Betis
El mejor festejo posible de las renovaciones recientes
Al que tuvo la idea de lanzar al campo la barra de las narices sólo le diría que tú no eres bético
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Iniciar sesiónHemos trabajado muchos durante años, con empeño y constancia, no para que en el próximo derbi no hubiera incidentes, no, sino para que calara en esas facciones duras y con ánimo radical y violento de nuestras aficiones que el Betis-Sevilla, el Sevilla-Betis, no ... puede ser un choque de rivalidad más, mundano y grosero, sino un ejemplo. Hemos trabajado para que se entienda que presumimos en el mundo de cómo llevamos nuestra dualidad, de cómo somos capaces de hacer convivir en las familias el amor por los colores de ambos equipos sin que pase más que una broma y una risa. Hemos puesto mucho corazón para hacer ver que este es un derbi pasional, tanto o más que cualquier otro del planeta, por estar metido de alguna manera en la sangre de todo el que nace en Sevilla y de muchos de los que llegan a la ciudad, y que sin embargo lo vivimos con elegancia en el perder y con mucha guasa en el ganar. Pero se ve que no hemos tenido éxito, al menos completo. Se ve que no hemos sido capaces de hacer que el mensaje penetre de verdad en esos grupos extremos de las aficiones y también, que es lo más triste, en las nuevas generaciones, que van renovando esa parte más exaltada de las hinchadas de los dos clubes de la ciudad. Pero hay algo peor: estas instituciones que a veces, a veces, parecen timoratas, porque no son capaces de enfrentarse de verdad a los más radicales y trazar las líneas rojas que el sentido común impone, son las primeras que degradan ese esfuerzo que ha de ser constante en el tiempo y no son capaces de mantener viva esta exigencia pedagógica. Los clubes de hoy no saben cómo comunicarse realmente con sus aficiones, lo expuso hace poco en un estudio una de las consultoras más prestigiosas de este país, y mientras tanto, paradójicamente, se quejan de que el agua se les escurre entre las manos y las capas más jóvenes de la sociedad muestran cada vez menos interés por el fútbol. Y han entrado en un círculo vicioso: están cambiando el espectáculo y la competición por el interés mercantil, en contra del interés de la gente, y no están sabiendo explicar ese cambio para mantener vivo el interés y la regeneración de la afición. Se inventan cosas, con una creatividad innegable, sobre todo para decirles a los seguidores lo que quieren escuchar, mensajes de excitación o de motivación, lo cual se entiende perfectamente, por supuesto, pero no es todo lo necesario. Es lo más fácil. Sabemos que no se educa a los niños dándoles todo lo que piden ni diciéndoles que sí a cualquier ocurrencia, y que lo más valioso, y lo más difícil, es saber cómo decirles que no, y cómo enseñarles a entrar por los aros de la convivencia civilizada. El éxito es parcial aunque mayoritario, y de hecho se vio el sábado en el Villamarín, cuando el ochenta por ciento del público reprochó con dureza al reducto de la grada de Gol Sur que de ella saliera el palito de marras y que no se le hubiera hecho el vacío al tipo que lo tiró para que fuera inmediatamente identificado y detenido. Porque esto es relevante: el imbécil que lanzó el palo fue protegido. En todos los rebaños hay una oveja negra, en toda masa es inevitable que habite un perturbado. Pero en este caso fue protegido y esto convierte a todos los que rodeaban al carajote de turno en cómplices. Al que tuvo la idea de lanzar al campo la barra de las narices sólo le diría que tú no eres bético, imbécil, aunque te hayas tatuado el escudo en medio cuerpo, que no sé si es el caso. Estás confundido. Y tus amigos que te han ocultado, tampoco. Sois todos la misma basurilla.
Hay que perseverar en el mensaje
Este hecho, que rompió un derbi que estaba resultando mucho más que divertido, nos ha recordado, entre otras cosas, que no se puede ceder en el esfuerzo y que hay que seguir. Y también que si se volviera a permitir el acceso a los estadios con objetos de verdad contundentes, muy mal nos iría, porque sigue habiendo idiotas en proporción suficiente para arruinar un espectáculo público sin remordimiento alguno y tan sólo por el prurito de sacar pechito en el bar del barrio. Y ojo, que la mala fortuna puede convertir en letal un objeto aparentemente inofensivo.
