La hora de Enrique Ponce en el año de las nostalgias

Pero la vida sigue. Como siguió sin la sangre inolvidada y fandiñista del último caído. Como siguió con la retirada por sorpresa de Enrique Ponce. Como seguirá sin El Juli. Y seguirá, aunque pese mucho, sin Morante, un torero incomparable e inabarcable. El más completo que hayan visto nuestros ojos, el más puro y el de mayor expresión sin necesidad de expresarse. Natural.  

El anunció de Julián López llegó en un comunicado dos días después de la tarde de heroicidad y milagro de Roca Rey en Santander. De quien se hablaba más ese día que del adiós del veterano maestro. Todo el peso recae ya sobre el peruano, que deberá demostrar su capacidad para tirar del carro como lo han hecho sus predecesores. Aunque sean otros tiempos y esperemos que también con otra filosofía: la abrir los carteles y dar paso a los jóvenes, cosa que al veterano mandamás poco le importó en aquella época del G-10 que capitaneaba. Pero eso merece un artículo aparte.

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A El Juli, del que ya de niño decían que parecía que le había parido una vaca de tanto como tenía el toreo metido en la cabeza, se le echará de menos. No hay torero con ambición como la suya ni con su sapiencia. Un fuera de serie. El 1 de octubre se despedirá de los ruedos. Será en Sevilla, en una tarde en la que está anunciado con Morante, en el dique seco por lesiones que no acaban de sanar. Su ausencia pesa en cada feria, y más en las de este fin de semana: Huelva es menos Huelva sin Morante. Y El Puerto apenas Puerto sin el genio del escalafón.

Mucho se habla de si vuelve o no vuelve, de si cortará la temporada o no, de si anunciará pronto una retirada. Dicen que quiere torear ya el próximo fin de semana. Como quería éste, que no ha podido ser. Sea como sea, haga el paseíllo o no, Morante, el hombre que torea como Dios, no permanecerá mucho en los ruedos. La edad no perdona. Ni las volteretas. Y ésa será la gran ausencia que no suplirá nadie. Porque nadie hay como él, un torero criado a la vera del Guadalquivir con afluentes en el Guadiana.

La vida pasa. Que nos los pregunten a todos los que crecimos con una generación irrepetible de toreros, con José Tomás al margen, por encima del bien y del mal. Ahora se va El Juli y quién sabe si antes que pronto lo hará Morante, que se fue pero vino para dictar las más hermosas faenas que hayan contemplado nuestras retinas y para dar categoría ganadera, sí, a los ganaderos. De forma inesperada se fue Ponce hace dos años. El maestro de maestros. Díaz Yanes, como Maxi Pérez, dos de sus grandes partidarios, saben que su historia no puede cerrarse así. El año 2024 se antoja el de su regreso para hacer una temporada de despedida como una figura de época merece. También, por qué no, para que las ausencias sean menos ausencias.

Se cierra una época del toreo. Y con ella se cierra la etapa más apasionante de muchos de nosotros. Pero la vida (y el toreo) sigue. Siempre nos quedarán los recuerdos y Roca Rey. El peso de la púrpura es hoy todo suyo. Y suyo es el poder de asomarse a la ventana del toreo y si es preciso romper espejos. Para abrir balcones de flores donde otros pusieron cerrojos.