La cabeza proscrita de Joao

Como si el Mundial hubiera borrado el encerado, como si el Atlético no viniera de donde lo dejó el Mallorca hace 50 días, en el suelo, el duelo comenzó con un efecto amnesia de normalidad y partir de cero que enseguida se fue. Los rojiblancos siguen ahí, con sus indisimulados conflictos internos, una ebullición cada vez más turbia de la grada (peleada con el palco, el banquillo, el césped y hasta consigo misma) y cien cosas muy raras. El pelo de color cambiante (ayer tocaba rosa) de Griezmann, por supuesto, pero también la alineación, vaciada de Koke (no es que esté bien el capitán, pero no se recuerda un partido bueno rojiblanco sin él sobre el pasto) y de Reinildo (ese nuevo misterio repentino de la factoría Simeone: el mejor defensa ya no vale) y agrandada de Joao Félix (el apestado con el que el técnico, pese a los puñales, dice mantener diferencias pero una buena relación de trabajo) y de Barrios (el canterano en el que al fin el preparador insiste). Un once ofensivo y delicioso, definitivamente contradictorio con el catecismo del jefe.

El Elche llegaba con una crisis todavía más grande. Colista destacado, sin una sola victoria de la que presumir y con más entrenadores utilizados que puntos conseguidos. Machín, el quinto, se estrenaba en el cargo. O sea, con sudores clasificatorios y ambientales, pero con ese impulso momentáneo que suele propiciar ese cambio de mando al que enfrente, pese a los dolores, tanto se resisten.

No se vio un Atlético demasiado lúcido, aunque sí urgido y voluntarioso. Con ganas de victoria, pero sin tener muy claro cómo. Algún detallito en zonas no definitivas de Barrios o Joao, pero ninguna capacidad para abrochar ocasiones. El Elche no sufrió, aunque tampoco se las ingenió para causar peligro. Si acaso con originalidad a balón parado, donde las manos de Llorente son una amenaza constante para los suyos.

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Hasta que al borde del descanso, un lance agónico puso en ventaja numérica a los rojiblancos. Un gran movimiento de Morata le dejó perfilado para irse solo hasta Edgar y Verdú lo derribó con disimulo. El colegiado se comió el engaño, pero no el VAR: expulsión. El Atlético iba a jugar con uno más todo el segundo tiempo. Iba, pero no, porque solo ocho minutos después de iniciarse, Hermoso, esa apuesta incomprensible, hizo dos entradas y fue amonestado dos veces. Así que diez contra diez.

Y entonces, cuando el Metropolitano se remangaba para silbar a los de abajo, la cabeza señalada para mal, la de Joao, la giró para bien del Atlético. Un gol a centro de Griezmann, tras un despeje desafortunado de Diego González, que rescató del sótano a los que no lo aprovechan ni lo quieren. Y ahí ya el Atlético se soltó. Pese a los intentos del rival, Morata agrandá la faena con un lujo y el Metropolitano acabó muy feliz.