EL MOMENTO DE LA VERDAD
El rugido de Roca Rey en el templo del silencio
Del odio al amor sólo hubo un paso: su poder de primera figura y su valor desaforado. Hasta gritar su supremacía y abrir la Puerta del Príncipe de Sevilla
El don divino del gafe que sigue a Morante
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónPocos públicos hay tan veletas como el de los toros: los mismos que un día encumbran a un torero se la juran para la próxima. Y viceversa. Claro que para eso hay que tener la capacidad de Roca Rey, a quien le tocó sufrir ... la hostilidad de Sevilla en la victorinada. De los tendidos y de la banda, que ayer sopló pronto trompetas. No le quedó otra con la volcánica apertura de rodillas. Hasta ponerse en pie mientras flotaba en un molinete engarzado a uno de pecho, que los abrocha con una redondez suprema.
Como el toro se movía con bravo son, a la gente se le olvidó pronto su anovillada presencia –qué feota y poco sevillana la corrida de Victoriano–. Y desde el saludo capotero, el más rematado en la tarde de los artistas, al graderío se le vio otra predisposición: el corazón de hormigón era ya de material moldeable. Y bombeó con la entrega desaforada del peruano, mandón entre intermitencias, con la muleta a rastras y el compás muy abierto; para acortar luego terrenos en su desafío al valor, fiel a sí mismo. Hasta sentir tan cerca el pitón que acabó con la taleguilla abierta y la piel quemando. Más crecido siguió, por bernadinas ceñidísimas antes de enterrar el acero que desempolvaba del balcón los pañuelos blancos de las dos orejas. A algunos les dolieron como si se las arrancasen a ellos. Ese es el pan de cada día en las primeras figuras: los trofeos son más discutidos que los presupuestos generales. Pero ahí seguía el Cóndor, colgando ‘No hay billetes’ y cada vez más rico.
Corrida de Primavera: Roca Rey rompe la maldición del boquerón
Rosario PérezDulce reencuentro del peruano con la Alcarria con una sólida faena, un quite para enmarcar y la única puerta grande frente a una interesante corrida de Matilla
Aplastante su aplomo con un quinto en el que no se podía exponer un alamar más. Brutal su honestidad, ofreciendo a los que habían pagado por verlo aquello que querían. Muy de verdad. Rendido acabó Descreído ante la bravura de Roca. A tumba abierta la estocada, una declaración no de intenciones, sino de realidades, la de quien antes que Príncipe nació Rey. De figurón frente a este victoriano, al que sólo el peruano era capaz de arrancar una oreja. Para hablar de tú a tú a cualquier rival. Como Aquiles frente a Boagrius, aunque un niño le advirtiera que «jamás lucharía» contra semejante bestia. «Por eso nadie recordará tu nombre». Y ahí queda dicho todo: en la guerra de Troya del toreo gobierna Roca, que entre los delantales de pausada antología de Ortega y la torerísima faena de Aguado -la de mayor belleza- , logró la hazaña de la feria: el paso del odio al amor, de la inquina al torbellino de una salida a hombros de pasión y juventud. Un grito de supremacía en el templo del silencio.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete