El cielo en un cartuchito
Pepe Luis toreaba cuando le daba la gana, cantaba al oído, huía del triunfo porque sólo buscaba la hondura
Sevilla
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Iniciar sesiónSe hablaba de la jindama de Pepe Luis como queriendo achicarlo. Pero su mano izquierda era un romance de valentía. Dios le paró la derecha con un ictus para que pudiéramos ver que el último Vázquez de San Bernardo dominaba los espacios desde la más ... estricta quietud física y mental. Pepe Luis hizo con su vida un experimento de equilibrio sublime para demostrarnos que se puede torear de cuerpo entero con medio esqueleto vacío. Otros necesitan mucha envergadura para guardar sus dones. Él, en cambio, sólo necesitaba una manita. Un pequeño frasquito para guardar sus duendes. Todo lo eterno cabe en la palma de una mano. Por eso la jindama de Pepe Luis era un mito. Él se ponía delante de un toro estando mermado. Sabía encajarlo en su compás, que siempre andaba en los aires de la bulería por soleá. Dejando pasar los pitones con brío. Cuajando el movimiento después en uno de esos pellizcos que no escuecen pero se quedan señalados para siempre en la carne. Pepe Luis tenía la estirpe escondida en la niña de sus ojos. Siglos de torería. Sobrevivir a un árbol genealógico tan gigantesco habría sido imposible para cualquiera. Él, en cambio, se impuso a su propia historia por el camino más complicado que hay, el de la personalidad. Apenas existen tardes gloriosas en sus estadísticas. No sale en los libros de los triunfos numéricos. Pero está tallado con la mano izquierda baja, la barbilla dormida y el cuerpo como el Gran Poder —en diagonal perfecta— en la memoria de todos los que saben decir ole.
La jindama de Pepe Luis es mentira. Él era tímido, introvertido, inseguro, incomprendido, bohemio. Y toreaba sólo cuando le daba la gana. Muchas más veces a solas que en público. ¿Quién hay más valiente que quien se vence a sí mismo? ¿Quién tiene más valor que el que antes que el éxito busca la hondura? Una vez se anunció en una plaza ruidosa, antípoda de su concepto, una de esas plazas que dan dolor de cabeza. La gente allí no entendía que alguien tan jilguero fuese una feria en la que sueltan elefantes y búfalos. Pero, por lo que sea, allí estaba Pepe Luis en el cartel. Un amigo policía le ofreció un servicio de escoltas desde el hotel a la plaza porque el ambiente estaba muy calentito. Y Pepe Luis le contestó: «Pónmelos mejor para la vuelta». ¿Qué miedo puede tener un artista que se traía los miuras hasta su cadera a campo abierto en Zahariche? Pepe Luis cantaba bien por bulerías. Era flamenco. Pero cantaba siempre al oído en cuartos de cabales. Jamás cuando había más de cuatro. ¿Dónde está la jindama en un hombre que elige a quién le enseña sus misterios? Al Faraón le dijo mirándole a los ojos: «Qué difícil es el toreo, Curro». Y Romero le contestó: «Anda que no, Pepe Luis, cuánto sufre el que sabe».
El último de los Vázquez ha sufrido más de lo que merecía, pero desde hoy cabe otro cielo en el cartuchito de su padre. Y ahora, cuando un torero esté atravesando el tiempo en una plaza, un eco flamenco saldrá de ahí dentro como una caracola, sufriendo de sabiduría y con la mano izquierda por delante nos dirá: ssshhhhh, silencio, vamos a escuchar.
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