Todos los Betis en uno (y ganó el bueno)
Cualquiera de nosotros habría firmado antes del encuentro el resultado que terminó registrando el marcador y todo lo que pudiéramos pedir de más sería capricho
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Iniciar sesiónSalió el partido que todos queríamos ver. Fiesta completa en el estadio Benito Villamarín al término de un encuentro redondo con un rival directo, que a estas alturas no tiene que ruborizarnos decirlo así de claro, y con un saldo de los que no se ... disfrutaban por Heliópolis desde hace tiempo. ¿Qué más se puede pedir? Caprichos. Cualquiera de nosotros habría firmado antes del encuentro el resultado que terminó registrando el marcador y todo lo que pudiéramos pedir de más sería eso, capricho.
Porque estábamos ante un partido que podría haber salido de cualquier otra forma y que ya a estas alturas de la competición, al borde del ecuador de la Liga, iba a servir para comprobar si la experiencia acumulada había servido de verdad para corregir los errores cometidos ante los adversarios más fuertes y si, instalado el equipo en el podio del Campeonato, podríamos soñar con mantenernos ahí o tendríamos que asumir que todo fue el sueño de una tarde de otoño y que este Betis no está hecho todavía para fajarse en esos niveles. ¿Aparecería el mal de altura? ¿Nos bajaría del pedestal una Real Sociedad que yendo por detrás en la clasificación es para tantos comentaristas y expertos el gallo tapado de esta Liga y el equipo revelación de esta temporada? Había mucho que demostrar y no pocos de mis amigos béticos esperaban con cierto nerviosismo este duelo y me hicieron saber antes del partido la importancia que pensaban que el mismo tenía para la trayectoria del Betis en este ejercicio pero también para ajustar sus propias expectativas, todo lo cual, qué quieren que les diga, me parecía bastante lógico e incluso compartía en gran medida muy a mi pesar, ya que servidor quiere ser muy cauto siempre para estas cosas porque el fútbol, que tan propensos nos hace a adelantar juicios y a predecir consecuencias, ofrece giros inesperados todos los días y nos dice continuamente que seguimos haciendo mal vaticinando lo que vaya a pasar.
Un partido para medir
El caso es que estábamos ante un partido clave. Un «key match» si nos dejamos llevar por el esnobismo este que parece arrasar en los tiempos que corren. Puesto el balón en juego, sufrimos y gozamos durante más de noventa minutos muy intensos, muy desiguales, en los que, a mi parecer, tuvimos la oportunidad de ver a todos los Betis de esta temporada en uno. Y ganó el mejor. Felizmente ganó el mejor y esta es la señal más relevante y halagüeña que nos dejó la cita. Más que con la goleada, fíjense, me quedo con la capacidad del Betis para adaptarse a lo que demandaba el partido hasta conseguir que sus fortalezas se impusieran a sus debilidades, por las que durante un buen rato dio la sensación que se iba a ir al garete la ilusión puesta en el duelo y sobre todo el optimismo acumulado después de adelantarse en el marcador con el que fue el primero de los dos tantos de Álex Moreno, aprovechando en este caso con aplomo la salida a por uvas del portero realista. A este momento de gozo, minuto trece el partido, siguió hasta el descanso más de media hora de impotencia y malas sensaciones que nos hizo llegar al descanso pidiendo la hora y dándonos con un canto en los dientes por no haber recibido el gol del empate en alguna de las múltiples jugadas de ataque que con precisión, velocidad y hasta piruetas enjaretó y finalizó la Real. El tal Portu empezó a caerme fatal, lo confieso abiertamente, pero también es verdad que todo lo que estaba pasando, esa superioridad blanquiazul, nos mostraba un equipo de un empaque realmente destacable, un equipo sólido, bien construido y con tanto talento como alternativas para el juego. Me encantó la Real Sociedad en ese tiempo, un rato para mí interminable e insufrible en el que el conjunto easonense demostró sobre el terreno de juego del Villamarín que todo lo bueno que se dice de él es merecido y que el trabajo de su entrenador en Zubieta, en efecto, es excelente. Tanta calidad tenía el bloque como se adivinaba en cada una de sus individualidades en todos los lances y en la velocidad a la que armaban sus ataques, en los que jamás había duda sino todo lo contrario, determinación. En esa media hora que se me hizo más larga que una entera, la Real puso todo lo que tiene sobre el césped y a uno no le quedaba más remedio que admitir que estábamos midiéndonos a un magnífico equipo y a unos jugadores de una altísima calidad, y que al Betis no le daba para plantarle cara y se veía obligado a pagar el culo a Rui Silva y a esperar que amainara el temporal.
