la taurina de ABC
Aurelio Cruz, picador de Morante de la Puebla: «Yo ya estoy jubilado, pero si vuelve y me pide que vaya con él, siempre que sea con mi maestro volvería»
Hablamos con el picador utrerano quien ha estado a las ordenes del cigarrero desde su etapa de novillero y hasta su retirada en Madrid el pasado 12 de octubre
Morante de la Puebla en The New York Times: «No le llamemos una retirada completa. Es un descanso»
Sevilla
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Iniciar sesiónHay historias que se escriben a caballo, con la serenidad de la Campiña sevillana y el peso antiguo de los apellidos taurinos. La de Aurelio Cruz, picador de una saga que suma ya seis generaciones —con su hijo y sus dos sobrinos —, es una ... de ellas. Se cuenta casi sola: una vida entera entre monturas y toros, y cerca de treinta años poniendo el pecho por José Antonio 'Morante de la Puebla'.
Su destino comenzó a torcerse —o a enderezarse— mucho antes de que él mismo lo sospechara. Toreaba suelto, cubriendo huecos de su hermano Cristóbal o de compañeros, cuando en 1996 toreó por primera vez con el genio de la Puebla, yendo el utrerano por esa época con Pepe Luis Caetano. «Ese mismo invierno entrenamos en la plaza de Alcalá de Guadaíra donde Caetano mató setenta toros a puerta cerrada, allí Morante solía acudir con Lili a entrenar y me veía picar».
La llamada llegó para la temporada siguiente: después de varias tardes con el muchacho —por aquel entonces — de La Puebla supliendo a su hermano Cristóbal o a Germán González llegó su oportunidad: «Germán se ha colocado fijo con José Tomás, por si quieres torear conmigo en Sevilla. Si no salen las cosas bien, ya vemos qué pasa.» «Terminamos de torear en Sevilla y me dijo: vente para Las Piletas conmigo». Y ya desde ahí hasta el 12 de octubre de 2025. Primero la del novillero de 1997; después, la de la alternativa. Nadie podía imaginar entonces que aquella elección marcaría casi tres décadas de camaradería profesional.
«Yo creo que estar 30 años consecutivos con un torero de esta magnitud es casi impensable, y de una manera u otra lo he conseguido»
Aurelio calcula que ha picado entre 1.600 y 1.700 toros a las órdenes de Morante. Apenas dos ausencias por lesiones graves —el quinto metatarso partido y unas costillas rotas en Madrid— interrumpen una hoja de servicios casi impecable. Y, sin embargo, cuando habla de la convivencia, no aparece el mito ni la aureola: «una persona normal«, resume, así es para ellos Morante. Exigente cuando tocaba serlo, pero sin gritos ni rarezas. Para él, la cuadrilla es «un barco en el que todos tienen que remar. Pedía profesionalidad, nada más, y cada día empezaba limpio«.
De Morante torero habla con una seguridad que nace de la admiración y del conocimiento profundo. Lo considera «el más completo de todos los tiempos». Habla de su valor, de su temple, de su forma de entender al toro y, por encima de todo, de su arte. A esa confianza estética se sumaba una confianza técnica silenciosa: «Morante apenas daba consignas, salvo lo esencial. No picar abajo para evitar sangrados inútiles; durante un tiempo quiso que experimentáramos buscando un punto trasero como algo nuevo, pero después lo desechó y volvimos al sitio; emplear el caballo con mesura. Solo en contadas ocasiones, cuando el animal no daba para más, llegaba la orden rotunda: dale».
«A la altura de las circunstancias»
El oficio de Aurelio viene de muy lejos. Su padre, dos tíos, su hermano, su primo y hasta sus bisabuelos vivieron entre caballos y toros. De niño ya andaba tentando en el campo, pero admite que quizá no hubiera acabado siendo picador si su hermano no hubiera empezado a torear y lo hubiera animado. La vida lo llevó, casi sin que él lo buscara, a convertirse en un nombre constante del escalafón. Jamás pensó que acabaría al lado de una figura. Cuando llegó la oportunidad, solo quiso estar «a la altura de las circunstancias».
La retirada de Morante en Madrid le sorprendió tanto como a todos. Pensó que el torero iba al centro del ruedo para agradecer la tarde, hasta que lo vio llevarse la mano a la coleta. Tras el primer impacto, sintió una forma íntima de alivio: entendió que, con los problemas que arrastraba, era lógico querer parar y cuidarse. Está convencido de que, si un día reaparece, bastará su nombre para llenar las plazas. Y también para que él, Aurelio, vuelva a vestirse de luces una vez más. «Solo regresaría por él», confiesa. «Yo ya estoy jubilado, pero si vuelve y me pide que vaya con él, siempre que sea con mi maestro volvería».
Hoy mira atrás y comprende que haber permanecido treinta años junto a una figura así es casi imposible. Pero lo logró. «Yo creo que estar 30 años consecutivos con un torero de esta magnitud es casi impensable, y de una manera u otra lo he conseguido». Desde la primera tarde hasta la última, se mantuvo en un lugar que jamás imaginó ocupar. Ese es, quizá, el verdadero relato de su vida: el de un picador callado como su maestro, que hizo historia sin proponérselo, con el peso del oficio, la lealtad de los hombres cabales y el destino compartido de quienes saben que, en el toreo, nada importante ocurre por casualidad.
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