Champions League
49 años después de la batalla de Glasgow, el Atlético regresa a Celtic Park: «Dimos leña como descosidos»
Grupo E | Jornada 3
Miguel Reina, portero de aquel histórico equipo, recuerda en ABC aquella experiencia única de supervivencia en la Copa de Europa
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Hay odios que no se olvidan
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Iniciar sesiónPasan casi 50 años de un partido de fútbol. Una vida. Fue una semifinal de Copa de Europa, sí, pero cuántas de ellas son desenterradas del olvido únicamente para consultar en Wikipedia el resultado y los goleadores antes de regresar al abrigo del letargo. No ... es este el caso: aquellos que peinan canas y vivieron la batalla de Glasgow, cuyo título de novela épica es bien merecido, se han encargado de mantener con vida el sentimiento de una noche imprescindible en la leyenda del Atlético de Madrid. Porque más allá del resultado, lo bonito o lo feo que juegue tu equipo y los trofeos que levante, solo se recuerda lo que emociona. El Atlético pisó el barro de Celtic Park en 10 de abril de 1974 en la ida de la semifinal de la competición más relevante del continente, resistió a una de las mayores guerras del fútbol pretérito -del que ni quedan cenizas hoy- y, con solo ocho jugadores malheridos, abrazados en comunión sobre el centro del campo al compás del pitido final, celebró un empate a cero mientras la ira de 73.000 escoceses reclamaba venganza.
Quizá el principal héroe de aquel cuento heroico fue el portero Miguel Reina (Córdoba, 1946) quien hace una pausa en el bar donde toma café con los amigos para atender a ABC: «Ah, la famosa batalla de Glasgow. Pues nada, allí fuimos y dimos leña como descosidos», recuerda el guardameta que defendió la portería del Vicente Calderón durante siete campañas. «Aquella noche lo pasamos bien. Sobre todo lo pasó bien Panadero Díaz, Ayala, Quique… vaya, a los tres que echaron y dieron lo suyo», comenta entre risas el andaluz.
Cuentas pendientes
Las patadas de cárcel, los puñetazos en las costillas y la batalla campal en el túnel de vestuarios -donde hasta la policía repartió porrazos a la plantilla atlética en el camino al vestuario- quizá no tengan una explicación del todo racional. Si tiene, sin embargo, un antecedente para tratar de entender la animadversión entre dos desconocidos. El fallecido Rubén Osvaldo 'Panadero' Díaz, central argentino del Atlético, había ganado la Intercontinental del 1967 al Celtic cuando repartía candela en la zaga del Racing de Avellaneda. Si por algo recuerdan en la mitad verde y blanca de Glasgow aquella final, obligada a resolverse al desempate, es por la violencia de los argentinos y, claro, en la previa del partido ante el Atlético, la prensa escocesa tildó de carniceros a Panadero y al resto de argentinos que habitaban la defensa rojiblanca. Además, en la víspera del duelo. «Panadero y Ovejero tuvieron un encontronazo en el entrenamiento previo. Fue en el partidillo. Los dos eran muy competitivos y querían ganar siempre. La prensa local lo calentó y dijo que nos pegábamos entre nosotros», señaló Jabo Irureta, interior de aquel Atlético, a este periódico.
Comenzó el partido y Panadero fue a por el mejor hombre de los locales: ese talento inigualable llamado Jimmy Johnstone. «La verdad es que nos recibieron un poquito de uñas, pero lo rematamos nosotros. Yo he visto dar patadas, pero es que Panadero iba a decapitar a Johnstone. Le pegó una que por poco no le arranca la cabeza» cuenta Reina. «Tuvimos una charla antes del partido, tomamos la palabra unos y otros y sabíamos lo que jugaba Johnstone… La única forma de parar a ese tío era dándole. Y ya se encargó de ello Panadero», continúa.
El Celtic, calificado como un «equipazo» por el veterano exguardameta, pese a tener una de sus últimas plantillas poderosas en la Copa de Europa -un jovencito Kenny Dalglish brillaba junto a Johnstone antes de convertirse en leyenda en Anfield-, también participó activamente en la escaramuza. Parecía el terreno de juego una sala de despiece cuando el árbitro, el turco Babacan, pasó al imaginario de la hinchada atlética tras alguna que otra muestra de parcialidad. Evidentemente, expulsó a Panadero. También enseñó la tarjeta roja a su compatriota Ayala y a Quique, que había sustituido a Gárate en el minuto 65. «La criatura demasiado tuvo con torear lo que toreó. Es que de verdad, palabrita del niño Jesús, yo sabía que en el fútbol se daban patadas, pero no tantas como las que dimos nosotros aquel día» reitera Reina.
Los de Juan Carlos Lorenzo, con siete jugadores de campo y bajo el refugio del pletórico meta cordobés, se colgaron del larguero con la única intención de llegar a la orilla del 0-0 final. «Fue uno de los encuentros en los que más trabajo he tenido. Sobre todo en balones bombeados, despejes de puños, salidas… no paraban de atacar los puñeteros. Ten en cuenta que nos habíamos quedado con ocho, era un asedio continuo sobre mi área». Resistió el Atlético y se fundió en un abrazo colectivo de solo ocho hombres, aunque muchos más atléticos, en casa y en los bares, levantaron los puños al cielo tras tal exhibición de coraje. Sin embargo, el calvario de Glasgow guardaba aún su último recodo de amargura.
Pasaportes al suelo
Acabó el fútbol pero siguió la guerra en los entresijos de Celtic Park -incluso el Atlético tuvo que acuartelarse en su vestuario-. La intranquilidad siguió al equipo español hasta el aeropuerto: «Con muy mala educación, a medida que pasaban el control policial les iban tirando el pasaporte al suelo a los argentinos. El ambiente era propicio para una batalla campal», explica Reina.
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Ganó 2-0 en el Calderón con buen fútbol y calma en las gradas; solo el Bayern apartó a los rojiblancos de su primera Copa de Europa tras el drama de Bruselas. Esta noche, de rojo como en 1974, otro Atlético poderoso (cuatro puntos en dos partidos en el Grupo E) visita a un Celtic que añora a un pasado mejor. No obstante, será imposible presenciar algo semejante a la batalla de Glasgow en una época donde el futbolista, arropado por la comodidad absoluta, sólo debe preocuparse por las cuestiones relativas al balón.
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