ATLETISMO / ÁLVARO MARTÍN
Del oro de París a becario de un bufete de abogados: «Ahora cada noche tengo que plancharme una camisa»
La nueva vida del atleta español, que decidió retirarse con solo 30 años nada más conquistar los podios olímpicos de marcha junto a María Pérez
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Álvaro Martín (Llerena, Badajoz, 1994) recibe en un despacho de abogados de la capital en una sala desde la que se ve la Bolsa de Madrid. Cuenta sonriente que es becario, que se ha decantado por el derecho mercantil y parece feliz, aunque la ... edad delata que en su camino ha pasado algo para retrasar este encargo. Sus 31 años no hablan de un estudiante típico. Un año antes de esta escena, en París, estaba ganando un oro y un bronce olímpico en marcha. Dejó el deporte. Fue una sorpresa ver cómo se iba aquel chico que estaba dando gloria al país, pero cuando cruzó aquella última meta olímpica él ya sabía que era el final, por más que tardase un mes en anunciarlo. Tenía otros planes.
—Se fue en su mejor momento, poco después de haber ganado dos medallas olímpicas en París. ¿Por qué?
—Suena trágico, pero fue solo cerrar una etapa. Estuve 14 años en la alta competición, pero no solo competía, también me estaba formando académicamente y quería dar un paso más a ese nivel. Sabía desde un año antes de los Juegos que había sido aceptado en el Centro Garrigues para estudiar un doble máster y con la exigencia que iba a requerir no iba a poder entrenar al alto nivel a la vez. Independientemente de lo que pasase en París, quería poner un punto y aparte para seguir volcado en mi formación académica.
—Un caso poco habitual el suyo.
—Hay una pérdida de identidad o de realización, encima habiendo ganado medallas olímpicas. Pero llevaba bastante tiempo trabajando con un psicólogo y ya habíamos adelantado ese proceso, ese duelo de desvincularme de la actividad deportiva. Es decir, vale, yo era lo mejor del mundo en esto y ¿ahora qué? ¿Voy a ser el mejor del mundo en la abogacía? Pues evidentemente hay que ser más humildes. Esa es la lucha diaria, pero ya estaba preparado para dar ese paso y que fuese una transición gradual. Llevaba un año despidiéndome en silencio del atletismo, aunque solo lo supiese yo. En otros compañeros sí hay situaciones dramáticas, no pueden tomar la decisión de retirarse porque el entrenador no confía en ellos, por una lesión o por ciertas circunstancias personales que no lo permiten rendir al máximo. Yo la pude tomar por mí mismo y cuando anuncié mi retirada fue como un último proceso de un largo camino.
—Elegir Derecho tampoco es usual; en principio no tiene un vínculo fácil con lo que ha estado haciendo toda la vida.
—Mucha gente me dice que por qué no he estudiado INEF o no he querido decantarme por ser entrenador de atletismo. Bueno, yo vivía las 24 horas, los siete días de la semana, los 365 días al año pensando en deporte. Al final también me generaba un cansancio mental. Mi carrera deportiva se acababa y tener que seguir trabajando en el deporte me agobiaba. Antes que Derecho, estudié Ciencias Políticas. Pero necesitas mayor formación para ser un buen politólogo. Descubrí que me gustaba más el Derecho y que las salidas, en este caso la abogacía, me llamaban más. Como atleta ya asesoré a muchos compañeros en algo tan básico como «oye, y esta retribución, ¿cómo tributa?».
—El atletismo, a diferencia del fútbol, no se puede encarar como un seguro económico para siempre, ni con una carrera exitosa. ¿Cómo viven los atletas ese pensamiento del después?
—Yo iba a hacer el mismo proceso aunque hubiese ganado millones. Pero es verdad que en el deporte minoritario, si eres de los buenos te puedes dedicar plenamente y vivir de ello, pero para el día de mañana tienes que estar preparado, no vas a vivir de los ahorros. Además, el día a día ya es «si no gano tal carrera, si pierdo tal patrocinador, si no tengo tal premio… ¿Cómo me planteo la temporada siguiente?». Nosotros vivimos por temporadas y si una es buena te garantiza la siguiente, pero si es mala te toca apretarte el cinturón.
—¿Cómo llevaba estudiar y ser atleta?
—Desde el plan Bolonia en la Universidad se exige una presencialidad, como es lógico. Creo que es del 65%. Y los deportistas no pueden cumplir eso. Ahí ya hay una barrera. Es verdad que hay ciertos apoyos en el alto nivel para facilitar ese incumplimiento, pero te genera un choque con el profesor. En mi caso, yo vivía en una burbuja del deporte y salir de ella y conocer gente que nada sabe de una pista de atletismo o que les da igual, me ayudaba a entender cómo era el mundo de verdad. Derecho lo tuve que hacer en la UNED porque pasaba muchísimo tiempo fuera, pero a mí me gustaba ir a la universidad.
—Ha habido muchos casos problemáticos, como el de Gervasio Deferr, también campeón olímpico, que pasó años difíciles al retirarse.
