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Balonmano español: medallas en valores y sacrificio
El balonmano español ha llegado a la cima del deporte con dos campeonatos del mundo
Balonmano español: medallas en valores y sacrificio
Caía la noche de enero sobre Montjuic y el Palau Sant Jordi rugía con la selección de balonmano . Con el pitido final las gradas explotaron de alegría. España ganaba el oro en el Mundial de casa ante la todopoderosa Dinamarca. Última muesca de ... un brillante palmarés que empezó hace tres décadas.
Fue el de 2013 un triunfo con reminiscencias de antaño, de aquella otra euforia de la que fueron protagonistas Pagoaga, Albizu, Cecilio Alonso, De la Fuente, Calabuig, Novoa, De Andrés, López Balcells, Serrano, Goyo y Uría. Un oro en el Mundial B de 1979, con una final ante Suiza (24-18) también en Barcelona, que clasificó a la selección para los Juegos Olímpicos de Moscú 80 y desterró para siempre la segunda categoría del balonmano español: «Se ha conseguido —no otra cosa— un sitio a la vera de la nobleza europea. Como ser edecanes en una corte imperial», firmaba la crónica ABC. «Fue el inicio del camino a la élite. Con sus más y sus menos, allí nació el respeto en Europa y en el mundo, allí se forjaron las medallas posteriores. Ya nunca dejó de estar arriba», apunta Juan de Dios Román, que debutaría como seleccionador en 1984.
Los países del Este y la antigua URSS impidieron romper el techo que supuso aquella quinta plaza en Moscú. «Fuimos también quintos del mundo en 1986, en 1990 y en 1993. Era como un tope, la cota máxima a la que podíamos llegar», prosigue Román. Pero la competición nacional, la Liga Asobal, con clubes como el Barcelona , el Atlético de Madrid , el Granollers , el Ciudad Real o el Bidasoa aumentaran la calidad de los entrenamientos y crearan una estructura más profesional. Fue esa la base, la técnica y el entusiasmo; y el fruto, Atlanta 96.
Y por fin, la gran cosecha
«Siempre se luchaba, pero la plata en el Europeo en casa y, sobre todo, el bronce en los Juegos de Atlanta fue el despegue definitivo por el que España pasó a ser candidata a todo. Nos lo creímos por fin», afirma José Javier Hombrados , que estrenó la camiseta nacional en los Juegos de la Amistad del 94 en San Petersburgo. Acostumbrado el país a los éxitos individuales —ciclismo, tenis o atletismo—, el bronce en un deporte colectivo multiplicó la alegría y la fama. «Nos conocían en la calle. Los éxitos con tu club son una cosa, pero es en la selección donde se toma relevancia», recuerda Hombrados.
Un ciclo olímpico de lo más dulce, con una sociedad volcada y orgullosa, que cerró con el segundo podio, otro bronce, en Sídney 2000. Colofón que, sin embargo, dio paso a una época llena de incertidumbre y malos resultados, como la séptima plaza en Atenas 2004.
Renacimientos de oro
Poco tiempo después de aquel bache olímpico llegó al equipo Albert Rocas . Entró en un vestuario con una hoja de ruta en blanco. «No se sabía qué iba a pasar. Renunciaron Dushebaev y Ortega. Entramos Juanín García, Entrerríos, Íker Romero y yo, y quedaron como veteranos Barrufet, Garralda o Lozano. Se nombró a Juan Carlos Pastor , pero como entrenador de paso». Tanto es así que su contrato era de tres meses, solo para el Mundial de Túnez. «No disputamos ni cinco partidos de preparación». Pero esta selección, consolidado su nombre en Europa, cimenta los éxitos en los valores de compañerismo, de juventud y de sacrificio. Y con ellos, la transición no pudo tener mejor final: el oro mundial, primero en la historia, descomunal por cómo se había logrado. «Por la falta de presión. Y por el buen ambiente en el vestuario. Éramos amigos dentro y fuera, y se nota», reconocen Hombrados y Rocas.
Y todavía quedaban dos grandes páginas que escribir. España sabía ganar, y con un juego exquisito. El primero, en Pekín 2008 , un tercer bronce que se diluyó «porque la sociedad parecía estar acostumbrada a los triunfos colectivos», admite Hombrados. Volvieron a rozarse las medallas en Londres, pero Francia lo impidió. Pero del dolor, la gloria. Volvió España a vibrar con el balonmano en el Mundial de casa, con final en Barcelona. Guiño quizá a aquellos primeros héroes del 79, e idéntico resultado, un oro que se escribió con calidad, técnica, afición, canciones infantiles y buen humor, mientras caía la noche de enero.
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