el tercer tiempo
La pasión, según el Betis
Los verdiblancos caen cuando más habían enfervorecido a la afición

Domingo de Ramos. Según la tradición, el pueblo sacó ramas de palma en señal de reconocimiento a Jesús entrando triunfalmente en Jerusalén. Comienza la Semana Santa. Para no pocos sevillanos, el fútbol y el mundo cofrade constituyen sus dos principales anclajes de la memoria y ... aun sus más importantes contextos de experiencia emocional. Por la mañana fui a Alcalá del Río, donde algunos devotos de la Hermandad de la Vera-Cruz dicen que lo suyo es el verde, «del Betis y de la Cruz», de la misma manera que he conocido a muchos sevillanos que no dudan en manifestar su principal adscripción identitaria en términos de un binomio cofrade-futbolero: «De la Macarena y del Betis». Mi amigo Paquiño es gallego, pero se define como «del Betis y del Silencio». En los minutos previos al partido, el club hizo sonar por la megafonía la marcha de Semana Santa «Alma de Dios», al mismo tiempo que la grada de animación en Gol Sur desplegaba un enorme tifo: «En nuestras almas, devoción y fe en ti».
Si «la primavera la sangre altera», también lo hacen las pasiones semanasanteras. Pareciera que uno está predispuesto a todo tipo de efervescencia emocional. El calendario quiso que el Villarreal visitara el Villamarín en el inicio de esta semana de Pasión. Ayoze fue víctima de la exaltación de un público que no le perdona haberse marchado por dinero. Con no poca guasa, circuló por las redes un meme en que el internacional tinerfeño era asimilado a Judas. En el fútbol uno pasa rápidamente de héroe a villano, de Judas Tadeo a Judas Iscariote.
Betis y Villarreal ofrecieron un espectáculo apasionante. El Betis se adelantó en el minuto 2, en las botas de Ruibal, después de una larga posesión. Pero el Villarreal demostró por qué va quinto y empató en una jugada confusa en el área. Nada más comenzar la segunda parte, Ayoze aguó la fiesta: marcó, no lo festejó y calló a los que le habían convertido en chivo expiatorio. Habría que estar cabreado con quien le dejó marchar, y no con quien se va porque no le dan lo que merece.
Con el 1-2, el Betis se encomendó a Isco y en sus botas estuvo el empate, pero erró por poco. El empate hubiera sido lo justo, pero, como está convencido todo creyente, no cabe esperar la justicia en la tierra. Y el fútbol es cosa de mortales, pese a que se viva como si en 90 minutos estuviera en juego la vida y muerte de un pueblo.
Los trajes y las corbatas abundaron en las gradas, y no solo en el palco, como es usual: muchos hicieron una pausa en sus compromisos semanasanteros para atender a su otra devoción. Dicen que hay dos tipos de capillitas: quienes se enfervorizan solo con su hermandad y a los que les gusta cualquier expresión cofrade. Estos últimos se estremecen también con el paso de un Cristo que no sea el suyo. En las primeras dos décadas del siglo XX, la prensa sevillana distinguía dos tipos de aficionados, los «parciales» y los «imparciales», los «apasionados» y los «desapasionados». Con el tiempo, los «apasionados» se han hecho mayoría, pero aún hay, aquí y allá, a quien le gusta el fútbol y disfruta con un partido en el que no participa su equipo. Conozco a quien, viniendo a Sevilla para deleitarse con los pasos de Semana Santa, no dudó en comprar una entrada para el Betis-Villarreal. Con el primer gol de Ruibal en el minuto 2, estaba tan entregado a la causa verdiblanca como el converso que manifiesta su devoción con más exaltación que el viejo creyente. Al final del partido, le vi marcharse contrariado, en silencio.
Hay ciudades y equipos que atraen irremediablemente, acaso porque la pasión es allí un elemento trascendental que nos recuerda que la vida hay que vivirla con intensidad. Y con devoción. Cada cual con el sentido que le dé a este término.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete