Fajardo&Monchi
El fútbol es pasión y la visceralidad, la lava que brota del volcán interior cuando los acontecimientos le hacen entrar en erupción
El caso más llamativo y cotidiano se da en la política, pero sucede en todos los ámbitos de la sociedad, incluido los más íntimos, los familiares o de amistad. Reprochas algo y, más temprano que tarde, te recriminan por un hecho o dicho similar. La ... condición humana es así; ya lo dice la Biblia (Lucas 6:41): «¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en tu ojo?». Y aún aceptando la comparación, solemos excusar nuestros comportamientos con los mismos argumentos que en muchas ocasiones nos sirven para imputar al prójimo. El fútbol no es una excepción.
A Manu Fajardo, director deportivo del Real Betis, lo ha sancionado Competición con quince días (no se sabe la penitencia, aunque le hubiera venido de perlas unas vacaciones pagadas) por decirle al árbitro cuatro cosas tras el infartante final de Cornellá. A Fajardo le hierve la sangre verde y lo hemos visto saltar al campo tras los partidos, celebrar con la grada los logros del equipo, situarse tras la portería de la Fiorentina en una semifinal de Conference y, ahora, bajar al túnel de vestuarios para, como los ventrílocuos, darle voz a lo que sus entrañas gritaban.
Recuerdo que a Monchi, en sus dos épocas como director deportivo del Sevilla, se le reprochó su «afán de protagonismo». Fue denunciado por Hernández Hernández tras la expulsión de Sampaoli por parte de este, se le recriminó que comulgara con su grada en los partidos como visitante o las críticas desde el cemento o el césped a entrenadores y jugadores rivales en confrontaciones conflictivas.
Ya es hora de normalizar estas situaciones, mientras no supongan perjuicio para los clubes ni se ejerza la violencia. El fútbol es pasión y la visceralidad, la lava que brota del volcán interior cuando los acontecimientos le hacen entrar en erupción. A Fajardo hoy, como a Monchi en su día, le duele lo que perjudica a los suyos y le emocionan sus conquistas. No es protagonismo lo que busca, sino desahogo de sus sentimientos. La persona solapa al profesional y si no explota, revienta. Que revienten otros.
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