Histórica España, campeona de Europa por primera vez

Un triunfo trabajado, sufrido, de mirar hacia dentro, de paciencia, confianza y remontada. Para valorar más la hazaña y la dificultad. Ante una eléctrica Suecia , que ya había mostrado que su juventud se evidenciaba en un juego rápido y de contragolpe, España salió al ralentí. Demasiados problemas al ataque y blandos los brazos en defensa. Lo peor, que no había piernas para correr a la contra ni para cerrar cuando se erraba en la vanguardia.

Se falló demasiado: Aginagalde, Entrerríos, incluso Rivera desde los siete metros. Alas para una selección sueca que buscó a Nielsen, una pesadilla en los lanzamientos, y se refugió en Appelgren, más grande en la portería con cada parada. Condiciones que llevaron a los nórdicos a un 4-0 que generó tensión , incertidumbre y nervios en los hombres de Jordi Ribera, que no dejaba de pedir velocidad en las transiciones porque por ahí llegó la sangría de goles.

A España le faltaba correr, encontrarse a sí misma y a su juego colectivo y creativo que la había llevado a esta quinta final. Apareció Entrerríos, el capitán, para reconducir las ideas y liderar la reconversión: volver a ser España . La defensa se replegó, se juntó, se encontró con el compañero. Se frenó en algo el ataque sueco, pero tampoco se acababa de encontrar la llave que descerrajara el muro rival. «Intensidad», gritaba Entrerríos. Al descanso, seguía habiendo dos goles de distancia con el empate, tres para el oro. Y muchas dudas.

Pesaba el cansancio, pero sobre todo la tensión de la quinta final. Había calidad, ganas, energía. Faltaba completar el puzle. La paciencia. La confianza. Creer en sí misma. La poción se tomó en el vestuario. Un cambio de actitud, un encontrarse a sí misma y volver a los orígenes.

Una reconversión increíble que comenzó con la parada de Sterbik . El portero de origen serbio se entonó y contagió seguridad a sus compañeros. De sus manos salían las paradas que terminaban en gol en las de Balaguer, Sarmiento, Ariño, Entrerríos. Ribera optó por cambiar la defensa, e introducir a un jugador que pudiera desequilibrar al rival. Poco a poco, se encontró la fórmula para desbaratar los ánimos suecos. A golpe de robo de balón, de goles a la carrera, de ser la mejor España , la de siempre, en el mejor momento.

La selección recuperó la desventaja con facilidad, por fin despierta para encontrar el hueco y hacer más pequeño a Appelgren. Solé, desde los siete metros, liberó la ataduras, el complejo de la maldición. Un gol, dos goles, tres, cuatro. Comenzó a gustarse tanto que se fue en el marcador y acribilló a Suecia, que no sabía ni por dónde le venía el vendaval. Por fin España corría libre, se reconocía . Aplastaba al rival, agarrotada con tres tantos en veinte minutos.

Por fin el ADN de esta selección: un juego compacto y férreo, solidario y alegre. Un grupo de amigos que se apoya porque cada pequeño éxito individual repercute en el colectivo. La efectividad de Sterbik era la de Balaguer, Entrerríos, Dujshebaev. Desde los extremos, con los pivotes, en acciones que incluían a todos. Para crecerse en la recta final, con cinco goles de ventaja cuando todavía quedaban diez minutos. Adrenalina desatada que ya no se fue. Al contrario, la sonrisa se contagiaba, se olvidó el cansancio y el duro camino hasta aquí . El de estas dos semanas, el de las dos últimas décadas. Siempre un Europeo es más difícil que un Mundial o que unos Juegos.

Pero rota la maldición de Francia, rota la maldición de las finales europeas, España marca ahora el camino de un balonmano exquisito que exprime virtudes para adaptarse a las nuevas formas de jugar. No siempre gana el físico. Ganaron los de Ribera, en bloque, como siempre gana España. Ganaron por ellos y por todos los que no podían repetir final para cambiar la historia. Por fin España campeona de Europa.