Entrevista

Pablo Aguado, el torero de la belleza natural: «Para crear un mensaje delante del toro hay que sufrir, incluso tocar fondo»

Su año está preñado de faenas memorables como las del Puerto, donde regresa mano a mano con Juan Ortega este domingo

La gran tarde de Aguado

Pablo Aguado, en las bodegas Osborne Paco Martín

Rosario Pérez

El Puerto de Santa María

Nadie baña de más belleza natural los ruedos que Pablo Aguado. Su toreo, con ese hilo de armonía, no necesita gritar para ser escuchado. Torea con el temple con el que vive. Porque torea como es: sin poses ni filtros. Aun sin espada, roba ... titulares en una temporada memorable, con la solera de Osborne, cuyas bodegas recorre con paso deletreado mientras se sumerge en el aroma de esos vinos que han catado papas, nobles y reyes. En silencio acaricia con la mirada las botas de madera y alza los ojos hasta esas bóvedas que llaman la copa de los ángeles. En blanco y negro. Como las estampas de ese capote que viaja sin reloj. Un tiempo sin tiempo, del que deja poso, en la gran añada de Aguado.

¿Es la más redonda de su carrera?

—Creo que sí. Vamos, afirmo que sí. El año 19 fue bueno por la sorpresa, con este aura de lo nuevo; este, el más completo.

Antes de visitar las bodegas, accedemos al patio de luz de Casa de Indias, que alumbra una frase de Cézanne: «Un arte que no se basa en el sentimiento no es arte».

—¿Su toreo atiende más a razones o al corazón?

—Al corazón. Cuando ha atendido a razones no han ido las cosas como ahora. Intento ir a la plaza sin pensar en nada más que en ser feliz y un poco en juguetear con aquello.

Naturalidad

«Buscar la naturalidad es ridículo y, por definición, imposible. Es antinatural»

—Es un torero de sonrisa perenne: ¿acaso no sufre?

—Es verdad que delante del toro últimamente ando seguro y feliz, pero claro que se sufre. El sufrimiento va por rachas. En los momentos previos, en tus dudas y en tus cosas íntimas, siempre lo hay; además, es necesario. No sé a quién le escuché decir que sin el sufrimiento del artista la obra no brilla.

—¿Entonces se crea más hondo desde el dolor?

—Para llegar a estar delante del toro hay que sufrir. Y hay que tener dudas, hay que tener miedo. Tienes incluso que tocar fondo y no verlo, no verlo por ningún lado. Solo desde ahí se crea un sufrimiento, se crea una historia que después te hace tener un mensaje en la plaza. Entonces aparece esa cara de felicidad que usted nombra.

Negocio taurino

«Aunque somos especialistas en tirar piedras a nuestro tejado, lo veo más sano que nunca, con más gente joven»

—¿Qué día tocó fondo para ahora resurgir así?

—No sabría decir un día, pero sí situaciones en las que he querido solucionar la papeleta tirando de un fondo artificial o de un querer sin poder.

—¿Qué siente delante del toro?

—Intimidad. Es un momento muy solitario, muy íntimo. Pero es una soledad acompañada de muchas almas, que parece que te acompañan en tu mensaje.

La sonrisa de Aguado Paco Martín

—¿Escuchan los toreros la voz de los tendidos?

—En la mayoría de los casos, sí. Hay circunstancias en las que estás tan metido que lo oyes pero no lo escuchas. Uno tiene que saber interpretar en el público lo que está pasando.

—El más difícil todavía: traducir el lenguaje del toro y el de la afición. ¿Qué cuesta más?

—El toro, siempre el toro, porque es la primera conexión para que se conecte el público. La cabeza tiene que estar en el toro. Al público hay que escucharlo, pero sin obsesiones.

—¿Para quién torea?

—Para Pablo Aguado. Cuando he intentado torear para otras cosas, ha sido un desastre.

—¿Y por qué torero?

—La razón por la que uno se juega la vida es por la relación íntima con el toro, más allá del público, del negocio, de todos los fuegos artificiales que rodean este mundo.

—¿Alguna vez ha ejercido su carrera universitaria o colgó el título sin más?

—Creo que ni lo colgué, todavía lo tengo enrollado.

—No será como el currículum de los políticos...

—(Risas). No, no, por algún cajón andará.

Cura de humildad

«El toro es una constante cura de humildad. ¿Para qué decir que toreo despacio si mañana se me puede ver a mil por hora?»

