Un Betis de honor y gloria
«Al ver caer a Nadal en Indian Wells volví a pensar que puestos a perder hay que hacerlo siempre como el de Manacor, y entonces entendí que este Betis cayó así en Alemania y que tenemos que admirar que en cada momento está dando lo mejor de sí mismo, y en eso no falla»
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Iniciar sesiónReconozco el disgusto mayúsculo tras el gol en propia meta que eliminó al Betis de la Europa League, cómo no. Esa noche me fui a la cama jurando en arameo y pensando que el desenlace fue el peor posible, acumulando el desgaste de una prórroga ... que le llegaba al equipo en el peor momento, el dolor por los errores cometidos en ese momento crítico y un golpe psicológico de consecuencias imprevisibles. Es decir, que no sólo me pesaba la cruel expulsión de la competición europea, sino lo que pudiera venir después. Se sabe que hay momentos concretos en los que los goles tienen el efecto de dar alas o de poner plomo, en el contexto de un partido o incluso de una competición, y desde luego que ese tanto en el minuto 121 del encuentro de Frankfurt tenía toda la pinta de ser de esos que hacen pupa. Sumando el cansancio acumulado, el viaje, la decepción por la forma y por el fondo de la eliminación y, por supuesto, las numerosas bajas que acumulaba el equipo, el duelo con el Celta que iba a cerrar este ciclo de la temporada, antes de llegar a un nuevo parón liguero pidiendo la hora, daba mucho miedo. «¡No diga usted miedo, que aquí sólo tenemos respeto!». No, no, la diplomacia «de precisión» se la dejamos a otras. El choque de Balaídos daba un miedo atroz, porque se daban todas las circunstancias, todas, para justificar una derrota previa a este nuevo punto y aparte en la temporada, que resultaría tan agria como comprensible.
Qué importante es a veces no perder....
Pero no. No hubo derrota. El Betis no perdió en Vigo a pesar de todos los pesares y de la frescura del contrario. Firmó su primer empate a cero de toda la campaña a la finalización de un partido que fue muy plano, en el que contemporizó todo lo que pudo, priorizando la compostura en el trabajo defensivo sobre todas las cosas, y en el que tuvo momentos para la desesperación de los béticos, ya que es difícil digerir el paso atrás para aguantar la posesión de la pelota en situaciones de aparente ventaja para el ataque o presumibles oportunidades para llegar al área del contrario. Pero era lo que tocaba porque el equipo, claramente, lo que quería era llegar al descanso liguero sin más cicatrices y sumando algún punto en un choque que tocaba afrontar, como escribía antes, en un momento anímico muy difícil y con las fuerzas muy justitas.
Por la noche vi a Rafa Nadal perder la final del torneo de Indian Wells, lesionado y sin poder golpear la bola como a él le gustaría, mermado desde el comienzo del juego y esforzándose al máximo para poder ser competitivo. El de Manacor, una vez más, jugó con todo lo que tenía, dio lo mejor de sí mismo dadas las circunstancias y poco a poco se metió en un partido en el que lo tenía todo en contra hasta llegar a tener la posibilidad de forzar un tercer set en contra de cualquier pronóstico. Y me llamó la atención cómo celebró la victoria su verdugo, Taylor Fritz. Ganar a Rafa Nadal es un hito para cualquier tenista del mundo, no cabe duda, pero el norteamericano rompió a llorar de emoción porque conquistar un Master 1000 en su país y hacerlo ante el mito balear ha de ser emocionante como pocas cosas para él, pero también porque a medida que avanzaba la final se fue dando cuenta de que podía perderla incluso con Nadal a medio gas, ya que el español se estaba viniendo arriba, buscando y encontrando armas con las que competir a falta de las habituales, y que podía arrebatarle un triunfo que en el primer set probablemente él veía muy cerca al evidenciar Nadal sus problemas físicos prácticamente desde el primer peloteo. Supongo que en algún momento pensó Fritz, quizá cuando Nadal se puso con ventaja en el tie-break del segundo set para empatar el partido, que igual que ganar iba a ser motivo de fiesta y algo para contar a sus nietos, perder contra un Nadal tan limitado también podría ser un poco humillante para él y pesarle para siguientes compromisos. ¿Se imagina usted qué presión? ¿A que sí? Pues así es más fácil entender también las lágrimas de Taylor Fritz, que seguramente eran de emoción por un triunfo tan relevante en su carrera pero también de alivio. Todo importa y todo pesa.
Competir como Nadal, competir con raza
¿Y por qué le cuento yo todo esto? Pues porque al consumarse la derrota de Nadal pensé, por enésima vez, que este tipo es tan admirable en la victoria como en la derrota, y que puestos a perder, preferiría hacerlo siempre como él, sin tirar la toalla, buscando herramientas que pudieran ofrecer alternativas para competir y sumar alguna «chance» en los peores momentos, poniéndoselo al contrario lo más difícil posible y dejando el pabellón alto y a los seguidores con la sensación de que se puso siempre en la pelea todo lo que en cada momento había para dar lo mejor. Y entonces, ya a las dos de la mañana y en la cama, pensé de pronto que así había caído el Betis en Alemania. Tres días después, comprendí que mi equipo había hecho en el campo del Eintracht justo eso por lo que tanto admiro a Rafa Nadal. Confieso que en las 72 horas que siguieron a la eliminación europea pensé que hubiera sido mejor para el equipo caer en el minuto noventa, con el cero a cero, y que los jugadores se ahorraran la paliza que se dieron en la prórroga y que todos nos hubiéramos evitado el disgusto mayor de perder de forma tan dolorosa. Pero no. Después de ver la final de Indian Wells entendí que el Betis hizo en el Deutsche Bank Park de Frankfurt lo que tenía que hacer ese día y lo que tiene que hacer siempre, que es dar todo lo que tenga en cada momento y hasta donde le dé. Y me sentí aún más orgulloso de los de Pellegrini pensando el mérito añadido que tenía el empate átono de Balaídos.
No voy mentirle: estaba hecho a la derrota en Vigo. Pensaba que el equipo llegaba a esta cita hecho ya unos zorros y que lo importante era parar después de este encuentro, recomponerse, cargar de nuevo la batería todo lo posible y recuperar jugadores para afrontar los diez últimos partidos de la temporada con el máximo del potencial disponible. Son nueve citas de la Liga para tratar de terminar en la clasificación más alta posible y una final copera, en Sevilla, para luchar por conquistar un título mayor después de 17 años, una tercera Copa del Rey para dar gloria a un año que en cualquier caso tendrá que ser recordado por la formidable temporada que está haciendo el equipo. Y, sin embargo, el Betis no perdió ante el Celta. Es más, a pesar de jugar con la energía bajo mínimos, aún tuvo sus oportunidades para marcar y llevarse los tres puntos de tierras gallegas, y quiero recrearme en esto y reconocer la actitud y el pundonor de este equipo, que está dando en cada momento lo mejor de sí mismo. Al fin y al cabo, cuando la batería entra en zona roja se resienten los reflejos, se pierden décimas de segundo para arrancar y para llegar, y eso es lo que marca la sutil diferencia entre que Juanmi las enchufara todas hace unos meses y que ahora sus remates se encuentren con el portero rival, como pasó en Alemania tras la jugada sideral de Joaquín, o se vayan a unos centímetros del arco, como pasó en Vigo después de una maniobra fantástica del malagueño en la frontal. Falta ese pelín de frescura y sobra mucho de dignidad, y como escribí hace días, donde hay honradez no hay dudas. Y cada día tengo menos respecto a este Betis que merece honor hoy y la gloria que puede venir el 23 de abril. Sea.
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