Griezmann y Oblak al rescate

La gente acudía eufórica al Wanda, en modo ritual, pletórica por la lección en la Supercopa al Real Madrid y un punto conquistado a ley en Valencia, donde no muchos equipos puntuarán este curso. «Vamos a manchar la placa de Courtois », se escuchaba fuera del estadio, gente feliz dispuesta a disfrutar, a saborear al fin alguna de las esencias prometidas en el fútbol. Está risueña la parroquia del Atlético, porque mira al banquillo y detecta una colección de titulares en cualquier equipo de la Liga, internacionales la mayoría.

Llegó el Rayo Vallecano desde el otro lado de la M-40, unos kilómetros al sur en la capital, y decretó en pocos minuto el fin de la abundancia. Un grupo ordenado, vigorosa su defensa, aseado el centro del campo y rápidos sus delanteros... Y el Atlético se enredó en telarañas conocidas: la falta de claridad , la intervención demasiado impetuosa, la elaboración escasa y, en el vértice de la pirámide, muy pocas opciones de gol.

Una primera parte a la vieja usanza. Ardor guerrero sin lucidez en la construcción. Y eso que este año hay una modificación sustancial: la elocuencia con el balón de Rodrigo por la pierna robusta de Gabi. El exjugador del Villarreal luce una planta imponente y una nitidez desconocida con la pelota. La desplaza fácil, se gira veloz, conduce con gracia y la mueve con precisión. Novedad en el latifundio de Simeone.

El Atlético apenas lo encontró en el primer acto, evidente la intención de penetrar por las bandas y conectar con Diego Costa. Pero cunde el estímulo respecto a Rodrigo y a una perspectiva futura de enlace con Griezmann, de balones al césped tocando sin chirriar, sin necesidad de estirar la tibia.

Le faltó de todo al Atlético antes del descanso: ritmo, sutileza, clarividencia, pegada, remate, combinación... Pero el público no se impacientó. El equipo se está quitando la carbonilla y su gente se anima pensando porque a este grupo hay que esperarlo y siempre responde cuando debe. No jugó Koke de inicio, otra noticia.

Las virtudes del Rayo, su noble intención de tocar y jugar, esa pareja de centrales tan solvente, no parecían suficientes para desarmar la noche rojiblanca. Al terminar el partido había fiesta, confeti, fuegos artificiales y risas por la Supercopa ganada en Tallin. Se cumplían todos los designios astrales en un juego imprevisible como es el fútbol: el duelo se dirigía al conocido 1-0 de tantas tardes salvadas por la mínima.

El juego insulso y anodino de ambos equipos giró en el marcador por un córner de manual . El centro desde la esquina, la cabezazo peinado de Savic y Griezmann, el de siempre, con la puntera presta para el rescate. El Atlético quiso durante 62 minutos, pero el fútbol insípido derivó en la propuesta de costumbre. Un mal rato de agobio, defensa a ultranza, unos cuantos sustos y la seguridad innata de Oblak.