—Desde sus estudios de Administración y Dirección de Empresas, ¿cómo ve las plazas de toros?

—Más sanas que nunca. En el toro somos especialistas en tirarnos piedras a nuestro tejado y siempre se escucha el argumento de que esto está muy mal. Pero yo veo más gente joven que nunca en los toros. Veo las plazas llenas. Estamos en una época gloriosa.

—Atendiendo a la frase de Ortega y Gasset de que los tendidos son el reflejo de la situación del país, ¿va entonces mejor España?

—Si lleva la razón Ortega, irían algo peor los toros...

—Dicen que ahora es más difícil hacerse rico toreando.

—Antes se toreaba más y había más sitio para todos. No me gusta hablar de ricos ni de dinero, pero estamos en buen momento, incluso se han quitado esos ataques antitaurinos de una época en la que era raro no ver en la tele un debate de ¡toros, sí; toros, no'. El torero vuelve a estar de moda, con más gente joven que nunca.

—¿Ha tenido que ver el efecto Urtasun?

—Creo que a la gente no le gustó la discriminación que el Gobierno hizo en la pandemia con el toro. Hicieron el ridículo. Y, sí, creo que también hay cierta rebeldía o revancha, incluso para los no aficionados, por esa discriminación.

—Usted tiene partidarios muy fieles y se le considera el torero de más naturalidad del escalafón: ¿se nace con ella o se puede trabajar?

—Se tiene. No quiero decir con esto que haya nacido con ella, pues sería muy osado. Buscar no se busca: si se busca, es antinatural. Yo mismo he pecado a veces de querer ponerme más natural de la cuenta... Buscar la naturalidad es ridículo y, por definición, imposible.

Jugarse la vida

«Suena dramático, pero cuando te pones delante del toro, te juegas mucho más que tu reputación»

—¿Cómo halla ese equilibrio entre la técnica y lo natural?

—He encontrado el crecimiento técnico sin que ello suponga cambiar mi forma de torear. Algunas etapas me ha costado. Ahora, toco madera, lo voy encontrando.

Pabla Aguado, en Casa de Indias Paco Martín

—¿Y qué pasa con la espada?

—Es sabido por todos que soy un torero bastante irregular con la espada. He pinchado los cuatro o cinco toros más importantes de mi temporada, como los de Sevilla, Pamplona o El Puerto. Más allá de lo que supone profesionalmente, me duele interiormente. Mi suerte es que, incluso pinchando, tengo partidarios acérrimos que siguen queriendo compartir una tarde de toros conmigo.

—En un mundo de prisas, usted detiene el reloj en el ruedo. ¿Cómo convive con esos dos polos opuestos?

—En la vida me agobian un poco esas prisas. Además, me considero muy puntual y no me gusta llegar tarde. Delante del toro no pienso en el después.

—¿Se siente dueño del tiempo en ese momento?

—El tiempo desaparece, entro en un mundo aparte en el que soy feliz.

—¿Y tiene prisa de que salga el toro?

—En los días de mucho miedo estás deseando que salga. Ya no el tuyo, sino el de un compañero para intentar cortar un toro en banderillas o ponerte pronto delante, que es la forma de disipar el miedo.

El torero sevillano, en su paseo silencioso por las bodegas portuenses Paco Martín

—¿Dónde crece más el temor?

—Depende mucho de los días, pero ese tiempo en el que te vistes y te vas a la plaza es de los más complicados. Una vez que estás delante del toro, aunque se pase también mucho miedo, incluso más, es un miedo que ya está en tu mano controlarlo. Los otros están en tu cabeza. Y muchas veces es peor controlar la cabeza que lo físico.

—¿Asusta más el fracaso que la cornada?

—Son los dos tipos de miedo que nos acompañan en nuestra vidas: el miedo físico y el miedo artístico. Lo dicen escénico, pero me gusta llamarlo artístico, que casi siempre es mayor que el físico.

—Eterno dilema: ¿hay que tener más valor para torear despacio o para pasárselo cerca?

—Creo que para torear despacio, y no lo digo porque a mí se me atribuya eso. Yo no quiero reconocer ni que toree despacio ni que tenga valor, pero muchas veces el toro te pasa cerca a mucha velocidad y se pasa menos miedo que cuando te pasa un toro más despegado pero muy despacio.

—Su imagen parece alejada de toda vanidad.

—Mire, el toro es una constante cura de humildad. Entonces, ¿para qué voy a decir yo que sí, que he toreado algún toro despacio, cuando mañana se me puede ver a mil por hora?

