Feria de Toros y Salsa, con cante grande
El ciclo fue bañado con tres perfumes diferentes de Sevilla, traídos a las riberas del río Adour, convertido por unos instantes en afluente del Guadalquivir
François Zumbiehl
Dax (Francia)
Cada verano la tranquilidad de Dax, ciudad landesa y termal, está sacudida por dos olas festivas y taurinas; en agosto se viste de blanco y rojo para jolgorios al estilo pamplonica, y en septiembre se deja mecer por ritmos cubanos y demás latinos. Aquí la ... música es protagonista y se acopla con los toros en la mismísima plaza, desde el viejo himno de Eurovisión, entonado por el público unos segundos antes del paseíllo, hasta el último clarinazo que anuncia la salida del sexto toro, y que alarga su estridor como para infundir cierta melancolía. La orquesta de la plaza hace un esfuerzo encomiable para adecuarse a la tonalidad de cada faena. Estuvo en sintonía con la hondura serena de los pases de Juan Ortega ante el toro bravo salido en tercer lugar. Y fue Daniel Luque quien, a su vez en sintonía plena con la afición de Dax, suspendió el cierre de una bella tanda para que su remate coincidiera con el remate desgarrador de la trompeta, haciendo saltar en el mismo segundo una ovación mayúscula.
El silencio del público de Dax, como el de muchas plazas francesas, puede al principio desorientar a los toreros, porque los aplausos saludan una buena serie, al acabar ésta, y los oles sólo se oyen de inmediato cuando lo que se desarrolla en el ruedo ha subido a un gran nivel. Se oyeron, y de sobra, en la corrida de ayer, 11 de septiembre. No es un silencio de frialdad, sino un silencio de expectación de quienes no se quieren perder un detalle y se proyectan continuamente en lo que está por venir. Son atentos y exigentes a la vez, en particular en la suerte de varas, valorando que los toros estén colocados para arrancarse de largo al caballo. En esta feria la única nota falsa fue el saludo de Morante de la Puebla en el centro del ruedo, merecidísimo después de una soberbia lidia y faena al quinto, y una gran estocada, enturbiado sin embargo por algunos pitos debidos a la muerte lenta del toro; bravura admirada por unos, agonía protestada por otros. División signo de los tiempos actuales.
La corrida del 10 de septiembre nos había dejado una impresión a medias por la condición de los toros, salvándose el tercero, excelente, de Garcigrande. Sólo pudimos apreciar, frente a un ganado poco colaborador, la maestría lúcida y serena del Juli, la firmeza casi rabiosa de Emilio de Justo, como queriendo tomarse una revancha sobre su percance, y el toreo sin aristas y puro de Tomás Rufo, ya no joven promesa sino joven figura.
La corrida del 11 de septiembre fue una gran tarde. Consagró un nuevo triunfo de Daniel Luque, con dos orejas en el quinto toro, pero se hubieran podido cortar por los tres toreros muchas más, truncadas por circunstancias adversas a la hora de matar. Daniel Luque, ya en la cúspide por su encerrona histórica en agosto, es el verdadero consentido, a la mexicana, de esta plaza. Sin hablar de su maestría portentosa hay una permanente complicidad entre él y su público de Dax, por ejemplo, en el momento de poner en suerte a sus toros para que se arranquen de largo al caballo, de responder al quite de Juan Ortega, de brindar al respetable la gran faena del quinto, coronada por un estoconazo en el centro del albero. La afición irrumpió en un solo grito: ¡Luque! ¡Luque!, grito convertido en cántico al momento.
Oles de muchos quilates saludaron las verónicas de Morante y las sorpresas que nos regaló en su faena con el cuarto. Juan Ortega tuvo también una buena cosecha de oles a pesar de no redondear la tarde.
Del cajón de sastre de bellos momentos que nos brindó esta corrida quisiera extraer dos elementos. Fue una antología de la verónica con el arte personal de cada uno de estos grandes intérpretes: verónica amplísima, edificada en ese ritmo y ese movimiento únicos de los brazos, por parte de Morante de la Puebla, dejando quieto el cuerpo; verónica de exquisita suavidad, por parte de Juan Ortega, pero abriendo el compás y arrimando todo el cuerpo y el pecho; verónicas con manos bajas, corriendo e imponiendo un temple de una precisión milimétrica, con un movimiento mínimo del cuerpo, por parte de Daniel Luque.
Fue también un festival del toreo con sorpresa, virtud excelsa de la torería según el maestro Pepe Luis Vázquez. Esta sorpresa nos iluminó en algunos encadenamientos de suertes. ¿Cómo no serlo por este molinete alegre encadenado con un profundo derechazo, como una quebrada rompiéndose y desembocando en un río tranquilo, obra de Morante? ¿O su forma de adormecer la faena con unos derechazos de frente, a pies juntos, y de forma inesperada armar una estocada en pleno centro del ruedo? Daniel Luque despertó esa misma impresión con una faena iniciada por doblones torerísimos, continuada con una verticalidad serena y dominadora (¡y qué maravilla ese pase de pecho en redondo!), acelerada por un torbellino de luquecinas y de molinetes, y concluida sin solución de continuidad por un estoconazo de inmediato efecto.
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Resulta que esa Feria de Dax 2022, Toros y salsa, fue bañada al final por el cante grande, con tres perfumes diferentes de Sevilla, traídos a las riberas del río Adour, convertido por unos instantes en afluente del Guadalquivir.
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