Final Copa del Rey Betis - Valencia
Miranda, de aficionado en el Calderón a héroe en el estadio de la Cartuja
El lateral de Olivares tenía sólo cinco años cuando presenció la final de la Copa del 2005 en Madrid
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Iniciar sesiónTodo el sufrimiento agónico de los 120 minutos de metraje en el estadio de la Cartuja, una batalla apasionante, épica y extenuante, mereció la pena. Acostumbrado a sufrir, sabedor de que en la vida y en el fútbol generalmente son muchas más las derrotas que ... las victorias, el aficionado bético, estoico, siempre con un grito de ánimo que lanzar desde la abarrotada grada del engalanado para la ocasión recinto cartujano, explotó de júbilo cuando Miranda , un chaval de Olivares y de la casa, cuadró una tanda de penaltis perfecta, cinco de cinco, para que la simbología de la final fuera la cuadratura del círculo respecto a la del Vicente Calderón, hace 17 años.
Entonces, Dani Martín Alexandre, trianero criado en los escalafones inferiores verdiblancos, llevó a la apoteosis a la afición bética congregada en el ya desaparecido estadio del Atlético de Madrid. Aquel partido, la última final que había disputado hasta ayer el Betis, la presenció como un aficionado Juan Miranda González junto a su familia. Nacido el 19 de enero de 2000, ese chiquillo tenía cinco años cuando vio al Betis de Lorenzo Serra Ferrer conquistar la segunda Copa del Rey de su historia . Y ayer, con 22, el que fuera medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Tokio, cargó con el peso de la responsabilidad sobre sus hombros de lanzar el penalti definitivo, el que descerrajaba la puerta de la locura, convertido el estadio en un manicomio bético, y también de la gloria y la historia.
Su nombre lo recogerá, ya por siempre, la historia del Real Betis Balompié, que vaya cómo se vació y compitió para doblegar, sin conseguirlo ni en el tiempo reglamentario ni en la prolongación, la voluntad de un Valencia granítico, puro amor propio , que con menos calidad en la plantilla que el conjunto verdiblanco fue fiel a su estilo. Le planteó un partido incomodísimo al Betis, muy físico, que nada hacía presagiar la apertura del choque, cuando un balón filtrado por Fekir en el minuto diez al carril de Bellerín lo puso con música el lateral derecho al corazón del área, donde Borja Iglesias amagó con irse al primer palo para quedarse en el medio y cabecear fusilando a Mamardashvili . Más que un cabezazo, fue un martillazo. El partido de Borja Iglesias, MVP de la final y pichichi de la Copa, fue descomunal, sobre todo por cómo descargó el juego y se movió por todo el frente de ataque para sacar de sus posiciones a la tripleta de centrales del Valencia.
Todo era comodidad y notoria superioridad del Betis hasta que Soler, primero, e Ilaix Moriba después, hallaron sendas rendijas en la estructura defensiva verdiblanca que aprovechó Hugo Duro, letal a la vez que sutil en la finalización ante Claudio Bravo . El partido ya se había endurecido y las interrupciones, por la sucesión de faltas, no dejaron de producirse. Aunque a Bordalás no le guste que se diga, en ese escenario se mueve el Valencia como nadie. El Betis, que compite esta temporada como nunca y tiene varios registros, se fajó entonces, como demandaba el partido y la situación. No se rajó nunca . Tuvo más ocasiones que su rival cuando fue mejor que el Valencia y también cuando se destensó. Canales ya gastó un tiro al palo al borde del descanso y, tras un despegue mucho más entonado por parte de los hombres de Bordalás en la segunda parte, de nuevo se hizo con el control de la situación justo cuando lo perdió Hernández Hernández, que había hecho lo posible por no mostrar cartulinas.
Ocasiones
Ya el Betis había acariciado hasta en tres ocasiones, especialmente en dos de Juanmi, una de ellas al palo, el segundo tanto verdiblanco . El árbitro, que al término del choque había enseñado nueve amarillas, dejó en el campo a Hugo Guillamón, cuando debió haberlo expulsado, y luego se hizo el longuis, como el VAR, en un caderazo de Carlos Soler sobre Fekir cuando el francés se internaba en el área.
El partido era ya una locura, un ida y vuelta que se encaminaba sin remedio a la prórroga. Fekir la tuvo de nuevo y también Carlos Soler antes de que el tiempo extra, con el Betis aguantando entero y el Valencia lanzando gañafones a la contra con el plus de energía que el dio el ingreso al campo de Bryan Gil , diera paso a esa tanda de penaltis, ya histórica, como lo fue la del Calderón de 1977 o la de San Mamés, en las semifinales de 2005.
La cruz fue para Musah, que erró el cuarto penalti valencianista, y la gloria para un bético de corazón, Juan Miranda González, sevillano de Olivares que se hincó de rodilla al transformar el gol definitivo , llorando seguramente como aquel niño que disfrutó del goce de un título hace 17 años. Entonces fue solo un espectador; ayer, el héroe del regreso del Betis campeón que consagra el plan de Pellegrini.
El chileno, que le pone la firma a este Betis de autor, es posiblemente el gran artífice de este éxito mayúsculo en un proyecto que va viento en popa a toda vela, en evidente crecimiento, que no se conforma con lo logrado y que tiene muchos nombres propios . Muchos. Uno de ellos, Joaquín, leyenda imperecedera, incombustible. Quería levantar el título y lo hizo. Y por supuesto sacó el capote para colocarle el broche de oro a una noche inolvidable.
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