Juanita Cruz, la lucha épica legal y social de una mujer para triunfar en los ruedos
Toreó más de setecientos festejos, levantó la prohibición de la República y se exilió a América por la Guerra Civil
¡Y por fin las mujeres pudieron torear!
Juanita Cruz
«Veroniqueó con arte, cuajó una faena valiente y adornada, se levantó encorajinada de una voltereta y, sin mirarse, como hacen los valientes, con el traje destrozado, volvió a su enemigo al que despenó de dos pinchazos y estocada, entrando a ley las tres veces». ... El crítico de ABC Eduardo Palacio Valdés juzgaba así la presentación de Juanita Cruz en Las Ventas el 2 de abril de 1936, la primera vez que una mujer se vestía de luces y toreaba con picadores en el ruedo madrileño.
Juanita Cruz llegaba a la primera plaza del mundo precedida de una gran expectación, de tres temporadas cuajadas de éxitos y de una lucha épica y descarnada contra prejuicios legales y sociales para abrirse paso y poder torear en plazas españolas. La madrileña decidió muy joven que quería ser torero y con quince años toreó su primera novillada en León en 1932. No fue fácil, pues el Reglamento Taurino vigente, de 1930, prohibía a las mujeres torear a pie. Cuenta Rafael García Antón, su esposo y apoderado, todo lo que hubo de luchar para conseguir permiso gubernativo para aquel festejo y para los más de treinta que sumó aquella temporada. Toda una batalla legal para hacerse con cada permiso. Al año siguiente toreó más de cincuenta tardes y otras tantas en 1935, cuando ya el ministro de Gobernación de la República no había tenido más remedio que derogar la prohibición, que ya de facto no surtía efecto con la torera.
Sevilla, Valencia, Salamanca, Zaragoza, Valladolid… fueron las primeras plazas que no rehuyó Juanita Cruz. Tras el éxito en Madrid se abría una carrera rutilante, pero todo no era de color de rosa, pues entre sus compañeros seguían las reticencias. Ante la presentación en Las Ventas, obligaron a que Cruz toreara dos novillos de distinta ganadería que los otros tres novilleros que conformaban el cartel, y que, lejos de compartir la lidia, sus dos utreros fueran corridos al comienzo del festejo. Además, también le exigían que vistiera el traje de luces convencional con taleguilla en vez de la falda bordada que utilizaba la madrileña.
Exilio a México
Esto confirma todas las visicitudes que hubo de sortear a la vez que su popularidad entre el público era cada vez mayor. Más de sesenta festejos tenia contratados para la temporada de 1936, pero todo se truncó con la Guerra Civil. Cuenta su esposo en el libro 'Juanita Cruz, su odisea', que editó tras su muerte en 1981 como íntimo homenaje, el obligado exilio a Ámerica en donde prosiguió con su carrera. Venezuela, Colombia, Perú, y finalmente México. Siguieron los triunfos y el favor de los públicos. Se presentó en la plaza de El Toreo en 1938, y el 17 de marzo de 1940 tomó la alternativa en Fresnillo de manos de Heriberto Garcia, un doctorado que algunos no consideraron válido, pues después volvió a torear novilladas.
En la Santamaría de Bogotá sufrió dos graves cornadas el 12 de noviembre de 1944, y se retiró de los ruedos al año siguiente. En 1948 volvió a España, en donde vivió en el más absoluto anonimato. «Ya no quiso saber nada de prensa ni de contactos con los medios taurinos», cuenta su esposo.
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El 18 de mayo de 1981 falleció quien «sentía el toreo y lo llevaba en la sangre, no era una chiquilla fuerte, y mucho menos 'varonil', pero cuando tenía enfrente un toro de casta se transfiguraba, se crecía, jugaba con él a pasárselo cada vez más cerca».