Feria de Cuenca: la belleza del toreo cárdeno
Emilio de Justo y Aguado desorejan dos toros de Rehuelga de vuelta al ruedo; Morante corta un trofeo
Cuenca
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Iniciar sesiónQuinientos largos kilómetros después de su fabulosa reaparición en Almería, a Emilio de Justo le aguardaba una corrida santacolomeña. Camino de los seis años iba el primero de su lote. Ni el mínimo alivio para el hombre que cuatro meses atrás bordeaba la silla de ... ruedas. ¡Y cómo anduvo! Su espíritu de artista ha vuelto para dar gloria al toreo. Toreo, qué bonita sonaba ayer la palabra. Soñó ya la afición en dos verónicas del saludo. El ilusionante quite de Aguado desató la rivalidad: apretaba Emilio el cuchillo entre los dientes. Y para los medios se fue. Arrebatado. Por Chicuelo un trébol colosal. La actitud del extremeño y la condición de Lumbrero barruntaban algo bueno. Y así fue. Tras las dobladas, después de acompañar la embestida, se puso a torear. Con personalidad. Humillaba el cinqueño en sus tres cuartos de viaje, que el de Torrejoncillo trataba de alargar. Si calaron los derechazos de mano baja, al natural llevó al éxtasis a la plaza bajo las notas de la 'Concha flamenca'. Al ralentí su izquierda, con una trincherilla y un desprecio que traían vientos de libertad. La libertad de volver a los ruedos. No fue casualidad su tarde en el sur, Emilio silba en su regreso las melodías de los puntos cardinales de la tauromaquia, aunque lógicamente se le nota a veces esa rigidez cervical. A pies juntos, enfrontilado, abrochó su cante, coronado con un espadazo. Un manicomio era el tendido. Cinco mil locos por Emilio de Justo. Dos orejas para el matador y vuelta para el rehuelga. Alta la estampa del quinto, con tan poca casta que se lo pensaba sin pasar.
Feria de Cuenca
- Plaza de toros de Cuenca. Lunes, 22 de agosto. Unas 5.500 personas. Toros de Rehuelga, bien presentados y de juego variado; 2º y 6º (un gran toro), de vuelta al ruedo. Saludó el ganadero tras arrastrar al último.
- Morante de la Puebla, de rosa y azabache. Pinchazo, otro hondo y descabello (pitos). En el cuarto, estocada desprendida (oreja).
- Emilio de Justo, de azul pavo y oro. Espadazo trasero desprendido (dos orejas). En el quinto, estocada desprendida (saludos).
- Pablo Aguado, de negro y plata. Pinchazo y media tendida (saludos). En el sexto, pinchazo y estocada desprendida.Dos avisos (dos orejas).
Pitos para torero y toro, que pegó un seco derrote en el pecho a Morante. Ahí acabó todo después de andarle en los inicios como pocas veces se habrá andado a un gris. Sus partidarios fruncían el ceño cuando apareció el mermado cuarto. Pero el genio de La Puebla obró el milagro y sostuvo al animal, con calidad. Unos hondos ayudados descorcharon su lección de torería a media altura. Acariciaba la embestida el sevillano y paraba el tiempo con ese duende que solo nace en las marismas. Qué belleza de faena, recompensada con una oreja. Saboreó Morante el paseo al anillo como un montecristo herrado con el 4.
Prometía la dispuesta labor de Aguado al nevado tercero, aunque poco a poco se diluyó como un azucarillo en un café americano. No venía a pasar la tarde Aguado, que se encontró con un sexto de clase extraordinaria, el mejor con diferencia. Callejón se llamaba. Y en plazas monumentales podría haberse bautizado su faena, con aroma a Ordóñez en esos doblones rodilla en tierra. Qué manera de torear. Porque cuando Aguado torea es capaz de romper el lienzo para pintar un nuevo cuadro. Cada zurdazo, que los bordó, inundaba de naturalidad la arena. Con la muleta muerta, por abajo, por donde se siente la grandeza. Desnuda de vulgaridades su faena descalza. Como si sentir las raíces le hiciera empaparse de la más torera de las sevillanías. Y allá que seguía Callejón, humillando con la clase y la fijeza que dan la bravura. Buscaba el indulto el torero y el público lo pidió con pasión. Pero se toparon con la negativa del presidente, que le envió dos avisos. De pinchazo y estocada lo mandó al cielo de los grandes toros, desorejado antes de la vuelta en el arrastre. De Rehuelga era. Qué bello es el toreo cárdeno. El medio millar de kilómetros bien mereció la pena.
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