Así contó ABC la final de 1997: se quedó con la gloria de jugar la final cuando pudo tocar el cielo
La crónica de M. Fernández de Córdoba sobre la derrota del Betis en la prórroga ante el Barcelona
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Iniciar sesiónEl lamento de 1997 se quedó en el aire del Santiago Bernabéu. Aquel gol de Finidi que parecía dar el título, ese tiro de Roberto Ríos a la publicidad que pudo vestir de verdiblanco el trofeo, la mala fortuna de las lesiones en la prórroga ... y los rebotes afortunados para el 3-2 del Barcelona. Se le fue al mejor Betis contemporáneo, con permiso del actual, una final que llegaba 20 años después de la del Calderón y en la que una nueva generación de béticos esperaba bautizarse en la plata copera. No fue así pero no tardó tanto el equipo en darle la alegría esta vez, con sólo ocho años de espera. Pero el grupo en el que brillaban Alfonso, Jarni, Finidi, Alexis, Prats, Merino, Vidakovic y compañía se quedó en junio de 1997 sin esa Copa y así lo contó ABC de Sevilla con la pluma inolvidable de Manolo Ramírez Fernández de Córdoba.
Al Betis se le escapó la Copa
Firmado por M. Fernández de Córdoba.
Lo tuvo todo en la mano. Pero todo se le fue en un suspiro. No pudo ser. Estaría escrito. Pero no acaba el Betis ahí, sino que ahí empieza, ahí sigue, ahí estará mientras sea capaz de llegar a una final copera, de ser cuarto -igualado a puntos con el tercero- en la liga de las estrellas y de tener una afición que se fue a Madrid con ilusión y para traerse la Copa y que vuelve con la misma ilusión manque la Copa se fuera a vitrinas azulgranas. Otra vez, que la habrá, será.
Cuando el sevillanísimo Manolo Melado cantó los números y nombres del equipo del Betis, rugía el Bernabéu. Pero todo, siendo mucho, quedó eclipsado cuando, a los once minutos, Finidi galopa por su derecha, parece que se para en seco, levanta la gaita, Alfonso se está abriendo pidiéndosela desde sus propios movimientos, la manda el nigeriano, controlan las botas blancas del crack verdiblanco, sale Baía, toca Alfonso, rebota y la pelota le da en la cara, descoloca a todos y se va a las mallas cuando Jarni corría para apuntillar.
No había otro equipo que no fuese el Betis. Ni antes de ese gol de carambola de Alfonso, ni después. Porque el Barcelona se arrugó, reculó y temió lo peor. Jarni pegaba pelotazos de veneno, Alfonso desnivelaba jugando más sin balón que con él, Finidi caracoleaba andando para salir como una bala. Atrás, enorme Ríos, segurísimo Vidakovic, enorme Merino, templado Jaime, creciéndose Nadj y Cañas siendo sombra de Guardiola, que no se veía. Ni él ni De la Peña, ni Luis Enrique.
Un susto para Jaro: balón al palo de Luis Enrique cuyo rebote llega a Pizzi para que el portero salve el empate que se cantaba en el único despertar de la afición blaugrana. Pero, cuando todo parecía quedar así; cuando se mascaba el descanso; cuando un formidable primer tiempo iba a cerrarse, Figo, por la izquierda, amaga, abre a su derecha, encara puerta y la pone en la esquina de la red de Jaro. Imparable. Y cuando iba mucho de descuento, Roberto Ríos hace la mejor jugada del partido en control, sombrero, pegada y Baía que se la encuentra al salir a tapar puerta. Cuando se iban los equipos a las casetas, la tarde se tomaba un respiro, el Bernabéu se aplacaba y daba tiempo, entonces, a seguir acariciando ilusiones, porque...
La segunda parte fue de infarto. Comenzó el Barça apretando, espoleado por ese gol cobrado en el descuento de la primera mitad. Se refugió el Betis a la contra, con Cañas muy cansado y Merino un poquito renqueante. Cada equipo guardaba la ropa más que dedicarse a nadar y sería Jaro, en paradón, quien pusiera la grada al rojo vivo. Pasaban los minutos. Nadie quería perder, pero nadie se atrevía a irse arriba a ganar. Y así, llegó Alfonso, en el minuto ochenta y siete, para irse de todos, encarar portería, amagar para dar y dejársela a Finidi para que éste le pegara de cine por la derecha de Baía. Todo parecía ya, a esas alturas, casi decidido. Vibraba la afición. Vibraba el equipo. No quedaba casi nada. Pero un despiste volvió al marcador la igualada. Centro largo de Guardiola que busca la otra banda y desde allí, en el área, en desmarque al borde del fuera de juego, Pizzi cabecea junto al palo para que el Betis, otra vez, se hundiera anímicamente, los nervios, el tiempo y, la prórroga.
El Betis encaró esta prórroga muy tocado físicamente. O más que físicamente, anímicamente. Había tenido la Copa en la mano a muy poquito del final. Había hecho más méritos y, por si fuese poco, en el último suspiro, Roberto Ríos, que había subido en la contra, a pase de Olías a Finidi, le pegó al lateral de la red cuando todo el Bernabéu ya cantaba, en verdiblanco, un gol que se había soñado. Así comenzaba la prórroga. En todos los pensamientos, aquella otra Copa, la del setentaisiete, que se hizo, primero, eterna, y, después inolvidable. Se acariciaba la ilusión de repetirla. El Barcelona, subido de ánimos al encontrarse con el partido cuando ya lo daba rotundamente por perdido. Ahí estuvo la clave. Una de las claves de una final que se vino a jugar a todo tren, que se convirtió en un espectáculo impresionante. Si en las gradas ya era todo un laberinto de colores, banderas, gritos y saltos, en la yerba se vivía el esplendor de dos equipos que sí, que llegaron a la prórroga, tras una larguísima Liga, reventados. Pero había que seguir, pero otro lance de mala suerte, le deja el balón a Figo y aquí se acababa todo. El Betis caía. Lo hacía con un equipo grande siendo un equipo grande. Luchó, se puso por delante en el marcador en dos ocasiones. Tuvo las mejores oportunidades. Mereció lo mejor. Ya escribí en las vísperas que si la gloria era llegar a la final, ganarla seria alcanzar el cielo. Pero la suerte se quedó en las nubes. Un golpe de fortuna, un infortunio, una jugada fortuita y un balón que se va a las redes para que toda la ilusión verdiblanca se ahoga en ella. Falló la fortuna. Queda la esperanza. El adonde se llegó y de qué forma. El de qué manera se saltó al Bernabéu y de qué manera, con su gente entregada en el empeño, se salía del coloso madridista. No pudo ser porque así estaría escrito. Pero la historia continúa. Este Betis es grande. Su gente, su afición, capaz de irse en masa a Madrid y donde hiciera falta. El club, en las nubes. Y el equipo se quedó en la gloria de jugar la final cuando pudo tocar el cielo...
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