Viaje al universo Hergé, el genio detrás de Tintín

'Hergé. The Exhibition' no escatima en medios para ello. Comisariada por el Museo Hergé de Lovaina la Nueva (Bélgica), la exhibición reúne más de 300 piezas originales entre ilustraciones, planchas, primeras ediciones, bocetos, dibujos originales, maquetas o fotografías. El conjunto deja a las claras por qué el creador belga está considerado el padre del cómic europeo, pero también ofrece una reveladora visión acerca del diálogo que mantuvo con el arte contemporáneo de su época y el marcado carácter polifacético de su talento.

Como señaló Soldevilla, las vanguardias empapan su trabajo artístico, ya sea como diseñador de primer nivel, como grafista innovador o como publicista de grandiosa modernidad. En los años treinta, nacía Atelier Hergé-Publicité, con el que, junto a su socio José De Launoit, diseñó hermosos carteles, folletos y portadas distinguidos por una de sus máximas: la línea clara.

Sin embargo, la pintura fue la otra gran pulsión expresiva de Hergé, tanto, que llegó a rivalizar con Tintín. «El cómic es mi único medio de expresión. ¿Qué otra cosa está a mi alcance? ¿La pintura? Has de consagrarle toda la vida. Y como solo tengo una vida –y ya bastante avanzada–, he de escoger: la pintura o Tintín», le confiesa al escritor Numa Sadoul en 1971. La muestra exhibe alguna de sus obras, claramente influenciadas por artistas como Miró o Modigliani. El arte también deja su huella en su célebre personaje: en sus aventuras aparecen guiños a pintores surrealistas y homenajes a obras clásicas. «La relación más llamativa sea quizás esa gran ola a la que Tintín se enfrenta en 'Los cigarros del faraón' y que podemos comparar con la del pintor japonés Hokusai», reza el catálogo.

El propio Hergé se convierte también en una referencia para los artistas de su tiempo. Ahí están el retrato que le hizo Andy Warhol en 1977 o el telegrama que le enviaba Salvador Dalí para felicitarle por su aniversario. Poco a poco, fruto de esa intensa relación, descubre el placer de la colección privada y adquiere diversas obras de arte contemporáneo, como puede verse en las piezas de Serge Poliakoff o Jean Dubuffet y en las serigrafías de Roy Lichtenstein.

De vuelta en el carril tintinófilo, 'Hergé. The Exhibition' ofrece la posibilidad de explorar su paso a paso creativo relatado por él mismo. Siempre comenzaba por una idea de base que él calificaba de 'hilo de Ariadna'. También vemos la meticulosidad con la que trabajaba a través del diseño de la maqueta del famoso cohete lunar («Fuimos muy minuciosos y al terminarla se la mostramos al propio Ananoff para que nos diera su visto bueno») o que en los dibujos a lápiz se exasperaba como el mismo Capitán Haddock («Dibujo furiosamente, rabiosamente, borro, tacho, me enfado, digo palabrotas...»).

Capítulo aparte merece 'Las aventuras de Tintín en el Tíbet'. Hergé nunca pondrá tanto de sí mismo en un álbum. A finales de los cincuenta dejó a su mujer por una joven y cayó preso de una crisis nerviosa. Como consecuencia, sufría incesantes pesadillas en la que había un color predominante: el blanco. El mismo que protagoniza las montañas que los personajes escalan arriesgando sus vidas y que separa cada una de las viñetas. El autor nunca había dotado de tanta fuerza a esos blancos que resaltan el arte de la omisión tan propia del cómic.

También se exhiben algunas de sus viñetas más controvertidas. Ejemplares de 'Tintín en América' han sido quemados por una asociación de escuelas canadienses debido a que «mostraban prejuicios contra los pueblos indígenas». Y sus aventuras en el Congo han sido acusadas de racistas y partidarias del colonialismo. «Hoy en día nadie puede negar que 'Tintín en el Congo' es un cómic colonialista, que refleja su época en los años 1930. Sin embargo, hay que contextualizar ese asunto y entrar en los méritos de la obra», ha matizado Soldevilla.

Quizá por eso 'El loto azul' ocupa un lugar destacado. Es el único álbum antes de crear los Studios Hergé que no hace en solitario, sino junto al artista chino Tchang Tchon-Jen y en él que reflejan su gran amistad. Como el propio Hergé le confesaba a Sadoul: «Descubrí una civilización que desconocía en absoluto, y al mismo tiempo tomé conciencia de una especie de responsabilidad. A partir de ese momento me puse a buscar información, a interesarme realmente por las personas y los países a los que enviaba a Tintín».