Toros en Almería

El mejor Roca Rey estalla entre la cumbre orteguiana y la vibrante alternativa de Jorge Martínez en Almería

La propuesta más artística y relajada del peruano confrontó directamente con la obra cimera del sevillano, crecido de cuajo sobre su asolerada tauromaquia

El murciano Jorge Martínez convenció en su alternativa ante la vibrante e interesante corrida de El Parralejo

Roca Rey trató de torear más estético y natural en el cierre de la feria taurina de Almería Arjona/Lances de Futuro

Llegar a la eclosión de la Feria de la Virgen del Mar es abrochar el verano taurino en el Sur de España; poner a cero un cuentakilómetros que recuerda la longitud costera de toda Andalucía, desde la Merced de Huelva hasta ... el coso almeriense. Contaba el maestro García Cuartango en su última columna que «los días se acortan, agosto se acaba, las vacaciones se terminan y el verano pronto será un recuerdo». Será este día, este agosto, estas vacaciones y este verano un incomparable recuerdo para el murciano Jorge Martínez, que se doctoró en Tauromaquia en la plaza que (taurinamente) lo vio crecer durante su siempre agraviada trayectoria novilleril: infortunado en los sorteos y en la suerte suprema. Cuyo sino reapareció en el toro de su doctorado para enmendarse al final de la noche.

Feria de la Virgen del Mar.

  • Plaza de toros de Almería. Lunes, 21 de agosto de 2023. Cuarto y último festejo de la Feria. Casi tres cuartos de plaza. Se lidiaron toros de El Parralejo, en sustitución de la rechazada corrida de Álvaro Núñez. 1º, con temple y franqueza, aunque de poca raza; 2º, de más a menos; 3º, con clase y ritmo; 4º, encastado; 5º, fue perdiendo calidad y empuje; 6º, vibrante y con emoción.
  • Juan Ortega, de tabaco y oro. Dos pinchazos y estocada (ovación); pinchazo y estocada (oreja).
  • Roca Rey, de blanco y plata. Estocada (dos orejas); pinchazo y bajonazo (ovación).
  • Jorge Martínez, de blanco y oro. Dos pinchazos (ovación); estocada (dos orejas).

La soñada cita arrancó difuminada, volteados el (ya) matador y su banderillero. Presumía Carretera de la guapura de sus cinco años, anunciando sin tapujos su carácter mansito y desrazado. Que entre saltos y huidas se llevó por delante al de Totana (Murcia) en un lance por el pitón derecho, mismo lado por el que reprodujo la voltereta a Curro Vivas en banderillas. Y que tras abrirse excesivamente por el pitón izquierdo en el siguiente par, muchos pensamos que tendría algún posible reparo de la vista. Como demostró el toricantano, que rápidamente tomó la zurda para impregnar sobre su estampa el más íntegro y puro concepto, a veces tapado por su limitada transmisión. Fueron pocos, pero soberbios los momentos al natural de un Jorge Martínez, que, al compás de la huida hacia chiqueros del de El Parralejo, cuajaba compases a cámara lenta. Como una tanda final, de frente y a pies juntos, extraordinaria; templada y enroscada. Sus extraordinarias maneras ganaron respeto ante el serio y vibrante comportamiento de Jaleo –el sexto–, que con su nombre preludiaba la rúbrica de esta ascendente Feria de la Virgen del Mar. Un clamor fue la plaza ante su compacto primer tramo, continuado por un meritorio final tras tocar todas las teclas claves. Perspicacia impropia de un recién alternativado que tendrá que llevar dos rotundas orejas al taxidermista.

¿Qué saldría si en una misma coctelera se mezclara el corte de Juan Ortega con el valor y la ambición de Roca Rey? Un torero para la historia, seguro. Expectativas que cumplió el sevillano entre reposados lances y cadenciosos muletazos, envueltos bajo la elegancia de sus formas. Con Barlobento (con b), al que cuajó verónicas sutiles, en la corta distancia y hacia la mano contraria. Tan calmado como en su predecible inicio, torerísimo entre doblones. Que interrumpió al notar el canto de dolor del grandote, que avisó de su justeza. La primera serie por el derecho fue soberbia, preciosa en su composición. Precipitado a continuación al tomar la zurda, por donde peor embestía, por donde se descompuso.

Ése fue el intermitente prólogo del gran tratado orteguiano, que se destapó en el cuarto capítulo ante Minucioso, que acariciaba ya sus cinco años bajo su torrente de casta. Siempre al servicio del toreo. Cuajado de principio a fin por la inspiración rondeña-sevillana de Juan Ortega, homenajeando a Ordóñez en su recibo genuflexo y a Chicuelo en su arrebujado quite –finalmente desbordado de lo puro que fue– por chicuelinas. En definitiva, rindió tributo al clasicismo torero; delicado y sutil al natural, dinámico y plástico en redondos. Que marcó el compás y la inercia de Minucioso a su antojo, confirmando que la venida de su cuajo profesional no afecta a su asolerado concepto. Bordó unos arrebatados y barrocos molinetes para demostrar que por ese palo también se puede torear con pureza.

Nadie hubiera apostado por encontrarse en Almería con, posiblemente, el mejor Roca Rey de la temporada, en cuanto a clase se refiere. Que se olvidó del triunfalismo extremo para procurar el toreo eterno; profundo en sus manos. Un tren bala japonés parecía Pintor en su salida, el tercero de El Parralejo, también grandecito, que no escondía su origen 'jandillón' con sus acodados pitones. Convertido en un ferrocarril de media distancia por las vías sinuosas del percal peruano, que cayó las manos sin un mínimo de pudor para someter al tiempo que ralentizar a este Pintor que en cuanto bajó de velocidad creció en clase y ritmo. Virtudes sublimadas por la entonada muleta de Roca, que empezó retrasada y a su altura; con la figura desmayada y con afán de torero artista. Tiraba de él sin forzar su expresión, sin buscar la conexión populista. Que rayó en la cumbre cuando tomó la izquierda, desengañando al pupilo de la familia Moya Yoldi tras dos probaturas. Tremendos fueron los naturales, poderosos y profundos, rubricados cum laude con una interminable trincherilla. El presidente, como ayer, se pasó de protagonista y a punto estuvo de no conceder la segunda oreja. También acertado y compacto estuvo con el quinto, que perdió empuje a la vez que calidad en cuanto fue sometido.

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