¿Dar la puntilla a la puntilla?
Segunda parte de las propuestas de François Zumbiehl para reformar las fases de descabello, y sobre todo, de la puntilla
Muerte o indulto del toro bravo: entre tradición y dignidad
François Zumbiehl
He intentado explicar en mi anterior artículo por qué la muerte del toro bravo es el núcleo de la corrida moderna. Con la estocada en el ruedo, que se la interprete o no como un acto sacrificial, culmina y acaba su ritual. Todo lo que ... viene después, cuando hay necesidad de asestar el golpe de gracia, ya no es tauromaquia sino acción de matarife, pues el animal ha dejado de estar en lidia y se convierte en víctima – palabras del maestro Antonio Ordóñez. Se exige entonces eficacia y brevedad, y para ello la elección y el manejo de los útiles más certeros. En la sensibilidad de la sociedad actual, que queremos mantener atenta a la fiesta de lo toros, pensando sobre todo en los nuevos aficionados, es inaguantable la acumulación de descabellos y puntillazos fallidos. Borra la solemnidad de la suerte suprema y la belleza de la faena, enfría los ánimos del respetable y compromete el triunfo de los diestros, amén de ofrecer una deplorable imagen aprovechada por los antitaurinos. No se entiende que los profesionales no se apresuren a remediar tal situación.
El primero que podría cuestionar la urgencia de hacerlo es el maestro Roberto Domínguez, tan aplaudido por sus aciertos con el descabello, pero no es así. Conversando conmigo matiza el elogio y puntualiza que su mérito fue de poner en condiciones al toro para recibir la espada con cruceta con los doblones adecuados, lo que no deja de ser toreo. Pero el golpe en sí, para él, no tiene importancia y siente haber fallado más de una vez. Hasta propone que se aplique hasta el final, como límite infranqueable, la regla de tres, cifra emblemática de la Fiesta: tres toreros, tres tercios, tres pares de banderillas, y entonces tres entradas a matar, tres descabellos y tres puntillazos. Más allá de este límite debería imponerse el recurso siguiente y, si todavía el animal no está rematado, ¿por qué no recurrir, con toda la presteza y discreción del mundo, a la bala cautiva? Intuyo ya la indignación de muchos aficionados y sus gritos al cielo. ¡Es repugnante introducir en el ruedo un instrumento de matadero! ¿Acaso la puntilla no perteneció a esta realidad hasta tiempos recientes, con la diferencia de que entonces los profesionales tenían la formación para que este puñal se emplee de forma muy certera? Algunos de ellos terminaron ejerciendo como puntilleros de plaza, función desgraciadamente en desuso en casi todas ellas, por mezquinas consideraciones económicas. Muchos recuerdan al añorado y admirado Agapito Rodríguez, puntillero de Las Ventas, que no fallaba, y que se hizo famoso una tarde de 1981 por apuntillar al primer intento, desde un burladero, cara a cara, a un toro de Hernández Plá devuelto al corral, que no seguía a los cabestros y estaba de pie. Es posible que sea él quien, en buena parte, infundiera a los terceros de cuadrilla el deseo de imitarle, apuntillando al toro echado, haciéndolo de frente, buscando en vez de eficacia un lucimiento fuera de lugar ante un toro moribundo, y que con este recuerdo el público, ahora, exija que se siga apuntillando por delante, en nombre de la tradición y de «la lealtad de la lidia». Pero ¿de qué lealtad y, repito, de qué tauromaquia se trata cuando el animal está echado y en el último trance de su agonía? Y, si hay que aferrarse a la tradición, entonces, volvamos a ella, a los tiempos de Joselito, cuando el matador se situaba frente al toro, fijándolo con la muleta, mientras el cachetero cumplía con su oficio por detrás, como se hace hoy en día en México y otros países, con mucho más acierto que en las plazas de España. La razón, la explica Julio Fernández Sanz, investigador y veterinario, que colabora con el maestro Manuel Sales en la mejora de los útiles del toreo. Existen dos agujeros para aplicar la puntilla. Uno es el atlanto-axial (C1-C2), sólo accesible para el descabello o la puntilla dados de frente, y el otro es el atlanto-occipital sólo accesible por detrás, siendo éste el lugar tradicional para aplicar la puntilla y el lugar de elección para conseguir el remate final. También son interesantes las mejoras que están proponiendo en espada, descabello y puntilla, y las respectivas recomendaciones de uso para aumentar su eficacia. En resumidas cuentas, si no se admiten otras opciones, es urgente volver a apuntillar llegando al toro por detrás. A lo mejor eso implica un reciclaje de algunos subalternos, y una educación por parte del público para que no caiga en la cursilería o en el estereotipo de exigir que se apuntille cara a cara.
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Esa reforma urgente, como las otras posibles, no precisa cambiar los reglamentos. Restituye todo el sentido de la muerte del toro en el ruedo, sin emborronar ese rito por un episodio deleznable. Es mucho menos radical que la de 1928 que introdujo el peto para los caballos y que, ésa sí, cambió rotundamente el rumbo de la Fiesta. Cada reforma, que toma en cuenta el sentir de las nuevas generaciones sin afectar la esencia de la tauromaquia, es deseable y legítima. ¡Por favor, que se mueva el sector!
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