—Eso sería noticia.

—Pues pasa también. Alguno ha habido. Una vaca en el campo te pone rápido en tu sitio.

—Este domingo se anuncia en un mano a mano de campanillas con Juan Ortega. ¿Dónde queda la competencia?

—En el sentido de que quieres ser el mejor y no quedarte atrás, pero, aunque suene a tópico, mi competición es conmigo mismo. Sé lo gran torero que es y sé que en cualquier momento, si se le da la circunstancia, cuaja un toro.

—Hablemos de vetos.

—Prefiero no meterme en ese 'fanguizal'.

—¿Por?

—Todos podemos buscar nuestros intereses. Para mí vetar es no torear con alguien en toda la temporada. Ya le digo, prefiero no meterme en ese 'fanguizal'.

—¿Se puede llegar a la cima siendo buena persona?

—Sí, por supuesto que sí. Y, además de estar en la cima, tienes el cariño de la gente.

—¿Se torea como se es?

—Creo que los toreros toreamos como somos. Si se hace un papel, eso se ve rápido. Los que tienen su personalidad real, no buscada, son en la vida como en la plaza. Y viceversa.

Se torea como se es

«Los toreros toreamos como somos. Si se hace un papel, se ve rápido»

—¿Tiene espejos más allá de otros toreros?

—Me fijo en toreros, pero me inspiro en otras artes, como la música.

—Cuenta con Vicente Amigo de seguidor, que también lo es de José Tomás. No es mal partidario...

—Además de amigo, es uno de los que escucho cuando me estoy vistiendo y de los que me sacan buena energía. Me inspira. Ese sí torea como es.

—Se le considera heredero de la naturalidad de Curro Romero. ¡Palabras mayores!

—Me lo han dicho, pero esa comparación es una osadía. Curro es un maestro único. Otro que torea como es. Y confirma que, aparte de ser figura, es una buena persona y querida. Como le pasa al maestro Espartaco. Y le pasaba a Pepe Luis, que en gloria esté.

—¿El piropo más bonito que le han echado?

—Gracias.

—¿Se puede ir uno más lleno de la plaza sin orejas que con ellas?

—Sí, aunque falte esa pata para que la mesa no quede coja, me he ido lleno artísticamente. No quiero ser pesado con eso de que los toreros nos jugamos la vida. Porque suena muy dramático. Pero es verdad: cuando te pones delante del toro, te juegas mucho más que tu reputación. Hay un peligro físico real y, además, es el que le da sentido al toreo. No puedes afrontar ese peligro sin una inquietud interior que expresar. No lo concibo. Y el día que a mí me pase, que no sienta, me quitaré porque me volveré el más malo del mundo.

—¿Da miedo no sentir?

—Hablando con una figura del toreo, de la que no voy a decir su nombre por respeto, me dijo que una de las peores etapas que había pasado en su carrera era una en la que no sentía nada. Y es verdad que eso debe de ser horroroso, no encontrar la motivación para jugarse la vida. Uno de los grandes miedos de todo artista es no sentir.

—¿Se ha planteado alguna vez la retirada?

—Sí, pensé en tirar la toalla de novillero. Sufría mucho porque no salían las cosas. Me llegué a preguntar si merecía la pena.

Entre sol y sombra Paco Martín

—¿Qué queda de ese Pablo que toreó por primera vez de marinerito en su comunión?

—La primera vez que me puse delante de una becerra no lo hice pensando en querer ser torero. De hecho, yo nunca he pensado en ser figura, comprarme una finca, ser famoso... Yo quiero torear... Por lo que siento delante del toro, no por lo que hay alrededor.

—¿Qué pensaría ese niño del hombre que es hoy?

—Me emociona, nunca lo había pensado. Si a ese niño le dijera que iba a disfrutar del toreo como lo estoy haciendo, no se lo hubiera creído.

«La Macarena, un icono mundial»

—¿Qué opina de lo ocurrido con la imagen de la Macarena?

—Yo soy de la Hemandad de las Penas de San Vicente y lo he seguido muy de lejos. Entiendo que el revuelo sea gordo, porque la Macarena, más que un icono de Sevilla, es un icono mundial. Pero también creo que nadie ha actuado con mala intención.

—¿A quién reza usted?

—Yo cada vez creo menos en un Cristo o en una Virgen en concreto. Creo que todos representan lo mismo. Incluso me enfado muchas veces con esos partidismos.

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