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Betis

El mejor festejo posible de las renovaciones recientes

Al que tuvo la idea de lanzar al campo la barra de las narices sólo le diría que tú no eres bético

Borja Iglesias avanza ante Joan Jordán durante el derbi Betis - Sevilla de la Copa del Rey Manuel Gómez
Gerardo Torres

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Hemos trabajado muchos durante años, con empeño y constancia, no para que en el próximo derbi no hubiera incidentes, no, sino para que calara en esas facciones duras y con ánimo radical y violento de nuestras aficiones que el Betis-Sevilla, el Sevilla-Betis, no ... puede ser un choque de rivalidad más, mundano y grosero, sino un ejemplo. Hemos trabajado para que se entienda que presumimos en el mundo de cómo llevamos nuestra dualidad, de cómo somos capaces de hacer convivir en las familias el amor por los colores de ambos equipos sin que pase más que una broma y una risa. Hemos puesto mucho corazón para hacer ver que este es un derbi pasional, tanto o más que cualquier otro del planeta, por estar metido de alguna manera en la sangre de todo el que nace en Sevilla y de muchos de los que llegan a la ciudad, y que sin embargo lo vivimos con elegancia en el perder y con mucha guasa en el ganar. Pero se ve que no hemos tenido éxito, al menos completo. Se ve que no hemos sido capaces de hacer que el mensaje penetre de verdad en esos grupos extremos de las aficiones y también, que es lo más triste, en las nuevas generaciones, que van renovando esa parte más exaltada de las hinchadas de los dos clubes de la ciudad. Pero hay algo peor: estas instituciones que a veces, a veces, parecen timoratas, porque no son capaces de enfrentarse de verdad a los más radicales y trazar las líneas rojas que el sentido común impone, son las primeras que degradan ese esfuerzo que ha de ser constante en el tiempo y no son capaces de mantener viva esta exigencia pedagógica. Los clubes de hoy no saben cómo comunicarse realmente con sus aficiones, lo expuso hace poco en un estudio una de las consultoras más prestigiosas de este país, y mientras tanto, paradójicamente, se quejan de que el agua se les escurre entre las manos y las capas más jóvenes de la sociedad muestran cada vez menos interés por el fútbol. Y han entrado en un círculo vicioso: están cambiando el espectáculo y la competición por el interés mercantil, en contra del interés de la gente, y no están sabiendo explicar ese cambio para mantener vivo el interés y la regeneración de la afición. Se inventan cosas, con una creatividad innegable, sobre todo para decirles a los seguidores lo que quieren escuchar, mensajes de excitación o de motivación, lo cual se entiende perfectamente, por supuesto, pero no es todo lo necesario. Es lo más fácil. Sabemos que no se educa a los niños dándoles todo lo que piden ni diciéndoles que sí a cualquier ocurrencia, y que lo más valioso, y lo más difícil, es saber cómo decirles que no, y cómo enseñarles a entrar por los aros de la convivencia civilizada. El éxito es parcial aunque mayoritario, y de hecho se vio el sábado en el Villamarín, cuando el ochenta por ciento del público reprochó con dureza al reducto de la grada de Gol Sur que de ella saliera el palito de marras y que no se le hubiera hecho el vacío al tipo que lo tiró para que fuera inmediatamente identificado y detenido. Porque esto es relevante: el imbécil que lanzó el palo fue protegido. En todos los rebaños hay una oveja negra, en toda masa es inevitable que habite un perturbado. Pero en este caso fue protegido y esto convierte a todos los que rodeaban al carajote de turno en cómplices. Al que tuvo la idea de lanzar al campo la barra de las narices sólo le diría que tú no eres bético, imbécil, aunque te hayas tatuado el escudo en medio cuerpo, que no sé si es el caso. Estás confundido. Y tus amigos que te han ocultado, tampoco. Sois todos la misma basurilla.

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