Toros feria de Sevilla 2023
¡Qué despacito torea José Ruiz Muñoz!
El sobrino-nieto del Curro Romero cuajó una acompasada labor que mereció un premio que solamente negó el insensato presidente
Rafael Serna consiguió momentos vibrantes ante el bravo Ondito, estropeándolo finalmente por su mal uso de la espada
José Ruiz Muñoz: «Uno viene con el sueño de dar quince muletazos»
En imágenes, Puerta del Príncipe de la corrida del domingo 16 de abril en Sevilla
Así te hemos contado toro a toro la corrida de la Maestranza

Ha pasado lo que todos podíamos esperar que pasara: después del cariñoso regalo de Resurrección ha llegado su correspondiente factura, que en esta ocasión se la han puesto por delante a José Ruiz Muñoz, al que le han mangado una oreja que a buen seguro le hacía más falta que aquella segunda que le otorgaron con tanta generosidad a El Juli. El palco había cambiado de protagonista, aunque era igual de bochornoso. En este caso, con mayor delito: se trataba de Fernando Fernández Figueroa, un señor que presume de haber sido novillero, al que le faltó toda la sensibilidad que había derrochado el sobrino-nieto del Faraón de Camas, que toreó al compás de un reloj de arena.
Dos matitas de romero bordadas sobre una cruz de Santiago en el dorso de su chaquetilla delataban el camino de este neófito que, lejos de cimentar su tauromaquia en el oficio y las imposturas, recurría a lo que salía de su delantero: el alma. Con sentimiento y un temple innato, imposible de aprender, toreó José Ruiz Muñoz, que por siempre portará con la pesada carga de ser descendiente del faraón del toreo. Al que solemnemente le brindó la faena del quinto de la tarde, la de su presentación como matador de toros en la Maestranza, ante unos tendidos que por primera vez en este festejo se ponían en pie.
Plaza de Toros de la Maestranza.
Domingo, 16 de abril de 2023. Media plaza. Presidió, malamente, Fernando Fernández Figueroa. Se lidiaron toros de Fermín Bohórquez: 1º, sin clase; 2º, manso; 3º, bravo y con categoría; 4º, con genio; 5º, con temple; 6º, desfondado.
- Borja Jiménez, de blanco y plata: tres cuartos de estocada (ovación).
- Lama de Góngora, de sangre de toro y oro. Estocada (ovación).
- Rafael Serna, de sangre de toro y oro. Aviso. Pinchazo hondo, 'mete y saca' y descabello (ovación).
- Ángel Jiménez, de tabaco y oro. Estocada algo caída (ovación).
- José Ruiz Muñoz, de marfil y oro. Estocada tendida (vuelta al ruedo).
- Calerito, de nazareno y oro. Estocada (ovación).
Camarero, alto, feo, ofensivo, embistió casi tan despacito como Ruiz Muñoz lo toreó. Con el capote ya marcó diferencias con sus compañeros: sin que llegase a dar una vuelta de salida se dispuso a embarcarlo adelante y mecerlo con cariño. El galleo por chicuelinas fue supremo. Y con la muleta, en una faena que aumentaba progresivamente, dejó momentos únicos cuando decidió estirar medio tranco más su trazo con la diestra. Abrochaba su labor con unos sentidos ayudados por alto antes de rubricar con una estocada, levemente tendida. Motivo insuficiente para que Fernández Figueroa, que ejercía de poli malo, le robara una oreja que, a buen seguro, le hubiera encarrilado el año. Un arte con tanta sensibilidad no puede estar gobernado por alguien tan insensible.
El ganadero seguramente saldría contento de la corrida, teniendo en cuenta que ningún toro blandeó ni retomó el camino hacia los corrales. Los dos primeros de la tarde cantaron rápida su condición: el primero, echando por delante las manos y defendiéndose; el segundo, manseando tanto como humillaba. El tercero olía al cruce de Garcigrande, ocultando hasta el último tercio el verdadero fondo de bravura y motor que atesoraba. El cuarto tuvo genio. El citado quinto embistió a la velocidad de un mar en calma. Y el sexto, que anunciaba muchas revoluciones, se desinfló pronto.
