mundial de natación
La explosión de una depredadora
La catalana comenzó en la piscina por recomendación médica; su instinto y su entrenador la han encumbrado como la mejor
laura marta
Ssssh. Mireia Belmonte pide silencio. Ssssh. Sus brazadas, milimétricas, gráciles y potentes surcan la piscina del Sant Jordi con medida parsimonia. Ssssh. Solo es un entrenamiento, activa los músculos recordando los miles de kilómetros que llevan encima. Ssssh. Con ellos ha logrado un bronce ... y dos platas mundiales en este Mundial de Barcelona 2013 que cerró ayer. Pero ella no descansa, continúa nadando hacia su próximo viraje. En su estela, más de diez años de récords, aplausos, lecciones y algún que otro obstáculo que, sin embargo, no ha sido nunca una barrera, sino un trampolín para tocar la siguiente pared.
Por prescripción médica, una escoliosis la lanzó a la piscina de su barrio, la primera que unió su nombre a la natación. Poco importó que necesitara aquellas clases para curar la espalda, había encontrado el ambiente propicio para alimentar un instinto ganador que, unido a su capacidad de sacrificio siempre la hizo ir un paso más lejos que el resto de los mortales. Perdió su primera carrera a esa edad en la que todavía no se es consciente de lo que está bien o mal. Con seis años, para Mireia quedar segunda estaba mal, muy mal, una afrenta que se prometió no volver a sufrir: «Me pillé un enfado tremendo», recordaba para ABC hace apenas un año. Lejos de abandonar, las lágrimas la hicieron más fuerte , el oro iba a ser el único premio posible. A su potencial, a medias innato a medias trabajado hasta la extenuación, se sumaba un brillo especial en sus ojos de mar que nadie más tenía. «Poseía un instinto depredador inusual para su edad. Ganaba con la mirada antes de saltar », la describe Fernando López, uno de sus primeros entrenadores.
Forjado su carácter deportivo en miles de triunfos, su a mbición creciente le exigía hasta los límites que ella misma se encargaba de aumentar. Su nombre todavía adolescente se oía cada vez más fuerte en medio mundo, inabarcable su palmarés en categorías inferiores cuando las puertas de Pekín se abrieron para ella. Un cielo que no estuvo exento de trampas. En una edad tan difícil como la adolescencia, Mireia, uñas impecables, pendientes y anillos a juego, feminidad a raudales , luchó contra ciertas envidias de un estigma que no pidió. Era «la elegida» y todos los focos, con buenas y no tan buenas intenciones, se centraron en ella. Demasiada presión , inmerecida, se adueñó de sus 17 años. «Quería nadar por todos, estaba muy orgullosa de su papel», recuerda Nina Zivanevskaia. Pero salió mal, ella salió mal, y las críticas fueron feroces. Otra vez aquella carrera perdida a los seis años.
Levantarse más fuerte
Otros hubieran desistido, ella no. Creció en aquella cita olímpica con el cariño de Zivanevskaia, su compañera de habitación, de quien recibió consejos y buenas palabras. Una conexión que nació con un autógrafo y se hizo eterna. Compartieron confidencias, sueños, temores. El testigo cedido a la sucesora . Otros hubieran desistido, ella no. Si una alergia crónica al cloro no la había despegado del agua, no lo iban a hacer meras palabras. Otros hubieran desistido, ella no. No es la educación que le han inculcado sus padres, apoyo inquebrantable . Esos Juegos le dieron una nueva pared para tocar y dar la vuelta con más fuerza que nunca. Encontró por fin a quien, sabiendo de su potencial, la obligó a sacarlo de ella. Fred Vergnoux . Miles y miles de largos. Psicólogos para liberar la presión. Un plan de entrenamientos acorde con su autoexigencia que, por fin, brilló en Londres .
Sus ojos, resplandecientes, sonreían en el reflejo de la plata. Sí, otra vez la palta, pero esta era una que no llevaba ningún enfado y toda la alegría acumulada en horas de sacrificio. La palabra que la define . Habían pasado quince años de aquella carrera perdida y esta era una ganada. Al público, a la presión, a su propio miedo, a su futuro. Aquella niña de seis años lloró por la alegría. Y las que vendrán. Ssssh. Mireia nada.
La explosión de una depredadora
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