Javier Buendía: dueño y señor del toreo campero

El retiro dorado en BucaréSe levanta pendiente de la cuadra y no cierra la persiana hasta cerciorarse de que todos están en perfecto estado de revista. Una vez cumplido el sueño de todo rejoneador goza de la fantasía de cualquier aficionado al caballo. La pandemia fue el suspirado salvoconducto que lo trasladó definitivamente al paraíso terrenal que posee en Bucaré, donde se crían los descendientes de los ilustres ‘Girasol’, ’Jaquetón’ y ‘Capricho’. La casa ganadera de la familia Buendía mantiene su emblemática solera. Un único cambio reseñable por estas tierras alcalareñas: el reemplazo de los pelos cárdenos de Santa Coloma por el amarillo claro o anaranjado de las vacas limosinas y charolesas. Aunque hace más de una década que se despidió del ganado bravo en propiedad, Javier Buendía sigue muy de cerca la rama que conserva su hermana Pilar con su cuñado José Benítez-Cubero (Pallarés) y la de su hermano Rafael en Rehuelga. Sigue siendo el dueño y señor del toreo campero. Nadie le ha arrebatado la designación, dos décadas después de su retirada. Impactó con un sello tan personal como inimitable. Sin saltos, sin aspavientos, sin lanzar el sombrero. Sobre el albero de la Maestranza aún gravitan circunferencias dibujadas por ese palo de garrocha que giraba a modo de compás.Con seis puertas grandes en Madrid aún no había debutado en el ruedo baratillero. Aguantó hasta el ocaso de los hermanos Peralta y la oportunidad le llegó de la mano de Ignacio Sánchez-Ibargüen en un festival que se organizó para la hermandad del Rocío de Triana. «Cuando me llamó se me descompuso el cuerpo. Era la oportunidad que tanto tiempo llevaba esperando. En ese momento mi cuadra atravesaba un buen momento y quería presentarla al completo en Sevilla. Le estuve dando vueltas hasta encontrar el modo de hacerlo: Japonés con la garrocha, Marqués para pararlo, Sotana en los quiebros, Dadivoso en banderillas y la yegua para matar». Raúl DobladoYa impactó en aquel primitivo paseíllo cuando apareció andando con el palo de la garrocha. La renovación llegaba empapada de clasicismo y con aires vaqueros: «Hoy no se le da la importancia que merecen nuestras monturas, la baticola, el bocado, la cabezada, el estribo o la guayabera con botones de nácar». Y aún más se indigna cuando observa que se está prescindiendo de las nociones básicas de la equitación: «Lo primero que hice fue mudarme a Jerez para aprender en la escuela con Álvaro Domecq y en Los Alburejos con Manuel Vidrié». Está pendiente de la actualidad taurina y no hace distinciones entre el escalafón de matadores o de rejoneadores. Rápidamente su cabeza alumbra dos nombres: «El Juli y Diego Ventura». Explica que el primero es el más completo que jamás ha visto y al segundo le reconoce el mérito de «dar el paso adelante» a la hora de reunirse con los animales: «Se mete a los toros en el estribo». Aunque advierte que son inimitables: «Es como si tratamos de cantar como Camarón o Rocío Jurado».

Javier Buendía: dueño y señor del toreo campero

Su pulcritud a la hora de respetar los canones del arte ecuestre supuso la restauración de la esencia clásica y vaquera

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