Novillada en La Puebla del Río

La gallardía de un forcado portugués y la dificultad de un encierro demodé

Encierros de San sebastián

Los novillos de Quintas complicaron su lidia a unos principiantes que contrarrestaron su inexperiencia con dosis de buena voluntad

Un abrazo victorioso, una jornada memorable: «Gracias por volver, Morante de la Puebla»

Pega del forcado Tomás Duarte, este sábado en La Puebla del Río Juan Flores

Se llama Tomás Duarte y es de Santarém (Portugal). Su nombre, posiblemente, no pasará a la historia de la tauromaquia. Pero su gesto heroico y su impulso bizarro bien le merecen contar con un puñado de letras con las que atestiguar a sus amigos ... lusitanos que el día de San Sebastián enmudeció a todos los paisanos de Morante de la Puebla. Tres topetazos. Pum, sonó tras el primero. El novillo de Quintas resbaló justo al embrocar la pega. Pum, sonó el segundo. Y ese joven gallardo trataba de agarrarse, con la cuadrilla saliendo de naja. Pum, sonó el tercero. Ya encunado entre los pitones. Con el hocico incrustado sobre su faja. Con la plaza en pie, ante el orgullo patrio de un forcado, de un torero.

El grupo de forcados portugueses 'Los Amigos de Morante' era uno de los alicientes que había preparado el torero cigarrero para el festejo final de esta festividad de San Sebastián, verdadero sentido de la celebración. Una novillada sin picadores de la ganadería colmenareña de Quintas, herederos de aquella sangre de los toros de Vicente Martínez que recorren las líneas de la historia de Joselito el Gallo, a quien hubiéramos necesitado para descifrar esas caducas embestidas, más conmovedoras en el romanticismo que sobre el redondel de una plaza portátil, de 2.700 localidades, que bien podrían haber duplicado para atender la fuerte demanda de aficionados y visitantes.

Estaban los clarines de la Maestranza, los mulilleros de la Maestranza, los areneros de la Maestranza, las banderillas de la Maestranza, los alguacilillos (suplentes) de la Maestranza y hasta el empresario de la Maestranza. Este último, como aficionado. Un festejo amateur, revestido de categoría. Que invita a promover una iniciativa popular para que La Puebla del Río, más pronto que tarde, cuente, sobre ese mismo espacio, con una plaza de toros fija. Señores políticos, tomen nota.

Como tomamos nota de la gallardía de ese forcado, y de la buena cuadra de su compatriota Vasco Veiga, que rejoneó con buena intención aunque con poco acierto en esa suerte suprema que tan poco practican los toreros portugueses. El joven cavaleiro trajo a los tendidos un nutrido grupo de partidarios, que tras el arrastre de ese primer novillo optaron por contribuir a la economía local, trasladándose a la hostelería colindante. Le siguió, ya a pie, el cigarrero –como los tres novilleros siguientes– Álvaro Romero, que resolvió con voluntad, pese a su falta de plasticidad, las nobles embestidas de ese segundo de Quintas.

El más esperado de la tarde, por sus éxitos pretéritos, era Manuel Luque 'El Exquisito', al que muchos recuerdan como finalista de las novilladas de promoción de la Maestranza de hace un par de temporadas. Como suele ocurrir en este enigmático mundo, se encontró con el más desabrido de todo el encierro. Bruto, sin clase ni estilo, que lo cogió con violencia. Ya repuesto, con el novillo rajado en tablas, demostró por qué había dejado huella en el recuerdo de muchos, echándose la franela a la izquierda, sin ayudarse de la espada, sosteniendo el estaquillador por el centro, ofreciendo los vuelos, ofreciendo toda su buena voluntad. Como a la hora de matar. Cortó las dos orejas.

Tras El Exquisito actuó el neófito Daniel Córdoba, que pese a su evidente inexperiencia, no se arrugó y trató de convencer a sus paisanos, quienes le premiaron con dos orejas. Mucho más oficio, pese a debutar como novillero sin picadores, demostró Daniel Fernández, de tez aceitunada y garra inquieta. Enjaretó varios lances interesantes y una faena bien estructurada. Fue el máximo triunfador, tras cortar un rabo.

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