Vimos desde el uno a cero y hasta el descanso a ese Betis inferior y sometido que ya padecimos en partidos anteriores contra otros buenos equipos que les quitaron a los muchachos de Pellegrini el balón y haciéndoles correr detrás de él les robaron el alma y la fe. Era el Betis perdedor que no queríamos volver a ver sufrir de manera tan lastimosa como en los tres o cuatro choques que siendo excepciones en una muy buena trayectoria habían abierto el abismo de las dudas sobre su verdadero nivel, que ya lo he escrito antes: grande con los inferiores, pequeño con los superiores. Contra el Barça, que actualmente no es tan superior como dice el nombre, por fin el Betis se creció, supo comportarse de otra manera y no se dejó amedrentar, luciendo personalidad y paciencia para esperar sus oportunidades. Fue la primera vez, diría yo, que ante un adversario de alta calidad técnica que trataba de imponerse en la posesión del balón y en el control del juego, el Betis no se desmoronó y se reordenó para jugar de otra manera, para jugar sin balón. Seguro que fue un chute de autoestima enorme para los profesionales verdiblancos ganar en el Camp Nou y demostrarse que, en efecto, sí que pueden hacer estas cosas. Y ante la Real escribieron el siguiente capítulo de esta historia.
La Real, más sólida que el Barça
Porque a mí me daba la sensación de que la Real tenía en verdad más músculo que el Barça, que era más fiable. Así como ante el conjunto azulgrana estaba abierta la posibilidad de cogerle la espalda y de sorprenderle, porque se percibía cierta debilidad en su juego y se apreciaban desaplicaciones en el posicionamiento de los jugadores, en el cuadro que dirige Imanol Alguacil no se atisbaba un punto ciego o desguarnecido sobre el que percutir, y llegado el descanso se sabía que o ese punto se abría por méritos propios, lo cual obligaba a un comportamiento completamente diferente del Betis en la segunda parte, o lo que iba a pasar lo sabía hasta el que asó la manteca. Y sí, habiendo llegado al cuarenta y cinco sanos y salvos, aguantando la ventaja con buena defensa y mejor fortuna, el Betis que vimos tras la reanudación no tuvo que ver con el que terminó la primera parte superado y hasta desbordado. Una vez más, como en otras ocasiones, las instrucciones de Pellegrini en la caseta transformaron a los mismos jugadores, que iniciaron una presión alta que sorprendió a la Real y gracias a la cual se impidió que los de Alguacil jugaran tanto tiempo en el campo bético. Se alargó el equipo verdiblanco y empezaron a brillar las individualidades de tal manera que en un pispás la dinámica del choque cambió radicalmente y el Betis a la defensiva de la primera mitad se convirtió en un verdadero rodillo de buen fútbol que pasó por encima de un rival muy bueno y que, como el Getafe o el Levante, fue completamente empequeñecido por el despliegue del talento de los de Pellegrini, que por obra y gracia del chileno, no tengo duda, se dejaron todos los complejos en el vestuario y fueron todos a una contra la Real para que no quedara verso suelto alguno al que pudieran agarrarse Alguacil y los suyos para sobrevivir. Deslumbrante fue este Betis. El que ya vimos contra rivales peores otros días. Y descubrimos cosas como la mejor versión de un Willian José que habría merecido un gol porque su segunda parte, no vamos a andarnos con zarandajas, fue monumental. Impresionante. Los halagos van a ser para Fekir, enorme; para Juanmi, otra vez; para Álex Moreno, claro que sí; o para Bartra, que está de regreso. Por ejemplo. Pero este Willian José se marcó un partidazo que espero que no se quede ahí por la motivación extra que supone enfrentarse a un ex equipo.
Así que vimos todos los Betis de este año en uno. El impotente y el mandón. El que arrasa y el que no sabe reaccionar. Y también el que se reactiva, se adapta y sale adelante gracias a las charlas y a los cambios de su entrenador. Y de entre todas las versiones resultó ganadora, por KO, la mejor. Poco a poco este equipo se va despojando del síndrome del impostor que parecía paralizarle ante los rivales de calidad. Y por eso hoy sí que podemos ser optimistas con razón. De hecho es que tenemos que serlo y con plena legitimidad. Ojito.
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