La potencia de Ondito
Ondito fue un toro muy importante, con ímpetu y talento en su embestida. Virtudes que escondía en los primeros compases, cuando únicamente se mostraba como un animal tan largo en sus hechuras como fijo ante los engaños. Era una verdadera prueba de fuego para Rafa Serna, un torero que prácticamente no torea nada, ni siquiera en el campo. El torero de la Costanilla apostó de primera hora por el animal, muy encajado sobre su compás. Y rápidamente vibraba la faena, y la plaza, pese a las complicaciones que acarrean la bravura. Escarbando, sin darle la cara, aguardaba Ondito a Serna mientras empuñaba la zurda, donde regaló otras pocas embestidas con categoría. ¿Tenía una posible oreja ganada antes de coger la espada? Quién sabe con este presidente... Lo cierto es que se precipitó en la suerte suprema y ahí se desfondó el torero, al que le cayó por lo alto todo el lamento de la oportunidad que dejaba escapar.
El manso que humillaba
Cacereño, el de Lama de Góngora, no engañó a nadie. Mostraba en su salida todo lo que tenía: mansedumbre y humillación. Le costaba salir de los terrenos de toriles, pero metía la cara en el capote como no lo hizo ninguno de sus hermanos. Con su manera de enterrar el hocico se podría haber logrado el túnel de la SE-40. Pero todo en esta vida tiene una medida, y después de un centenar de capotazos era imposible que llegase a la muleta. Finalmente se picó donde, cinco minutos antes, alguien debió pedir que se colocara el caballo: junto a los chiqueros. Ahí le caería un tercer puyazo al relance. Fernando Sánchez lo asó con las banderillas. Era el ideal para un par al sesgo, aunque optara por la manera natural. Lama estuvo técnico, con buen oficio. Lo mató con mucha verdad.
La frescura de Calerito
La salida de Pastelero, el cierraplaza, fue emocionante. Calerito se clavaba de hinojos frente a la puerta de toriles para iniciar un sonoro recibo a la verónica. Se notaba su frescura, su ambición. El de Aznalcóllar había cuajado anteriormente, en el quite al quinto, una media verónica digna de enmarcar. Lenta, hasta el otro extremo de su cadera. De virtuoso capotero. Con Pastelero la gente volvió a ponerse en pie con la manera de ejecutar la suerte de varas de Manuel Jesús 'Espartaco', que sin lugar a dudas es el mejor picador de la actualidad. Y aún resonaba el eco de la ovación cuando Calerito lanzó desde los medios su moneda. Pastelero arrancó como un tren, para terminar como un vespino. Sonaba Manolete mientras el joven matador sólo podía mostrar su asombrosa técnica para su corte bagaje y una admirable ambición. No resultó pesado y remató con la mejor estocada de la tarde.
Mucho antes de todo aquello había inaugurado este sexteto Borja Jiménez, un torero que sigue gafado en los sorteos. Sumiso, el primero de Fermín, tenía la cruz a la altura de uno de sus caballos. Cruzaba la vista en su salida, aunque después no lo acusara. El de Espartinas bamboleó con mucha soltura el capote. La misma soltura con la que Sumiso echaba sus manos por delante. Condición defensiva que mantuvo durante toda su lidia. Con un hilillo de sangre, como si le hubiera picado un mosquito.
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Tampoco fue agradable el cuarto, de Ángel Jiménez, que tenía muy buena expresión, acapachado y arremangado, aunque demasiado atacado de peso. Con el capote hizo cosas feas, peligrosas. De tener genio, genio del malo (¿hay genio bueno?). Siempre pendiente a todos. El astigitano no terminó de encontrarle el punto, que era casi inexistente. Lo mató muy bien y despacio.
Teniendo en cuenta este resultado final, ¿qué creen que les dirá la empresa Pagés a los toreros cuando a partir de enero de 2024 empiecen a aparecer por las oficinas de la calle Adriano? Si una oreja servía para repetir en el mismo sexteto, imagínense con una ovación...
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