EL MOMENTO DE LA VERDAD
¡Que viene Luque! ¡Y cómo viene!
Daniel, que había pisado el ruedo con la sangre en los ojos y se marchó por la Puerta del Príncipe, tapó bocas con lo que debe taparlas, con su muleta y su espada, y con una clara declaración de intenciones: estar en los mejores carteles, en los de Roca y en los de los demás
Menos asesores y más veedores

¡Que viene Luque! ¡Y cómo viene! En el nombre del padre un capote que barrió con todos, sacando la escoba. En su nombre el brindis del dolor. En el nombre del padre una faena de ciencia, técnica y valor. En su nombre el momento ... de la verdad, el de esa hora final con la que Daniel Luque firmó la estocada de la tarde (y de la feria). Como esculpida por Benlliure floreaba la empuñadura en el mismísimo hoyo de las agujas. De tú a tú el encuentro, desafiando metáforas de vida y muerte. Un silencio se hizo entonces en una Maestranza que empujó y se volcó con el matador de Gerena, aunque la banda de música anduviese cicatera. Los oles de torero consentido lo delataban, los oles de una plaza que quería verlo triunfar. Como propia celebró la oreja a su primero. Ricardillo se llamaba. Y muy 'illo' fue el conjunto de Cuvillo, que sacó orejeras bondades. Pero vaya tela con la presencia de varios animales. Claro que, como luego ofrecieron embestidas, aquí paz y después gloria. Y más el lote de la suerte, el de la suerte de toparse con un torero en plenitud, capaz de exprimir hasta el último aliento con una seguridad fulminante. Ojo, a ver qué compañero arrancaba a ese mediano lote tres orejas. Que llevaban en la memoria de parte del público el apellido de Roca. Con una diferencia: los tendidos anduvieron muy lejos del lleno que habrá con el peruano frente a los victorinos, una cita que ahora se pone todavía más cara y con mayor morbo aún.
Pero el 12 de abril era el día de Luque, un torero en esplendor, un torero roto tras entregarlo todo. Se barnizó de lágrimas el rostro de aquel que cumplía su primer paseíllo de la temporada en España. Las injusticias del toreo, aunque frente al toro las reventó hasta auparse a hombros por la Puerta del Príncipe. No le dolieron prendas al palco, más gentil con los diestros que con los ganaderos, para enseñar los dos pañuelos en el sexto. «¡Torero, torero!», le gritaban.
Daniel, que había pisado el ruedo con la sangre en los ojos, tapó bocas con lo que debe taparlas: con su muleta y su espada. Su amor propio se rebelaba contra el destino. Con una clara declaración de intenciones, con recordatorio incluido: su derecho innegable a estar en todas las ferias importantes, desafiando a todo y a todos. Tomen nota, señores empresarios: Luque merece sitio en los mejores carteles, en los de Roca y en los de los demás. No nos engañemos: con los otros –aunque lo defiendan de boquilla– tampoco ha toreado.
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