¡Vamos, Ilia, Matador!
Topuria, pasos cortos, firmes, semblante serio, mentón recogido, hizo verdad esa máxima de que quien controla el centro del octágono domina la pelea
El emocionante mensaje de Ilia Topuria sobre la bandera de España tras su victoria en la UFC
Ilia Topuria se consagra como contendiente al título de UFC tras dar una cátedra de golpeo a Josh Emmet
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Iniciar sesiónDe repente me vi abrazado a mis hijos, gritando «¡vamos, Ilia, vamos, dale Matador, dale!». La masa vociferaba ¡U.. S… A, U…S…A! pero fue un instante solo. Porque Topuria, pasos cortos, firmes, semblante serio, mentón recogido, hizo verdad esa máxima de que ... quien controla el centro del octágono domina la pelea.
El Matador hispano-georgiano esquivaba las bombas que le lanzaba el veterano luchador norteamericano como si fueran las rosas que precedieron su camino hacia la gloria, también a la historia, en el estadio de Jacksonville. Ilia contaba, ballesteaba, bailaba sin perder jamás la cara a su oponente. El golpe seco de su puño de hormigón cayó como un peso muerto desde un sexto piso. Rápido, casi mortal y si no lo fue es porque Emmet es duro como el pedernal de su leyenda de secundario de lujo.
Las bravuconadas previas de Topuria, «voy a noquearlo en el primer asalto, no me va a tocar la cara», pronto se vio claro que eran sólo eso, el dopaje anímico de un peleador que sabe que la verdad está en la jaula pero que la batalla necesita de un prolegómeno de pavoneo, ese hermanamiento de cofrades conjurados para pegar con él hasta quedarse sin aliento.
Ilia Topuria, la nueva estrella del deporte español es un guerrero: «No es arrogancia, voy a ser campeón»
Álvaro G. ColmeneroEl luchador de MMA alicantino, que podría optar al título de UFC si gana este sábado ante Josh Emmett, se ha convertido en un fenómeno de masas gracias a su enorme talento encima del octágono y su carisma
No sé si sonrió, ni siquiera recuerdo si levantó los brazos al cielo de luces que balizaban su sendero a la gloria de la UFC. Hierático, concentrado, en maestro, aceleró cuando supo que era su momento, quizá pensando que era mejor apurar y no terminar el combate antes de tiempo, que cinco asaltos son eternos y bien merecía saborear la ambrosía de la gloria hasta empacharse de éxito.
Los coros patrióticos enmudecieron para dejar sitio a los «¡vamos, Ilia, joder, ya está hecho!«. Omar Montes señoreaba en la platea y arriba, en el graderío, vi a un campeón español ganar abrazado a mis hijos con la emoción de que el Matador acababa de cincelar su nombre en el parnaso donde solo habitan los guerreros.
Guzmán y Bosco arrancaron el póster del combate, lo enrollaron y salieron del estadio abrazados a su padre, mirándonos en silencio, satisfechos, porque quien tenía que hablar lo hizo donde tocaba, en la jaula, en el centro, la mirada fija, el paso firme, el brazo suelto, el puño silbando hacia delante, seguro, firme, marcando el tempo, una clase maestra en el octágono, desde ya su templo.
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