San Miguel
Flojos juampedros, orejas amables
Ginés Marín y Pablo Aguado logran un trofeo con los dos únicos toros que lo permiten
Sevilla
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Iniciar sesiónDesde el viernes a las nueve de la noche, toda la Sevilla taurina rumiaba la gran noticia: el domingo, ¡vuelve Morante! Con esa ilusión, casi se ha llenado la Plaza de los Toros. Los de Juan Pedro fallaron en la primera parte de la temporada, ... mejoraron luego. Esta tarde, con la Plaza llena, Morante mata un inválido y una estatua: así, no cabe revalidar ningún triunfo. Con dos toros dóciles, manejables, Ginés Marín y Pablo Aguado cortan una oreja, en los únicos toros del deslucido encierro que permiten faena: trofeos amables, de los que dejan poca huella.
En el Arenal de Sevilla, cantado por Lope de Vega, sigue habiendo apasionadas tertulias y discusiones taurinas. Es algo que se ha perdido en casi todas partes y que prueba lo arraigada que está la Tauromaquia en el alma de esta ciudad. Desde el viernes, por supuesto, todos hablan de Morante: porque lo merece y porque no ha tenido rival. He escuchado que su arte es poesía, sentimiento, misterio incomprensible, algo que no se puede explicar… No es cierto. Del arte de los toros y de cualquier arte sí se puede hablar, y mucho. Lo aclaró Dámaso Alonso, mi maestro: hay un último nivel al que no podremos llegar pero, antes de eso, hay muchas cosas que sí se pueden explicar. Cualquier arte se basa en una técnica, en un oficio. La Tauromaquia, más, porque puede salir un toro complicado. Ahora mismo, Morante domina todo eso – la escuela de Gallito, la de la lidia clásica - y lo realiza con entrega, con valor; además, le añade su personal estética.
A Morante lo reciben con una clamorosa ovación, puesta en pie casi toda la Plaza. Después de un topetazo contra las tablas, el primero se viene abajo pero no lo devuelven. Tantea Morante con suavidad pero el toro es una ruina. Sin toro, ni Morante ni San Morante pueden torear. Debieron devolver este toro, que no tiene un pase. Con habilidad, se lo quita de delante. El público le ha pedido que lo mate pero se ha quedado sin verlo en un toro. En Las Ventas, el escándalo hubiera sido mayúsculo
Feria de San Miguel
- Real Maestranza de Sevilla. Domingo, 25 de septiembre de 2022. Última corrida. Lleno aparente. Toros de Juan Pedro Domecq, manejables 2º y 3º; flojos y deslucidos los demás.
- Morante de la Puebla, de grana y oro. Estocada y descabello (silencio). En el cuarto, estocada que hace guardia y descabello (silencio).
- Ginés Marín, de azul noche y oro. Estocada corta (oreja). En el quinto, dos pinchazos y estocada (silencio).
- Pablo Aguado, de rioja y oro. Estocada desprendida (oreja). En el sexto, estocada muy tendida (palmas de despedida).
El cuarto sale muy suelto y flaquea. Se luce llevándolo al caballo, sujetándolo por delantales y dejándolo en suerte con una media de frente, primero, y una larga cordobesa, luego. El toro se para en el intento de quite de Ginés. Bien Trujillo, con los palos. Morante se dobla rodilla en tierra con torería pero el toro se mueve tanto como los de Guisando. Tragando mucho, le saca muletazos de mérito pero desespera ver un toro tan parado. No hay nada más que hacer, aunque algunos no lo comprendan. Mata mal, caído y atravesado.
Desde el comienzo de su carrera, Ginés Marín ha mostrado la facilidad de los elegidos para un arte. Ha logrado ya abrir la Puerta Grande de Las Ventas, por ejemplo, pero todavía le falta algo, para consolidarse en la primera fila. Recibe con buenos lances al segundo, que sale ya sin necesidad de picarlo y, efectivamente, no lo pican: al torero le gustará, pero a mí me parece un desastre. Aún así, el toro también se cae pero se mueve, en la muleta. Ginés torea con facilidad y gusto , en una faena larga y vistosa, que culmina con muletazos a cámara lenta, tirando bien del toro. Mata a la primera, menos bien de lo que suele: oreja.
El quinto mansea y protesta. Muy bien Viotti, con los palos. Con soltura y oficio, Ginés lo va metiendo en la muleta pero el toro pasa por allí, tropieza el engaño, dice muy poco. Así, no cabe redondear ninguna faena. Mata a la tercera.
Deslumbró Pablo Aguado aquella tarde sevillana y nos ilusionó a todos. Luego, ha alternado luces y sombras. Como Juan Ortega, debe demostrar que es un lidiador capaz de imponerse a toros difíciles. Ha adoptado ahora un estilo vistoso, abusando del toreo a media altura: es bonito pero vale poco para dominar al toro, si el toro necesita ser dominado (por desgracia, ahora, algunos toros apenas lo necesitan). El tercero se pega una costalada, truncando las verónicas. Miden el castigo. El toro se deja (¡horrible concepto!) pero transmite poco. Aguado muletea con pinturería, logra algunos derechazos lentos, con naturalidad (su mejor virtud). Estocada en el famoso rincón: oreja.
El último embiste rebrincadito, no le deja a Pablo culminar las verónicas; hace sonar el estribo, en varas, pero le pegan mucho; se duele, en banderillas. Se dobla Aguado con él pero el toro topa, engancha la muleta, es deslucido. Pablo sólo muestra voluntad, sin fruto: no impone su dominio, pasa algún apuro y mata a la primera.
Despiden con aplausos a Morante, en recuerdo del viernes. Un espectador me pregunta lo de siempre: ¿por qué eligen los toreros estos toros? La respuesta también es la de siempre: porque algún toro les permite lucirse, sin especial esfuerzo, y, en los demás, la gente no se enfada con ellos, porque ve que no sirven. Mientras los públicos y los diestros acepten esto, seguiremos igual.
Concluye así una Feria de San Miguel que Morante convirtió en un horno de pasión. Eso es bueno para la Fiesta, desde luego, pero no conviene desorbitar las cosas ni dejarnos inundar por la literatura barata. Desde Barcelona, mi amigo Salvador Balil me envía un buen resumen: 'Morante ha toreado; los demás, han pegado pases'.
No podré estar en Sevilla en el atractivo festival del 12 de octubre, coincide con la Feria de Otoño. Un año más, me asomo a la preciosa terraza de la Plaza y veo pasar el río, con la última luz de la tarde: me llevo recuerdos taurinos – sí, Morante, otra vez - de los que ayudan a pasar el invierno… Como en algunos bares sevillanos, calculo los días que faltan para el Domingo de Resurrección: aquí estaremos, si Dios quiere.
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