alambre, pero no le hizo rasguños. Una posesión rojiblanca vacía, ciega, inútil, con tarjetas amarillas para el rival como mayor conquista y los reversos de Correa como mejor ocurrencia, frente a la sobriedad defensiva de un equipo más necesitado que le puso más determinación a sus contragolpes. Otro tostón de primera parte de la que no logran librarse los fieles y divididos hinchas colchoneros, a los que Simeone y Griezmann intentaron agitar con demagógicos aspavientos en lugar de con buen juego, que suele ser más contagioso y recomendable. ¿Ocasiones? No se vieron.

Y eso que Simeone volvió al once del espejismo ante el Valladolid o el Madrid, el 4-3-3 con muchos matices ofensivos. Pero a nadie se le encendió la luz. No desde luego a Griezmann, el futbolista que soporta el peso de la imaginación y el ingenio en este equipo. En ese soporífero primer tiempo no se le ocurrió nada. Espeso, lento, previsible el Atlético. Una caída de Morata dentro del área fue lo más cerca que estuvo del uy. Mayoral y Unal metieron más miedo.

Cuando la inercia del juego no inclina de un lado los partidos, estos solo pueden romperse con acciones aisladas sin una conexión causa-efecto que las dirija. Anécdotas con valor definitivo. Un balón parado, un de repente, un tiro lejano... Algo de eso pasó ayer. Un saque de esquina más se envenenó de pronto con un zapatazo inesperado de Lemar desde la frontal que Soria acertó a despejar y Correa, en posición enigmática, devolvió a la red. Cuando el VAR resolvió el dilema, lo dicho, el argentino y el francés ya habían sido sustituidos.

Unos cambios con los que Simeone trataba de arreglar un partido que le seguía torcido. El Atlético le había puesto más intención e insistencia al segundo tiempo. Y el Getafe, un punto más de osadía. Pero nada de eso movía el pobre cuadro general. Eso lo provocó el repentino gol. Que lo alborotó todo.

El movimiento del marcador desató un paso atrás del Atlético (Saúl por Morata), de esos tan habituales en el modelo Simeone, y otro adelante del Getafe (Munir por Arambarri), apretado por las urgencias. Los rojiblancos pagaron su rapto de cobardía con el empate. Una mano extendida de Saúl en un salto dentro del área que Mateu detectó enseguida como penalti y Enes Unal convirtió luego en gol. Si decides jugártela a defenderte dentro del área a centros desesperados conviene dejar las manos abajo.

Así que la cosa, pese al arreón final rojiblanco a la desesperada, quedó en empate. Lo que cada cual se ganó.