Final feliz: a hombros Roca Rey y Francisco de Manuel

Aplaudo sin reservas a la Comunidad y la empresa por dar realce a la corrida de la Hispanidad: una fiesta nacional de la que debemos sentirnos legítimamente orgullosos, sin el menor complejo. Recuerdo la frase de Octavio Paz sobre México: «Sin la religión católica y la cultura que los españoles implantaron en nuestro país, no seríamos lo que somos». Y lo que repite mi amigo Antonio Gala: dos cosas indiscutibles unen a España con los países de Hispanoamérica, la lengua y los toros.

Talavante tiene esta tarde la última oportunidad de enderezar la temporada de su regreso; no lo logra sino todo lo contrario. En el primero, enlaza verónicas con chicuelinas, intenta los naturales pero el toro flaquea y es pegajoso: todo resulta anodino, sin mando ni entrega. Mata fácil. «Miró al soslayo, fuese y no hubo nada».

El cuarto, veleto, flaquea de atrás. El trasteo es suave, sin dominio ni estética: surge la división. Pincha mal y logra la estocada a la segunda. Mi vecino, bastante benévolo toda la tarde, resume: «No está». Pero viene lo peor y lo inesperado: el toro no dobla y, después de seis descabellos y dos avisos, Talavante decide desistir, se va al callejón y deja que suene el tercero, entre el estupor y el enfado del público. Un vecino veterano recuerda: «Lo mismo hizo una vez José Tomás». La bronca es épica, merecida. ¿Cómo lo justificará Talavante? No lo sé pero la estampa ha sido penosa.

Roca Rey ha arrollado literalmente en casi todas las Plazas españolas, este año. Es el más taquillero porque garantiza el espectáculo, tiene cabeza, valor y ambición de mandar. Su tarde heroica, en Bilbao, ha sido una de las cumbres de la temporada. Devuelven el segundo, protestado por falta de trapío y por flojo; también, el sobrero. En el segundo sobrero, saluda Viruta. Brinda Andrés al público y comienza ligando, quietísimo, una serie con dos muletazos cambiados: la plaza ya es un volcán. Dándole distancia, intenta el toreo clásico aunque el toro se apaga pronto. Cuando ve que el público aplaude más los alardes, se pasa a ellos: si les gustan más los muletazos invertidos y por la espalda que los naturales, la culpa no es suya. Las bernadinas finales le colocan al borde de la cogida. Mata como un cañón: dos orejas, pedidas clamorosamente, aunque los exigentes protestan (la segunda me parece discutible). Pasa a la enfermería por un corte en la mano y se corre el turno.

En el sexto, con la mano izquierda vendada, veroniquea con apuros. (Pienso yo: ¡qué ocasión ha perdido de brindarle el toro a Talavante! La emoción se hubiera desbordado). El toro embiste irregular; tragando mucho, le saca algunos naturales con mérito. Esta vez mata a la tercera. Se ha justificado, antes de la salida a hombros.

Ya sabe lo que es triunfar en Las Ventas como novillero el madrileño Francisco de Manuel. Tiene ahora su oportunidad, al entrar en este cartel de lujo, y la aprovecha plenamente. Abusa de las chicuelinas, para mi gusto, pero acierta al dejar que banderilleen los miembros de su cuadrilla. El tercero va largo y humilla. Comienza de rodillas, en el centro, y remata por bajo, con buen arte: ya se ha ganado al público, con su entrega. Logra muletazos mandones por los dos lados, incluso cuando se raja a tablas. La estocada es trasera pero eficaz: una oreja.

En el quinto, juega bien los brazos a la verónica. Saludan Fernando Sánchez y Juan Carlos Rey, con los palos. Aprovecha Francisco la excelente condición del toro. (Además, su entrega brilla más por contraste con la desidia de Talavante). Mediada la faena, el toro embiste ya al ralentí y De Manuel logra naturales que levantan un clamor. Se vuelca al matar: se piden unánimemente y se conceden las dos orejas. Ha sido un gran toro y una excelente faena, que le abre las puertas a este joven espada para la próxima temporada.

Salimos felices de la plaza, después de correr el riesgo de morir aplastados por los cámaras que persiguen a Sergio Ramos, en el patio de arrastre: una fea imagen. Tan penosa como la incomprensible reacción de Talavante, al desistir de matar a su toro: una falta de respeto para el animal -me decía un cazador- y otra falta de respeto para el público. Los vecinos de localidad me pedían que les explicara por qué ha hecho eso y no he sido capaz.

En cambio, han triunfado plenamente Andrés Roca Rey y Francisco de Manuel, cada uno con sus armas. El peruano ha venido a Las Ventas a culminar su temporada y a justificar la razón de sus éxitos en todas las plazas. Son merecidos, por su valor impávido, su cabeza clara y su ambición de ser primera figura del toreo: igual que Luis Miguel Dominguín, que parece ser su modelo. Otra cosa es que a los aficionados exigentes no les agrade que recurra a un repertorio efectista. Podría él contestar con los conocidos versos de Lope de Vega, en su 'Arte nuevo de hacer comedias': «Porque, como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio, para darle gusto». Andrés es muy listo y se da cuenta de lo que le conviene para triunfar pero también debe recordar que los grandes toreros son los que realizan el toreo clásico. Lo explicó un adagio: sólo por los caminos difíciles se alcanzan las estrellas.

Concluye así una temporada taurina que se ha vivido con pasión. La Fiesta tiene problemas -¿qué sector no lo tiene hoy, en España?- pero mucha gente quiere ir a las plazas. Señala Alberto García-Reyes, en ABC, que «nunca ha habido más jóvenes que ahora en los toros», por reacción contra los excesos del animalismo. (Lo mismo puede pasar con la caza). No cabe duda de que la Fiesta está muy viva, porque forma parte de la cultura popular española. Así ha sido siempre y así debe seguir siendo.