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ABC Cultural

MOtín de ARanuez

Hacer la luna a compás con el eco de los sobrenaturales de Morante

Ortega y Aguado, natural deleite para los sentidos, salen a hombros en una torerísima y larga tarde en la que el de La Puebla puso los grandes cimientos

Roca Rey, pleno de cuatro orejas en su reaparición

Juan Ortega y Pablo Aguado salen en volandas Emilio Méndez
Rosario Pérez

Rosario Pérez

Aranjuez (Madrid)

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En coche de caballos llegó Morante, envuelto en la bruma de un habano, con la redecilla ciñendo su cabello y un vestido sacado de un lienzo de Goya. Una pieza de museo de aire antiguo. Porque aquello fue un viaje a otro tiempo, sin ... trenes de Óscar Puente, puntual José Antonio en su pureza, valiente tanto para enfundarse aquella joya goyesca como para hacer el toreo. Cosido con manos de artesano: en blanco y negro. Se dejó el de Criado con su justa pujanza –tónica de una corrida de tres horas– y el Genio de La Puebla soñó el toreo del aplomo verdadero, el de sentir el aliento de Paisano en su pecho, el de no retroceder ni un milímetro. Siempre en el sitio, ese que tanto pesa y que Morante pisa como la baldosa del patio de su casa. La esencia de la torería se derramó desde la apertura por alto, en aquel molinete y ese de pecho. Para ofrecer el suyo en el embroque diestro mientras las notas de un pasodoble de 'la más grande' aleteaban en el viejo coso. Para quitar el 'sentío', que diría la Jurado, al natural. Entre las rayas sangre de toro se asentó con la izquierda presentada, con un compás celestial, con naturales que eran sobrenaturales. De oles 'jondos', de oles de dentro, de bienes enterrados. Como enterraba el torero su cuerpo, hundido, en una zurda venida del más allá para que la gozáramos los del más acá en ese viaje sin trenes, sin otra infraestructura que su tauromaquia, la de mayores cimientos. Con aquel enclasado animal, bordó también el cigarrero el toreo a dos manos, el molinete invertido, aquel apunte rodilla en tierra de aires dieciochescos. El acero dejó en un trofeo una faena de dos.

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