Florito, el encantador de bueyes: «El secreto es la paciencia»
Ha dejado de ser el veedor de Las Ventas, pero sigue con sus cabestros y dice que se irá «en silencio»
«El toro es como una bala, que cuanto más fina es, más velocidad lleva»
Toledo
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Iniciar sesiónAhora que ha pasado el tiempo se puede contar: Florencio Fernández Castillo 'Florito' (Talavera de la Reina, 1960), amo y señor de los corrales de Las Ventas, recibió amenazas a su llegada en 1986. «Este que nos has traído me ha fastidiado más de ... un millón de pesetas», le comentó quien tenía la concesión de los bares de la plaza al empresario Manolo Chopera. La clave del enfado era que entonces se devolvían muchos toros, que la larga espera entre un bravo y otro era infumable y que el público, hasta los santísimos, aprovechaba para tomarse un pelotazo. O dos. Y Florito, encantador de cabestros desde que vino al mundo, acabó con el cachondeo.
Aquel joven de 26 años es hoy un hombre de 63, conocedor a la perfección de su trabajo, triunfador cada tarde que le toca ejercer. La mayoría de las veces ya ni siquiera sale al ruedo. De su boca, si acaso, se escapa algún susurro imposible de descifrar en el tendido. Chaquetilla, vara y mirada, con eso basta para que los mansos obedezcan. «El único secreto es la paciencia», asegura. Y la dedicación cien por cien: «No he ido nunca a la playa con mi mujer y mis hijos. Les prometí que íbamos a ir a Disneyland y me tienen que perdonar. Llevaré a mis nietos cuando los tenga».
Hace unos meses, Florito fue noticia. Los empresarios Simón Casas y Rafael García Garrido comunicaron que esta temporada dejaría de ser el veedor de la plaza de Madrid, es decir, el responsable de visitar las ganaderías y reseñar las corridas que después se lidian, quizá su ocupación menos famosa. «La decisión la tomé yo. La pandemia me hizo reflexionar. Pensé que quería vivir un poco más relajado y centrarme en lo que siempre me ha gustado, que son los bueyes», desvela. También niega que haya sido un invierno raro: «No, para nada. No me aburro. Me he metido a la finca y he estado entretenido».
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Habla con ABC justo antes de subirse al escenario de las jornadas taurinas de Villaseca de la Sagra, donde el culto al toro ha derivado en religión y a él se le espera como a los grandes toreros. Allí pronuncia el catecismo del buen mayoral, cuyo primer mandamiento dicta que los animales son «muy inteligentes y se acuerdan de todo». Hay que evitar hacerles cosas feas. En su finca, situada entre Alcañizo y Oropesa, en el oeste de la provincia de Toledo, cría unos 60 bueyes. A Las Ventas van 14 y la arena, cuando se reclaman sus servicios, la pisan ocho.
El chozo y el guarda
Aparecen limpios, impolutos, recién arreglados para misa. «Viendo el chozo, se ve el guarda», concede con la retranca propia de la gente de campo. La parada de bueyes se divide entre el guía, en cabeza, los que arropan al toro y uno o dos que se quedan los últimos. El de delante y los de la cola son los de más valor. En su memoria permanecen Costalero, que en los Sanfermines cruzaba la meta el primero, o Golondrino, cojo por la cornada de un sobrero de Cuadri.
Los aficionados de una cierta edad todavía recuerdan a Florito de novillero, en hombros con El Soro y Yiyo, anunciado El Niño de la Plaza por motivos obvios: creció en La Caprichosa talaverana pegado a su progenitor, conserje del coso. «En mi infancia disfruté muchísimo, no la cambio por nada. Yo aprendí todo de mi padre», añade emocionado. De vuelta a la actualidad, la jubilación se acerca y lanza un aviso a navegantes: «Me voy a marchar en silencio».
¿Habrá relevo? Florito responde que anda «un poco mosca» con Álvaro, su hijo, que ha terminado Ingeniería Aeroespacial y enreda en la finca. Y acaba confesando: «Yo le dije que estudiara y que luego sea lo que quiera». La duda vale un millón, más o menos lo mismo que perdió el de los bares.
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