—Cada deportista tiene su historia personal a la hora de retirarse y los problemas que pueden surgir. Y cada federación es un mundo. Pero es verdad que ahora existe un apoyo, la oficina de atención del deportista, que ayuda sobre todo a los de alto nivel, no solo en el momento de retirada, sino previamente. Cada vez se hace más hincapié en que el deportista tiene que formarse para el día de mañana. También hay un cierto compromiso del deportista que algunos no quieren asumir porque solo viven en el presente. Y hay casos reales de campeones olímpicos cuya situación es muy precaria.
—¿Cómo es la vida del Álvaro abogado en comparación con la del atleta?
—Vivo con mi pareja y ahora estoy a su par. Cuando era atleta todo tenía que girar en torno a mí, ella se tenía que adaptar. Yo iba a contracorriente. Llegaban sus vacaciones y yo tenía que entrenar. Y en octubre empezaban las mías . Ese cambio es tremendo. Y luego la rutina. Yo tenía que ir siempre con chándal. Ahora todas las noches tengo que planchar la camisa para el día siguiente: voy con traje, corbata y zapatos.
Trabajo
«Estás compitiendo en el mundo laboral con gente que, aunque sea más joven y no haya ganado una medalla olímpica, está mucho más preparada»
—En los trabajos suelen exigir experiencia en la selección de personal, pero usted tiene 31 años y viene de una profesión distinta. ¿Cómo lleva eso?
—Cuando entré en el doble máster, mis compañeros acababan de terminar la carrera, tenían 22 años o 23 años, y yo tenía 30, les sacaba siete y todos ya tenían experiencias laborales. Al final estás compitiendo en el mundo laboral con gente que, aunque sea más joven y no haya ganado una medalla olímpica, está mucho más preparada. Yo, al venderme en los despachos digo: «Mira, tengo 30 años, soy mayor, es verdad, pero te aseguro que tengo esas herramientas que me ha dado el deporte, como la constancia, el entregarse, el sacrificio o el aguantar la presión». Cosas que a lo mejor otros compañeros más jóvenes no las tienen. Es un arma de doble filo. Yo aquí en Cazorla soy mayor siendo becario que el jefe del departamento de mercantil. Es llamativo porque, sí, hay una jerarquía, pero es raro que el que es superior a ti sea más pequeño que tú.
—¿Qué cualidades del atletismo puedes trasladar a la empresa?
—Que hay que saber también trabajar bajo presión. O la puntualidad. Llegar tarde no es admisible y yo tengo que ser, si acaso, el primero y el último en irme. Es algo que hacía entrenando y es un hábito que quiero trasladar aquí. A mí, de becario, no se me va a pedir un rigor en un escrito como a otros compañeros, pero intento que me vean la disponibilidad y la voluntad que he aprendido en el deporte. Yo vengo aquí principalmente a formarme, pero también a ayudar en lo que haga falta. Y me voy a entregar al máximo.
—¿Qué echa de menos del deportista?
—La adrenalina. Estar en cámara llamada en unos Juegos o en un Mundial. Es la zona de antes de que te coloquen en línea de salida y estás debajo del estadio. Estás escuchando mucha gente cómo ruge, esa sensación de notar a un compañero nervioso o dubitativo, planear tus estrategias mentales. Eso sí lo echo en falta. Esa sensación justo antes de salir a competir, cómo se te seca la boca... Pero he ganado otras cosas.
Álvaro Martín, durante la prueba de los 20 kilómetros marcha en París 2024 en la que se llevó la medalla de bronce
—Usted comparte un oro olímpico con María Pérez, que acaba de ser bicampeona mundial en Tokio. ¿Cómo la ha visto?
—Pues la he visto normal. Lo que ha hecho es extraordinario para el resto de los mortales, pero es que para ella eso es normal, no es superlativo. Cuando en Budapest hizo el doblete había solo tres días de descanso entre una prueba y otra. Aquí ha habido siete, ha tenido más tiempo para recuperar. Y en Budapest arrastraba una lesión justo después del 20 y cuando ganó el 35, estaba lesionada. Ahora en Tokio, que ha tenido más tiempo de recuperación, que no ha tenido ninguna lesión, ¿qué iba a pasar? Hemos quedado en vernos cuando vuelva de vacaciones, y yo a veces se lo digo: «María, haz espectáculo o algo, porque si no es muy aburrido verte; porque te vas, ganas, arrasas, le sacas un mundo a la segunda… Haz algún espectáculo, como que te duele algo o haces como que vomitas al final». Fuera de bromas, es que es así.
—¿Falta reconocimiento para gente como María, o como usted?
—Sinceramente, yo estoy muy contento con todos los reconocimientos que he tenido, que no son pocos. La verdad no me puedo quejar. Y en el caso de María, se está hablando del Premio Princesa de Asturias. Ya este año presentaron la candidatura conjunta de María y mía. Pero se lo llevó Serena Williams. Yo ahora sí que veo que María es digna de reconocerla. O la medalla de oro al Mérito Deportivo, que no la tiene. Lo que está haciendo María es excepcional, no hay precedente. Es la mejor atleta española de la historia. El reconocimiento que sea, se lo va a merecer.