Hasta aquí el triste y execrable comportamiento minoritario. El de los desaprensivos de turno que no captan el mensaje y que hay que tratar de aislar y sacar del fútbol. Luego viene otro no tan minoritario y por ello más decepcionante aún, que es el de las reacciones, y especialmente las de los clubes y de muchos de sus profesionales. De los dos. Este no es un debate sobre si tú empezaste, si tú aquel día, si hace tres años tú, y tú más. No. Este es un debate de civilización, de educación, y mucha gente no ha sabido estar a la altura de las circunstancias y demasiadas personas han proporcionado a todo el país un espectáculo deplorable, dando un ejemplo penoso. No seré yo quien entre en el detalle. Allá cada cual con su libertad, que al fin y al cabo el idiota no tiene bastante con serlo sino que necesita demostrarlo, y además lo es para toda la vida. Los individuos se retratan. Pero las instituciones tienen que estar por encima de todo eso y aquí ha habido lagunas, mucho comportamiento irresponsable y amateur. Una vez más.
El incidente, grave, rompió un derbi que estaba siendo hermoso. El Sevilla, con todas sus bajas y la portería guardada por un chico, Alfonso, que debe de haberlo pasado de película de terror, trató de nadar y guardar la ropa y tuvo el acierto de marcar la única vez que se acercó a la portería de Rui Silva. El Betis hizo lo debía: presionar, recuperar y percutir, y sin embargo no tuvo ese acierto que bendijo al rival hasta que Fekir empató, inventándose ese gol olímpico, fantástico y glorioso, que quedará para el recuerdo y para las tertulias de muchos años. Para nosotros será una de las maravillas de nuestro baúl de los tesoros y para ellos un tanto desafortunado que a Bono no le habría entrado… En fin, derbi.
El domingo, otra cosa
Pero lo del día siguiente fue otra historia. El Sevilla no quería jugar ni el sábado ni el domingo, y ahí demostró debilidad. Sin embargo, con Koundé y Acuña se vino arriba, como «de perdíos al río», y el guión del choque cambió. A mí no me estaba gustando lo que estaba viendo, absolutamente nada, hasta que marcó Canales —pase extraordinario de Carvalho, control excepcional del mago cántabro, definición «regulera» y otra vez respuesta deficiente del portero sevillista—. Ahí el juego entró en otra dinámica, todo se rompió y el Betis supo moverse —que no finalizar— según demandaba el zafarrancho de combate del rival. Pero hasta el tanto de Canales, insisto, el Betis había perdido la iniciativa y se pareció más al que deambulaba sobre el campo el día del derbi liguero que al de la tarde del sábado. Durante un rato vi que el Sevilla se estaba acercando a la victoria —en gran medida, probablemente, gracias al aplazamiento propiciado por el idiota del palito— y también, lo admito, pensé que a varios de los míos se les había ido la fuerza por el Twitter. Afortunadamente no pasó más y la victoria bética se consumó después de veinte horas de derbi que jamás olvidaremos.
La satisfacción de ganar un derbi, y más en un cara o cruz de una eliminatoria copera, es indescriptible y no la va a empañar ni el vandalismo de un majara que no nos representa a los béticos ni la sucesión de reacciones sobreactuadas e inapropiadas ni el hecho de que al contrario le faltaran pesos pesados sobre el terreno de juego. Para mí, que amo el fútbol y lo demás es telenovela, ganó el Betis, fue el mejor festejo posible de las renovaciones recientes y punto. Seguimos.
Este lunes he leído a mi querido Manolo Contreras que la posibilidad de jugar la final de la Europa League en Nervión ha pasado este fin de semana de ser un sueño a una temeridad. Tiene toda la razón, como suele el compañero Contreras, y por eso mismo este pensamiento ha de ser desde hoy mismo la palanca para una reacción unánime en la ciudad y en los clubes, con paz, con sentido común, con decencia. Esa posibilidad tiene que volver a ser un sueño, el de la ocasión de demostrar al mundo que el circo fue un accidente y que podemos hacer un derbi ejemplar en la grada, en el campo, en el palco y en las redes. El mejor del mundo, como muchas veces. (Y si no se da, que sea porque el Sevilla no llega, claro).
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