Herido, al final, Ángel Sánchez

Con más de treinta años y diez de alternativa, confirma Adrián de Torres, de Linares. Su triunfo en Cenicientos, justamente con toros de Adolfo Martín, le ha abierto esta puerta. El primero, pegajosito, vuelve rápido, bordea el percance varias veces: ha estado digno, con oficio. Mata caído. El cuarto saca nobleza, le permite disfrutar con muletazos a cámara lenta, tenía el trofeo en la mano pero falla lamentablemente con los aceros. Escucho el consejo oportuno: «¡Al carretón!» Perder una oportunidad así, en Las Ventas…

El segundo, aplaudido de salida, repite pero vuelve rápido: Román se la juega, en un trasteo emocionante, bajándole la mano y aguantando parones. Si llevara la espada en la mano, hubiera podido redondear el triunfo. El quinto flaquea mucho, la gente se enfada y no aprecia el voluntarioso trasteo de Román, que mata muy mal.

El madrileño Ángel Sánchez, de la Escuela de Colmenar, cortó una oreja en Las Ventas el 5 de agosto; siempre ha mostrado predilección por el encaste Santa Coloma. El tercero mansea y queda muy corto. Se luce Ángel con gaoneras clásicas, de verdad. Muy bien Curro Javier con los palos, como tantas tardes. El diestro luce su estilo clásico y artístico pero el toro queda muy corto, no permite lucimiento. Mata a la segunda: merecía algún aplauso más. El último mansea, es un regalo, sabe latín. En la primera serie, lo coge. Todavía le saca algunos naturales con mérito. Logra la estocada pero el toro lo arrolla y lo llevan a la enfermería, con una cornada en el muslo de pronóstico reservado. Merece volver a Las Ventas.

Ha habido más público del esperado en estos dos primeros festejos. Madrid tiene ganas de toros. De esa pasión popular ha vivido siempre la Fiesta.

Posdata. En su conversación con Gay Talese,  en ABC, Luis Enríquez utiliza un par de metáforas taurinas. Primero, para definir su tarea: «A uno sólo le queda la función de los buenos subalternos, tener al toro en suerte sin dar un capotazo de más». Señala Talese que muchos periodistas actuales no arriesgan lo suficiente porque «provienen de buenas familias, tienen demasiado que perder». Apostilla Enríquez: «Recuerda lo que se dice de los toreros de segunda generación: no triunfan porque no han pasado hambre y, para jugarse la vida, hay que tener la certeza de que no se tiene nada que perder». Los toros siguen siendo espejo de la vida y el lenguaje taurino no es una antigualla, lo usan también los enamorados del nuevo periodismo.