Vecinos a la sombra de los turistas en la Sagrada Familia: «Es agobiante»
Comercios que suben precios, calles saturadas y rutinas alteradas: así conviven los barceloneses con el turismo masivo de la ciudad
Barcelona, cómo odiar una ciudad y al mismo tiempo escribir obras maestras
Flavia Monasterio
Barcelona
Cada verano, las calles que rodean la imponente Sagrada Familia se llenan de cámaras y pasos acelerados. Apenas sale el sol, miles de turistas ya hacen fila frente a la obra maestra de Gaudí, móviles en alto y ojos asombrados. Mientras tanto, ... a pocos metros, los residentes de la zona hacen su vida diaria como pueden, tratando de esquivar la ola de turistas. «Tengo que cruzar toda la basílica para ir a hacer la compra o ir a la casa de mi hijo que vive justo enfrente. Es un caos diario«, expresa una señora que va con un carrito de la compra, agobiada en medio de los turistas. La basílica, uno de los monumentos más visitados del mundo, atrae a millones de personas cada año, pero su impacto va mucho más allá del arte y la arquitectura.
No hay un solo segundo del día en el que la zona de la Sagrada Familia está vacía, siempre está en movimiento y es un espacio en el que se escuchan diferentes idiomas en cada esquina. La vida cotidiana del barrio respira bajo su sombra, donde comerciantes, vecinos de toda la vida y nuevos residentes conviven con la avalancha constante de turistas.
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El ambiente del barrio para residir tiene lados positivos, pero también negativos. Al ser una zona muy concurrida, uno sabe que en todo momento hay gente en las calles; no es oscura y se siente seguridad al volver tarde a casa. Hay mucha variedad y se puede encontrar de todo: desde restaurantes mexicanos a cafés que están de moda. Por otro lado, en esta época del año se siente el agobio por los turistas para los que viven en la zona.
«Para ir a la universidad tengo que coger sí o sí el metro de Sagrada Familia y hay que estar esquivando a la gente todo el tiempo porque se ponen a mirar la basílica«, expresa una joven que reside en el barrio.
«Yo vivo aquí desde hace un año, todo el verano esta zona está llena de turistas y se ven mucho más que en diciembre. Este verano definitivamente lo siento más agobiante que el anterior«, afirma otra joven estudiante que reside en la zona, molesta por la masificación que se ha ido formando.
Para los que viven en ese barrio que no ve descanso, el turismo afecta a su vida cotidiana ya que tuvieron que hacer cambios en su rutina: bajarse del metro en una parada antes, comprar lejos de la Sagrada Familia o en mercados más locales con precios más baratos y siempre evitar pasar por la basílica. «Yo no puedo ir alrededor de la Sagrada Familia a tomarme un café porque es demasiado caro y ni siquiera es buen café, es todo industrializado», exclama la joven.
En uno de los comercios locales que lleva 24 años abierto en la zona se recuerda con claridad cómo, tras la pandemia, el flujo de turistas bajó drásticamente y ahora empieza a recuperarse, especialmente en épocas clave como Semana Santa o el verano. «Es en verano cuando más se nota todo, también en los precios«, comenta la misma joven. Según cuenta, el turismo tiene un impacto directo en la economía local, elevando el coste de los productos, algo que no pasa desapercibido para quienes viven o trabajan allí todo el año.
Sin embargo, los comercios que han abierto después de la pandemia del Covid aún están adaptándose. La encargada de un local de tapas a la vuelta de la basílica comenta que el turismo tiene un impacto variable: «Hay turistas que vienen a gastar y otros que solo se compran algo en el Mercadona o van al Burger King. Depende mucho del perfil».
A pesar del movimiento constante, algunos locales no se ven tan afectados. Cuanto más alejado de la basílica, se nota un cambio drástico en el ambiente y los comercios también lo sienten. «No notamos mucho el turismo. No modificamos nuestros productos pensando en ellos», aclara el responsable de un mercado a dos manzanas del centro del barrio. «Nuestros clientes son más locales, viven por aquí», afirma.
Ubicado frente a la fachada del Nacimiento de la basílica en la calle Marina, el restaurante El Trabucaire ha ganado notoriedad no por su cocina, sino por ser catalogado como «el peor restaurante de Barcelona», según cientos de reseñas en TripAdvisor. Con precios desorbitados y platos que distan mucho de lo que prometen en la carta, este local se ha convertido en un símbolo de las 'trampas' turísticas de la ciudad.
La mayoría de sus clientes son turistas despistados que entran atraídos por la ubicación y los menús traducidos a varios idiomas, sin saber que están a punto de pagar más de 20 euros por una paella congelada o una cerveza a precio de cóctel de autor. Una simple Coca-Cola cuesta 4 euros. Los trabajadores son muy conscientes de que quieren atraer a turistas: «El 90% de nuestros productos van enfocados y pensados para los turistas. Es nuestro público objetivo del restaurante. Sobre todo en una época de alta demanda como el verano», explica un trabajador detrás de la barra del restaurante.
La Sagrada Familia recibió alrededor de 4,8 millones de visitantes en 2024. En definitiva, no solo es un icono arquitectónico y turístico de Barcelona, sino también un epicentro de tensiones entre la vida local y la industria del turismo. Aunque su magnetismo atrae a millones de visitantes cada año, esa misma atracción transforma radicalmente el día a día de quienes viven y trabajan en sus alrededores. Desde los cambios en las rutinas cotidianas hasta el impacto en los precios y la calidad de los comercios, el turismo masivo genera beneficios económicos, pero también agobio y pérdida de autenticidad.
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