Toros en la Feria de Córdoba
La solera de Finito, la excelencia de Talavante y la verdad de Pablo Aguado
Los toros de Álvaro Núñez Benjumea brillaron durante el primer tramo del festejo –exaltados por la técnica del cordobés, la fe ciega que el extremeño les profesa y el compromiso con el que saltó el sevillano–, aunque decayeron tras la lidia del cuarto
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Córdoba
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Iniciar sesiónPor el mismo túnel de la Puerta de los Califas que cuatro horas antes enfilaba a hombros el triunfal Roca Rey, aguardaba el comienzo de la siguiente corrida Álvaro Núñez Benjumea, refugiado de un chiribiri que no abandonó la tarde hasta que los toreros ... iniciaron el paseíllo. Se calmó el cielo y despegó el toreo, de la mano de la clase y la bravura. Que había logrado –hasta la aparición del quinto– ese meritorio hombre que con todas las facilidades familiares y profesionales que disponía al frente de la divisa de su padre, Joaquín Núñez del Cuvillo, decidió liarse la manta a la cabeza y emprender este heroico camino en solitario que por fin parece concederle sus frutos, aunque a todas luces no haya logrado el resultado esperado. A doscientos metros de él, en el patio de cuadrillas, una constante ráfaga de flashes daban a entender lo que ahí ocurría: hacía acto de presencia Manuel Benítez 'El Cordobés', quinto Califa del Toreo, acompañado de la nueva promesa del califato: Manuel Román.
Feria de Córdoba
- Plaza de toros de los Califas. Domingo, 21 de mayo de 2023. Vespertina. Tercera y última de abono. Un cuarto de plaza. Se lidiaron toros de Álvaro Núñez. 1º con clase y buen son; 2º, de clase suprema; 3º sin entregarse, aunque exigente y con importancia; 4º, con buen estilo y mala sujeción; 5º, áspero e incómodo; 6º, devuelto por falta de fuerzas; 6º bis, sin entrega y manso.
- Finito de Córdoba, de maquillaje y oro. Dos pinchazos y media (ovación); aviso entre tres pinchazos y estocada (ovación).
- Alejandro Talavante, de malva y oro. Pinchazo y estocada (oreja); dos pinchazos y estocada (silencio).
- Pablo Aguado, de sangre de toro y azabache. Dos pinchazos y bajonazo (ovación); tres pinchazos y descabello (ovación).
Y esa misma Córdoba rápido le cantaba al que eternamente considerará como su torero los lances tan derechos y entregados ante Naranjero, el primero de la tarde. Alto, con mucha caja y apariencia por delante, que fue digno compañero para un Finito que se desperezaba a pies juntos con un toque seco al pitón contrario, que reclamaba con la voz la atención del toro y de los tendidos, que lo ovacionaban como se ovaciona a un hijo. Seca le llegaría la garganta al último tercio de lo que le habló a la cuadrilla durante la lidia, monitorizando cada movimiento, cada capotazo, cada par de banderillas. Todo. Que se le perdonó por cómo estuvo con la muleta, que era el reconfort del toreo. Sin intensidad, pero con una solera desbordante. En el perfil del pitón, citando con la muleta plana, inclinando el palillo en su embroque, con la figura hundida, geométricamente insuperable. Sonando la marcha 'Mi Amargura', que parecía ser la metáfora del momento concreto del torero, que cantaba amarguras en cada trazada. Con destellos del gran artista que siempre fue, aunque con la pasión y el alma del que se amarga por lo que no siempre puede hacer. Lamentablemente, desistió del lado izquierdo y no rubricó con la espada del modo en que aquello merecía.
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El más bajo de toda la corrida se guardó para el cuarto turno. Ricardito, con mucho cuello, acapachado en su encornadura, fino en su tipo. Que bufaba en cada lapazo de Finito, antes de hincar el pitón y dar un volantín tras un trallazo. «¡Cámbialo, que tiene mala la mano izquierda y a ti te lo echan para atrás, que te quieren!», le gritaban desde el tendido. Realmente existía ese problema de manos, pero embestía con una categoría superlativa que merecía la confianza por si regalaba alguna de esas con la muleta. Que las terminó ofreciendo tras el jarabe de tiempo y temple que le recetó el maestro de la tierra, al que volvía a tocarle la música con 'Callejuela de la O' a modo de reposado palio del toreo, que entre varales se encontró bajo su manto con tres o cuatro derechazos ligados de bellísimo trazo.
La cumbre de Talavante
La disposición con la que salía Alejandro Talavante, abriéndose con un farol inverso, sólo es compatible con quien llega con la hierba en la boca, con quien está necesitado de un triunfo o con quien conoce y apuesta con toda su fe por la ganadería a lidiar. Que en el caso del extremeño parecía ser lo último, ante un Aguaclara que era verdaderamente claro: en su blanquecino pitón, en sus extraordinarias hechuras, en su franca embestida y en sus amplias pezuñas. En las que inevitablemente se fijaba uno, como si fuese un dato determinante. Que no lo fue, acordándome de lo que en su día pensó Antonio Corbacho precisamente de este Talavante, que tenía «los pies muy grandes». Y con la ilusión de aquel novillero que consiguió convencerle se fue a brindar a los medios una de sus grandes obras del año; suavísimo al natural, extraordinario con la diestra, por donde estuvo aún más ajustado en el cite y relajado en su encuentro. El ritmo de Aguaclara era para gozarlo, que por su expresión traía a la mente aquel toro del 2007 al que le zampó aquel natural eterno, que trató de reproducir este desenfadado y feliz Talavante, que más que para grandes batallas está simplemente para gozar, que es lo que logró. Más áspero e incómodo fue el quinto, con el que acertó en abreviar.
Pocas bromas con Aguado
Y después de ver cómo habían toreado por delante los dos maestros, a Pablo Aguado no le quedaba más remedio que torear como la madre que lo parió, aunque con Campanito, tan despegado del suelo como poco agradable, era difícil acomodarse. Que en su manera de pedirle a la cuadrilla que no lo cerraran para el inicio de muleta, dejándolo directamente sobre la raya del tercio, ya daba a entender la disposición que tenía. Verdaderamente comprometido y torero. Muy encajado, seguro de su muleta, tomándole el pulso al milímetro. La mejor versión de su temporada, con una verdad inquebrantable, con una colocación pura e íntegra. La verdadera lástima no fue que el toro no le acompañara más –porque fue suficiente para gozar su actuación–, sino el gañafón que le soltó entre naturales, que no era oportuno cuando el torero parecía ganar en confianza y sitio. Pese a ello, la faena fue compacta, abrochada con unos ayudados reposados, cargados de torería. Pero eso sí, con la espada estuvo para matarlo: no se puede emborronar así todo ese esfuerzo.
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El jabonero sexto fue para atrás tras perder las manos en el caballo. Y ahora eran las manos de todos las que se echaban por las cabezas: «¡Otra vez los cabestros no, por favor!», lamentaban tras el petardo matinal. Salió para cerrar la tarde Asturiano, el primer sobrero, que trató de recoger con mucha voluntad entre sus oleadas y falta de estilo. Muy poderoso estuvo en la lidia Juan Sierra, como el propio torero, que volvió a tirar la moneda pese a la falta de entrega del animal. Se jugó el pellejo, como pocas veces se le recuerda. Aunque con la espada...
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