Feria de Córdoba 2024
Morante brinda y bendice a Manuel Román, elevado en Los Califas ante un superlativo novillo de El Parralejo
El joven novillero cordobés recupera la ilusión de sus paisanos con una magistral faena al dulce y alegre Impertinente, difuminada tras un plomizo final
Dos fuertes ovaciones avalan la voluntad de Morante, desamparado ante un descompuesto y agarrado lote; Diego Ventura abandonó injustamente andando el Coso de los Califas tras una colosal actuación
Así te hemos contado la corrida en directo
Córdoba
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Iniciar sesiónMientras el mundillo taurino anda distrayéndose con la Feria de San Isidro, curioseando con el retorno de Enrique Ponce en Nimes y preocupándose con las últimas declaraciones de Pedro Sánchez –que dice que no le gustan los toros pero que no los va a prohibir ( ... conviene que estemos prevenidos)–, el Coso de los Califas convocó a su afición para una suerte de festejo amistoso e íntimo con seis toros y seis sobreros. De los doce animales reglamentarios, cuatro vinieron despuntados y otros cuatro venían con cuatro hierbas. Es decir, una corrida mixta con pedigrí algo extraña dentro de un serial tan reducido. Aunque vista de otra manera, primordial para encajarlos a todos. La imagen cenital a partir de las siete de la tarde respaldó la primera teoría, con unos tendidos bastante más despoblados que los que anuncia la taquilla online para este domingo, día del Rey Roca. La forzada inclusión por partida doble del joven Román, otrora fuente de la abundancia, no fue suficiente como para cubrir la mitad de los tendidos; cubiertos los otros por la exposición permanente de lonas taurinas. Por lo tanto, cabe decir que los experimentos conviene hacerlos con gaseosa y que habrá que revisar el diezmo de la propiedad, porque así es insostenible una feria de esta o de mayor altura.
En la eterna cola de acceso –¿por qué sólo había un portero fuera y treinta acomodadores dentro?– hubo tiempo de prestar atención a lo insignificante –los seis habanos del bolsillo de una guayabera, el rosario tatuado sobre el antebrazo del vendedor de almohadillas, el sombrero de souvenir de un infiltrado o la flamenca extraviada– y también de reflexionar las palabras del vigente pregonero Manuel Díaz, que dice que en Córdoba «cuando nos peleamos, nos tiramos flores». Que parecía referirse a este festejo, concertado bajo un pacto de no agresión y con bastante más contenido del que muchos podían esperar. Con toda seguridad guardará para toda su vida Manuel Román la imagen del paseíllo, a la derecha de Morante de la Puebla: de oro vestía el maestro, de azabache el aspirante. Como también guardará la del brindis del segundo, citado en el tercio por el genio, que durante la concesión de su montera pareció bendecirlo y elevarlo en una primera obra celestial.
Fue aquella primera faena de Manuel Román –que bien podría haber rematado ahí su tarde– merecedora de una puerta grande. Como la mereció Diego Ventura, injustamente maltratado por el presidente tras una colosal tarde, perfectamente resumida en los quince magistrales minutos que duró su primer acto, cuando nos recordó a todos –menos al prejuicioso presidente– que no sólo es el mejor del momento, y a mucha distancia del segundo, sino que ejerce mando de gran figura del toreo. Desde la elección de Agualimpia en el campo –el coqueto primero de Los Espartales– hasta su afortunada conjunción con él. Inteligente y reposado en la mansa y distraída salida del bicho, confiado desde su inmóvil posición en la boca de riego –apenas tuvo que esmerarse para esquivar sus viajes– que con un único rejón de castigo le fue suficiente como para después bordarlo con 'la muleta'. Una franela llamada Fabuloso con la que bordó una fabulosa labor, encelando a la fiera desde la grupa hasta potenciar su exquisito ritmo. Se hizo el cigarrero con el toro en una cuarta, que parecía trazar circunferencias a modo de compás. Con Lío llegaron los quiebros en la corta distancia y con Mezcal el trío de rosas y la exhibición a dos manos. Después enterró el acero en el hoyo de las agujas y cedió todo el protagonismo al caprichoso usía. Se inventó la faena a Marqués –el cuarto–, un toro menos explosivo al que sólo le faltó colocarle la silla para montarse sobre su lomo.
