Juegos Olímpicos

Derek Redmond y una derrota de película

El velocista británico sufrió en Barcelona 1992 una de las derrotas más recordadas de los Juegos Olímpicos

Derek Redmond y una derrota de película olympic.org

andrés aragón

El Olimpo de los Juegos no sólo está reservado para las grandes hazañas. La gloria también guarda espacio para atletas que cayeron ennobleciendo el deporte. Episodios como el que protagonizó Derek Redmond en Barcelona 92 enseñaron que la épica también sabe ... de derrotas.

Quedan apenas unos segundos para que dé comienzo la semifinal de los 400 metros y el velocista británico destensa músculos con gesto confiado. «No va a pasar lo mismo que en Seúl», parece pensar. Cuatro años atrás, Redmond tuvo que abandonar a las puertas de la prueba por culpa de una tendinitis que aún no había superado. Antes de Barcelona y con sólo 27 años, ya había pasado 13 veces por el quirófano para solucionar unos persistentes problemas en el tendón de Aquiles.

El arranque por la calle 5 fue perfecto, y con los 100 primeros metros cubiertos, ya asoma por una cabeza que dominaba el campeón olímpico, Steve Lewis . Había ganado su serie en la fase de clasificación y aquí también estaba era favorito. Un año antes, en los Mundiales de Tokio , Redmond había sido parte del equipo británico de relevo largo que había derrotado a Estados Unidos en una de las mejores carreras de la disciplina que se recuerdan.

Pero algo se rompió a mitad de camino. Redmond frenó en seco y se echó la mano a la parte posterior del muslo derecho. Hincó la rodilla en el suelo y dos oficiales de carrera se acercaron a ofrecer asistencia. Ignorando su ayuda, el velocista británico se levantó y avanzó cojeando, con el rostro inundado de dolor. Un tercer árbitro intentó pararle, también sin fortuna. Tenía que terminar la carrera.

Lo que sigue es parte esencial de la historia del Olimpismo. Su padre, Jim Redmond, forcejeó con la seguridad de la pista hasta que logró alcanzar a su hijo. Cogidos del hombro, continuaron unos metros hasta que Derek rompió a llorar. «Pasara lo que pasara, tenía que terminar y yo estaba allí para ayudarle», explicaría su progenitor.

Con las cerca de 60.000 personas que llenaban Montjuic aplaudiendo en pie, padre e hijo cruzaron la meta. «Empezamos juntos su carrera y creo que debíamos acabarla juntos», sentenció Jim Redmond, sabedor del triste futuro que esperaba a su hijo. Derek Redmond fue descalificado, pero la actuación que acababa de cerrar entre lágrimas quedaría en el rincón de las derrotas más hermosas .

El maratón de Gabrielle

Ocho años antes, los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 auspiciaron el primer maratón femenino. Las altas temperaturas registradas aquel 5 de agosto en la ciudad californiana hicieron mella en todas las participantes, pero el final de la suiza Gabrielle Andersen-Scheiss (39 años) conmocionó al público.

La atleta llegó al estadio olímpico al límite de sus fuerzas y, aunque entró corriendo, pronto los calambres se adueñaron de su cuerpo. Andersen invirtió casi seis minutos en completar la vuelta al tartán, incluyendo una recta final que se convirtió en una tortura. Sin apenas poder doblar las rodillas y manteniéndose en pie a muy duras penas, la deportista suiza caminó dando bandazos de un lado a otro.

Andersen invirtió una parte de las fuerzas que le quedaban en pedir a las asistencias médicas que no la socorrieran. Una ayuda hubiera supuesto su descalificación. Durante interminables minutos siguió su camino hasta la meta, donde se derrumbó en brazos de los galenos nada más cruzar la meta. «Si luchamos aunque no sea fácil luchamos, incluso aunque no vayamos a ganar, eso muestra el espíritu de los Juegos Olímpicos", sentenciaría años después.

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Tres meses 1 Al mes Sin permanencia Suscribirme ahora
Opción recomendada Un año al 50% Ahorra 60€ Descuento anual Suscribirme ahora

Ver comentarios