División de opiniones en las calles de Madrid

Ahora que ya no es temporada, bares como Los Timbales o Los Clarines, habituales puntos de reunión de los aficionados, no presentan el colorido habitual y entre los concurrentes hay pocos entendidos de esto del toreo. Salvo entre los camareros, donde alguno con aire resabiado comenta con desgana la controvertida decisión parlamentaria: «Que hagan lo que quieran, nosotros aquí vamos a disfrutar de los toros igual que antes». Mientras tira la enésima caña fresquita del día, este profesional de la hostelería muestra su tranquilidad. «En Madrid no lo van a prohibir a no ser que los comunistas se hagan con el poder» A juzgar por lo que dicen las encuestas, puede estar tranquilo este camarero taurino. Entre quienes no tienen como negocio las gargantas sedientas de los abonados a Las Ventas, la diversidad de pareceres es enorme. Hay opiniones como las de un pensionista que se lamenta por lo que considera un atentado «a lo que siempre ha sido la tradición más española». Y también otras como las de un joven que pasea un chihuahua acalorado y que dice alegrarse porque «yo soy antitaurino». De cualquier modo, no suelen suscitarse reacciones indignadas cuando se plantea la cuestión. Es difícil escandalizar a los madrileños. Más aun en esta época de calores y cachaza. Ni siquiera entre quienes se reconocen aficionados a los toros, en su mayoría varones por encima de los cuarenta años, parece revestir excesiva gravedad la decisión adoptada en el Parlament. «A mí esto ni me va ni me viene, pero mire, lo de prohibirlo me parece un exceso; el que quiera ir a los toros que vaya y el que no pues que no vaya». Así de sencillo.

Las Ventas es en esta época estival un punto de visita obligado para los miles de turistas que por estas fechas visitan la capital de España. Es el caso de dos jóvenes sicilianas que hoy buscaban alguna sombra en los aledaños del coso. «Entendemos que es una cosa tradicional, pero pobre animal, ¿no?».