Una fuerte ovación abrochó el primer acto de Morante con Declarado II. Sonreía el torero entre reverencias a la gente, que parecía reconocer la voluntad del torero –sin que aún lo hubieran visto con el quinto–. En la escala de grises que parece acompañar su temporada, salió este sábado la graduación menos sombreada y plomiza. Una tarde de enorme voluntad, de apuntes que parecían querer concretarse cuando el colmo de sus infortunios bajó la persiana. Ni el descompuesto –aunque noble– jabonero primero ni el agarrado y sordo quinto se prestaron. Insistía Morante con sus «¡aaaay, aaay!» hasta recoger las huidizas embestidas de ese primer jabonero sucio de Sorando, su divisa predilecta del momento, la divisa apropiada para su momento. El primer puyazo se lo dio Israel de Pedro, que guardaba la puerta, y el segundo, no menos fuerte, fue a cargo de Pedro Iturralde. Que no consiguieron lo que después procuró el diestro entre mandones doblones: ordenarlo y asentarlo. Soltaba la cara durante las inaugurales líneas paralelas del torero, más redondo en su esmerada continuación. El gesto feliz tornó nada más tomar la izquierda, por donde más se dormía el animal. La espada, aun saliéndose levemente de la suerte, entró con facilidad y acierto.
Fue precisamente la estocada el borrón en el quinto, ante el que dibujó tres hondas verónicas y un inicio celestial agarrado a tablas que remató con barroquismo en la primera raya del tercio. Vino ahí su versión más entregada, citando y aguantando la retranca de Compañero, que echaba la cara abajo mientras escarbaba. Fue ésta la antítesis de su temporada: en lugar de difuminarse en el transcurrir de la tarde, se creció Morante en un final alegre y entregado. La ovación lo decía todo.
Más que Impertinente –así se llamaba– fue oportuno el primer utrero de El Parralejo, que en la dulzura y franqueza de su estilo comulgó con Manuel Román, resurgido de su intermitente arranque de temporada con una magistral y personalísima faena que volvió a encandilar al paisanaje e ilusionó a quienes ya se habían bajado de alguno de los muchos autobuses que aún lo siguen por donde quiera que va. Sin perder sus formas sosegadas, remató sobre la boca de riego un recibo prodigioso entre lances enjutos, ceñidos y sin rectificar la colocación. El bendecido novillero, cuando muchos intuían la devolución del brindis al maestro, se dirigió a sus padres y pidió respeto al periodista que trataba de apoderarse del íntimo momento. Hizo bien el novillero, como tampoco debemos culpar al compañero de la fea y normalizada costumbre de manosear ese instante personal al tratar de meter el micrófono. Muy suave en su manera de echar y buscar con la franela la embestida, y sutil en su casi imperceptible toque en el momento final, sacó lo mejor de Impertinente, que mantenía su supremo ritmo sostenido hasta el final. Aquello despertó el entusiasmo de los tendidos, crujidos cuando Román tomó la diestra, girando enjuto, lento pese a la corta trayectoria del muletazo. En su calmado despliegue no faltaron todo tipo de adornos, sin perder las formas. La estocada cayó tan contraria que no fue efectiva, acortando sus merecidos trofeos. Ahí debió terminar su tarde, difuminado frente a las intermitencias de Laborioso, con el que faltó reunión y apuesta.
Feria de la Salud
- Coso de los Califas. Sábado, 18 de mayo de 2024. Corrida mixta. Segundo festejo del abono. Aproximadamente un tercio de un aforo de 17.000 personas. Presidió Vicente Pomares. Se lidiaron toros para rejones de Los Espartales (1º, bravo y con estilo; 4º, noble aunque tardo), toros para la lidia a pie de Román Sorando (2º, descompuesto, 5º, agarrado) y novillos de El Parralejo (3º, de enorme talento; 6º, intermitentes). Se guardó un minuto de silencio por la muerte de Diego Jordano Salinas.
- Diego Ventura, vestido con traje de corto y guayabera en terciopelo marrón. Rejón (oreja con fuerte petición de la segunda); pinchazo, rejón y descabello (ovación).
- Morante de la Puebla, de turquesa y oro. Estocada algo caída (ovación); pinchazo y estocada trasera y descabello (fuerte ovación).
- Manuel Román, de caña y azabache. Aviso tras estocada contraria y dos descabellos (oreja); aviso entre tres pinchazos, pinchazo hondo y cuatro descabellos (silencio).
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