Un helado para Raikkonen
Todos miraban a Charlie Whiting, el perpetuo director de carrera de la FIA, el árbitro de la Fórmula 1. Y determinó que la carrera debía suspenderse por la escasa visibilidad que se anunciaba pasados unos minutos de las 18:52. Hasta ese momento, fueron cincuenta minutos en el caos.
La carrera se detuvo a las 18.02 cuando la lluvia adquirió tintes bestiales. Se vieron entonces imágenes insospechadas. Coches parados en mitad de la pista, los pilotos guarecidos bajo los paraguas, los monoplazas Brawn tapados con lonas negras para mitigar el agua. Y mucha negociación bajo cuerda en un intento de los pilotos de asumir una cierta unanimidad. Mark Webber se paseó por los volantes más influyentes buscando consenso entre sus colegas para evitar que se diese de nuevo la salida.
El australiano de Red Bull preguntó a Alonso, a Hamilton y a Button. «Vale más suspender la carrera que seguir con ella, porque nos exponemos a que haya un accidente serio y luego todos tengamos que lamentarlo», dijo Alonso, calado hasta los huesos y protegido por el paraguas de Fabrizio Borra, su asistente personal.
Whiting cavilaba las posibilidades en función del agua que caía, mientras miraba al cielo para calcular los minutos de luz. De repente, la tele enfocó a Kimi Raikkonen vestido de calle, polo rojo Ferrari, gorra calada, bermudas color tierra, comiéndose un helado de chocolate.
Kimi sonrió pillo a la cámara que lo había cazado en esa pose, mientras el resto del mundo discutía unos metros más allá qué hacer con la carrera, y desapareció. Como aquel día en Mónaco, siendo todavía piloto de McLaren, cuando se retiró de la carrera por un accidente y diez minutos después la cámara lo ubicaba dentro de un yate, sin camisa y degustando una copa de champán.
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