SAN ISIDRO
La corrida más rara e intensa del mundo: del milagro de Cayetano a las dos caras de Roca Rey
Después de que el primer toro arrastrase a Cayetano durante segundo eternos y espacio infinito, Roca Rey cuaja una soberbia faena al mejor toro, pero la tardanza en morir y el descabello le privan del triunfo; luego, en el quinto, se anota tres absurdos avisos en la tarde en la que la digna confirmación de Jorge Martínez pasó inadvertida
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Cayetano, con la paliza en lo alto y la chaquetilla destrozada tras ser arrastrado por el primer toro
Se mascaba la tragedia. De drama en drama. Qué tensión durante el primer capítulo de la tarde, con un toro del Conde de Mayalde que sembró el terror desde que derribó con estrépito a Juan Melgar y se llevó por delante al confirmante Jorge ... Martínez. Pocos se percataron, en medio de aquel revuelo, de lo bien que anduvo el director de lidia para librar de algo peor al picador. Pero el horror se avecinaba: Estafador, que así se llamaba el encastado y geniudo animal –con muchísimos pies–, arrolló a Cayetano y lo arrastró por la arena en segundos interminables, en metros infinitos. Desde el tendido nadie sabía si el pitón había calado en el pecho, en la espalda, en la pierna o le había arrancado la cabellera y los dientes. Cualquier cosa era posible. Cuando, por fin, se libró del mayalde, todo estaba en su sitio. O eso parecía. Era la mejor noticia: el milagro de que se pusiese en pie cuando revoloteaban los fantasmas de hace cuarenta años, los de la muerte del padre. Orgullo de Paquirri, el del hijo cuya casta bullía bajo la camisa blanca, ya sin la chaquetilla, totalmente desgajada, hecha un siete.
Tras el tercio de banderillas, con mucha exposición por parte de la cuadrilla del confirmante y con Roca a por uvas –más pendiente del toreo de salón que de estar al quite–, Jorge Martínez tenía una señora papeleta delante. Entre la casta y el genio, se revolvía con aires de los de la A coronada. Seria y digna la faena del torero de Totana con un regalito que se fue apagando sin perder la guasa. Aplaudieron a Estafador y silenciaron al matador. Las cosas de las cosas, que diría Rafael.
Pasó Cayetano a la enfermería después de protagonizar una de las escenas más espeluznantes que han visto los ojos venteños en los últimos tiempos. Como para ser inmortalizada por el talento de Albert Serra. De terror y existencia. Porque jugar con la muerte es acercarse a la vida. Completamente magullado, con múltiples contusiones bajo el precioso chaleco nazareno y oro de la sastrería Fermín, recibió al serio y guapo segundo. El madrileño, que ya había tragado el polvo de la plaza en el entrenamiento matinal, volvió a probar el del crudo camino frente al toro de Madrid. Se dolía del cuello –¡como para no dolerse!– por aquella paliza que sintió hasta el público en una intensa y extraña tarde, donde hubo de todo, como la dimensión abismal de Roca sin triunfo numérico y la de la bronca y los tres avisos al pasotismo mientras doblaba el mortecino toro. Pero estábamos con Cayetano y ese segundo, al que zurraron en varas. A punta de capote se lo llevó Rafael Rosa hasta el 5 y allá que se fue el matador tras el brindis. De hinojos se plantó, entre el 5 y el 6, con toda la raza Rivera. Y de nuevo el corazón se estremeció y los «¡ay!» crecieron: al segundo rodillazo, Entrador lo buscó y tuvo que tirarse literalmente al callejón. Se dobló entonces con el mayalde y citó con la zurda con un silencio que navegaba entre la expectación y el respeto. Ojo, ese hombre vivía de milagro para contarlo. Para estar ahí delante otra vez. Molido, hizo un esfuerzo, con una fragilidad de la técnica torera dentro de su innegable raza. La que le hacía superar el percance. Y la misma que le hizo salir a matar al inmenso último después de que se corriese turno. Con un cañón de espada remató Cayetano a Atrevido –qué bello bautismo–, un animal que acusó su tonelaje.
Roca Rey, en el cierre por bernadinas al tercero
El mejor ejemplar del sexteto fue Abonador, una pintura castaña bragada con la que Roca Rey firmó una faena soberbia. Inconmensurable desde esa apertura por estatuarios, engarzados a una espaldina, un pase de pecho, otro por detrás, el molinete invertido y un pectoral que levantó un «oooohhh» de admiración. Si, como contaba Fernando Bermejo, a Rüdiger le pareció que la terna del Puerto tenía «unos huevos muy grandes», el defensa alemán concluiría que los de King Roca son estratosféricos y los 'eier' adquirirían la categoría de 'bälle' (cojones). Bárbaro prólogo, pero no sólo. El peruano toreó de verdad. Con aplomo, largura y poderío. Asentadísimo, crujió al buen Abonador ya en aquella serie de los albores de cuatro y el de pecho.
Mientras el Cóndor daba el toque preciso y bajaba las dominadoras telas, la plaza, cómo no, se dividió. Con más partidarios que detractores, que hacían mucho ruido y gritaban como esos que apuestan a ver quién la tiene más grande. La voz, digo. Cuando pasó a la zurda, el toro se le coló con feo estilo, pero el Rey de la taquilla buscó la colocación y lo sometió en dos naturales de escalofrío. Más intenso fue el regreso a la derecha, encajado y crujiendo al mayalde. Uno que pegaría un respingo con el carretón soltó que el toro se le iba sin torear, mientras el del Perú se ajustaba por bernadinas antes del espadazo. Pero el castaño se tragó la muerte, tardó en descabellar y cambió una oreja de ley por dos avisos y una ovación después de que el palco no estimase suficiente la petición.
Tras el ciclón peruano, la esperanzadora –pero larga– actuación del confirmante pasó inadvertida. El gentío aguardaba la hora de Roca, pero en el quinto, un manso con el que la cuadrilla pegó un petardo en una desordenadísima lidia, sonaron los tres recados mientras moría el complejo animal. Entre dos aguas se vivió una labor que no levantó el vuelo y que suscitó una sonora bronca, calmada cuando salió del hule Cayetano.
Feria de San Isidro
- Monumental de las Ventas. Viernes, 24 de mayo de 2024. Decimotercera corrida. Cartel de 'No hay billetes'. Toros de Conde de Mayalde, de muy buena presencia en conjunto dentro de la desigualdad y de juego dispar; destacaron 3º y 4º.
- Cayetano, de nazareno y oro. Estocada trasera y descabello (saludos). En el sexto, estocada
- Roca Rey, de azul azafata y oro. Estocada y descabello (petición y ovación tras dos avisos). En el quinto, tres pinchazos y estocada baja (bronca tras tres avisos
- Jorge Martínez, de blanco y oro. Estocada desprendida (silencio). En el cuarto, pinchazo y estocada (silencio tras aviso).
Qué tarde más intensa y enrarecida. