La media de Pablo Aguado que paró el tiempo en la corrida interminable
El capote del sevillano y Urdiales levantan monumentos a la verónica con los toros de más clase de una decepcionante tarde del Pilar, que lidió un conjunto muy desfondado
Los toros de Moisés viajan en avión
Madrid
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Iniciar sesiónEn el sentido de las agujas del reloj, Pablo Aguado tomó el control del tiempo, sin someterse a su tiranía. Toreando por acidias y ahondando por lentitudes desperezaba verónicas. «No corras, ve despacio, que donde tienes que ir es a ti solo». Cada lance ... era un verso de eternidades de Juan Ramón Jiménez. Tan cerca de la música callada y tan lejos de la prosaica berrea electoral. Que era jornada de reflexión. Acariciaba el capote Pablo, con el sello de la distinción, tan natural, nada impostado. Y de pronto, como si nada, tras aquel alado trébol de la buena suerte, hundió las zapatillas a pies juntos en la arena y giró en una media que bastó para soñar toda la corrida. Interminable (y no precisamente por su fondo) corrida del Pilar, que parecía contagiada de aquel toreo de perezas y se alargó como una madrugada en vela. No se le ocurrió otra cosa a Francisco de Manuel que entrar al quite por el mismo palo en ese segundo toro. Y Aguado apareció de nuevo en escena para enseñar cómo acarician las yemas de unas manos. Otro aroma, ese nosequé que provocaba los oles. Lances de cartel antiguo.
Con alfileres se sostenía Guajiro, de tan buena familia salmantina. Su clase tenía, pero no su fuerza. Tanta calidad merecía un voto de confianza y Oliver lo aguantó en el palco. Se antojaba el compañero ideal para Aguado, que se marchó al 5 para andarle al toro por delicias. Qué parsimonia, qué armonía. Un muletazo muy Manolo Vázquez descorchó una serie, cortita como todas, con un remate de pura sevillanía. Todo empapado de una naturalidad que olvidaba hasta el poco fuelle de Guajiro. Pero lo cierto es que faltaba toro, y más aún para Madrid, sumido en el bullicio infernal de unos y el compás de espera de otros. Ay, el compás. Para sentirlo en silencio. Un molinete tapó el grito de muchas bocas mientras el torero seguía a lo suyo, sin aspavientos, mirando siempre a los ojos del toro y no a los del tendido. Su pecado fue la largura: no se puede extender uno tanto en la capital con un toro tan limitado y que el público acabe pidiendo la hora, la misma que había olvidado por verónicas.
No serían las únicas, que Diego Urdiales también dejaría pinturas al ralentí con el que abrió plaza. Seiscientos kilos pesaba, y cien más le entraban a aquella aparatosa caja. Tan alto era el castaño que su testa sobresalía por la montera de Diego Urdiales. Tan pequeñito frente a Dulcero, el de Arnedo se creció en tres verónicas de bello embroque, acompañando con el pecho hasta el broche de la media cabal. Todas por el pitón derecho, como luego haría un despacioso Aguado. Replicó el riojano, encajado y sentido –de ¡ole! la abelmontada media–, en un gesto que agradeció la afición. Qué maravilla ver un tercio de quites por el palo más clásico. Por fin Madrid veía torear a la verónica. Un pitón derecho divino portaba el nobilísimo toro del Pilar, aunque su justa fortaleza no admitía nada curvilíneo ni un mínimo tirón. Cada vez más rebrincado, no hubo entendimiento con la muleta de Urdiales, que lo cazó con tremenda habilidad de una estocada. Nada fácil era dar matalile a aquel tanque.
San Isidro en directo: Diego Urdiales, Pablo Aguado y Francisco de Manuel, con toros del Pilar
Ángel González AbadLa decimosexta corrida de la feria, al detalle en ABC.es
Un marmolillo parecía el otro de su lote, tan parado como el reloj del 5 entonces. Harto andaba el personal cuando a las nueve menos diez arrancaba la faena al cuarto, tan desentendido y descastado que lo mejor que pudo hacer el matador fue adelantar la hora final. Tampoco habría pie al lucimiento con el quinto. Diego y Pablo ya habían hablado antes con su capote.
Feria de San Isidro
- Monumental de las Ventas. Sábado, 27 de mayo de 2023. Decimosexta corrida. Casi lleno. Toros del Pilar (incluido 3º bis) y Conde de Mayalde (3º tris, incierto), desiguales de presentación, nobles, bajos de raza y fuerza, sin fondo.
- Diego Urdiales, de rioja y oro. Estocada (saludos con división). En el cuarto, media (silencio).
- Pablo Aguado, de lila y oro. Pinchazo y media tendida. Aviso (saludos). En el quinto, pinchazo y media (silencio).
- Francisco de Manuel, de buganvilla y oro. Espadazo. Aviso (petición y vuelta con protestas). En el sexto, dos pinchazos, estocada que escupe y seis descabellos. Dos avisos (silencio).
Asomó el pañuelo verde para el guapo Sonajerillo, aunque no sería el que más perdería las manos. Total, que de mal en peor. Indigna la presentación del Dudeto sobrero, que para colmo se derrumbó. A las ocho y cuarto salía el apretado tercero tris, de Conde de Mayalde, el más incierto. Con una larga cambiada quiso alegrar el ambiente Francisco de Manuel. Y de la misma guisa principió faena. Tremendo el susto cuando el toro levantó sus rodillas y lo elevó por los aires. A la carga volvió el valiente, haciendo un esfuerzo con el frenado Chorlito, que se vencía y se quedaba a mitad del viaje. Un toro muy costoso al que había que llevar tapadísimo. Tras una vibrante tanda, se desplantó rodilla en tierra y se descaró después de aquella inoportuna voz de «¡hay que torear!». El espadazo de ley desató la pañolada y todo quedó en una justa vuelta al ruedo: aquella faena no era de oreja. Muy decidido en el sexto -con más de cien kilos de diferencia con el tercero-, que se movió algo más de lo esperado. De Manuel se atascó ahora con el acero hasta el punto de que el verduguillo saltó al tendido y de que el matador acabó con la mano como un guante de Canelo.
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