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Manzanares, sevillano de adopción

La expectación es máxima: no cabe un alfiler. Después de «lo del otro día», todos quieren ver a Manzanares

Manzanares, sevillano de adopción KAKO RANGEL

andrés amorós

La expectación es máxima: no cabe un alfiler. Después de «lo del otro día», todos quieren ver a Manzanares. La Plaza entera se pone de pie para recibirlo. No repite el triunfo (los toros y la espada tienen la culpa) pero no lo devuelve. Al revés, lo confirma. Manzanares es hoy el ídolo de Sevilla.

No hace falta haber nacido aquí, basta con tener cierta sensibilidad para sentirse sevillano de adopción. Eso fue nada menos que don Miguel de Cervantes: los azulejos de las calles lo pregonan.

En los toros, eso le pasó al alicantino Manzanares padre, querido aquí como en ningún sitio. Eso le pasa hoy a su hijo, José María. Después de su triunfo del sábado, ayer pusieron ya, para la corrida de hoy, el cartel de « no hay billetes ».

Los toros de Jandilla han colaborado en el éxito , los tres primeros, flojos pero nobles, y han presentado más dificultades los tres últimos.

El segundo, castaño, tiene buen tranco y fuerzas justas. Lo cuidan en varas, Trujillo banderillea magníficamente (suena la música) y Curro Javier lo lidia de maravilla: en esta Plaza, eso se sabe apreciar. ¡Qué gran cuadrilla! Desde el comienzo, Manzanares parece torear a cámara lenta, por los dos lados: cadencia, ritmo, compás, clase, elegancia. Pone él la emoción que le falta al toro. Cuando se escupe en el de pecho, encadena otro, que parece no acabar nunca. Sin hacer literatura, cada muletazo es una caricia: el ideal de los grandes toreros; los cambios de mano, una hermosura. Pero el gran matador, esta vez, pincha arriba, antes de una buena estocada: hay petición de oreja pero no se concede. ¿Por qué no da la vuelta al ruedo? No es cuestión de trofeos: la clase del alicantino, aquí, deslumbra.

Técnica y valor

El quinto, cinqueño, astifino, es incierto, reservón, mansea. Banderillea con mérito Curro Javier. El examen, aquí, no es de estética sino de técnica y valor, porque el toro embiste descompuesto. Enseguida, José María se echa la mano a la izquierda, con empaque. Encelando con la voz, logra derechazos majestuosos. Acaba imantando al toro en la muleta. Su torería, andándole, y la música crean un momento de verdad mágico. El toro se defiende y el público aprecia el mérito de la faena. Una gran estocada. El toro, encastado, se resiste a morir: una oreja y felicidad colectiva.

No entiendo cómo Castella viene sólo a una corrida. En el primero, noble, muletea con temple. Todo queda frío, académico: ha estado bien pero era un toro para cortarle las orejas .

Hace el esfuerzo en el cuarto, más complicado. Se queda muy quieto y nos da varios sustos. Aguanta parones, se justifica con valor.

El tercero bis es flojísimo y Talavante hace un trasteo desgarbado, con enganchones. En el sexto, su último toro de la Feria, muestra su valor impávido, aguantando tornillazos .

Ahora mismo, es muy difícil competir con Manzanares, en Sevilla. Compite consigo mismo. El coso del Baratillo es suyo : se lo ha ganado en buena lid.

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