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Masters de Augusta

Veneración a los maestros

Augusta rinde culto a sus campeones y les invita a jugar cada año aunque los veteranos ya no pueden brillar allí

La eterna juventus de Bernhard Langer aún le permite firmar vueltas bajo par en el Masters AFP

Miguel Ángel Barbero

Cuando un torneo se denomina «de maestros» lleva mucho implícito en el nombre. No solo que quienes lo ganan son muy buenos en lo que hacen, sino también que tienen capacidad de enseñar. Y en ese sentido, los organizadores del Masters regalan unas impagables lecciones de golf a los aficionados.

En un deporte profesional en el que cada vez existen más limitaciones para el talento y donde solo valen los últimos resultados, la llegada de esta cita de abril se presenta como un oasis para la nostalgia. Los ganadores en el National tienen el privilegio de vestir una chaqueta verde y también de jugar el torneo mientras se sientan competitivos, lo que lamentablemente va reduciendo el número cada año. Con el incremento de distancia que se produce en cada edición se ha convertido en un recorrido inaccesible para los que ya peinan canas.

Como manda la tradición, el golpe inicial del torneo lo realizan las tres leyendas históricas del golf: Jack Nicklaus (18 majors), Gary Player (9) y Tom Watson (8) . Sin embargo, este no de ja de ser un momento testimonial no que cuenta para el torneo. Lo que sí tiene validez es lo que sucede a partir de entonces, con los valientes que deciden afrontar el reto de pisar el diseño de Bobby Jones una vez más.

Una lista incompleta

De todos los ganadores que podrían hacerlo, trece renunciaron por decisión propia con antelación, los tres mitos más Aaron, Burke, Coody, Crenshaw, Faldo, Floyd, Goalby, O’Meara, Stadler y Zoeller. Otros valientes se sumaron a los 87 golfistas salieron desde el tee del hoyo uno. «Después de treinta años viniendo aquí, todavía me tiemblan las piernas cuando oigo que anuncian mi nombre», reconoce José María Olazábal , que es uno de los más queridos por el público. Eso hace que, por muy contrarias que se pongan las cosas (lluvia, malos golpes, certeza de que un año más no pasará el corte...), sigue escuchando palabras de ánimo a su paso. «Go, gosemaruia», es lo más habitual, aunque no falta de vez un cuando un «aupa, José Mari», que delata rápidamente la procedencia de sus seguidores. Y también una moral cercana a la del Alcoyano, cuando dicen «vamos, que si hace birdie en el par 5 del 8 todavía puede remontar», sin percatarse de que los once golpes sobre par que lleva en esos momentos son una losa insalvable para él y para los operarios del marcador (no está preparado para esa cifra y deben poner solo un uno en su casillero, para regicijo del respetable, que ve de repente a su ídolo con diez golpes de menos.

En el paseo por Augusta National no proliferan las pizarras, por lo que los espectadores tampoco prejuzgan a los profesionales por el juego que están desplegando y sólo les alaban por lo que recuerdan de ellos. Ver de cerca a antiguas estrellas como Fred Couples, Larry Mize, Ian Woosnam o Vijay Singh es algo que los amantes del golf aprecian como no sucede en otras especialidades. Aunque sea una vez al año, en ningún otro deporte se puede ver competir en las mismas condiciones a tres generaciones de atletas, como sucedio aquí en las dos primeras jornadas. Berhnard Langer (62 años) superaba de largo la suma de la edad de sus dos compañeros, Álvaro Ortiz (23) y Matt Wallace (28), en lo que fue una auténtica lección de vida para ellos.

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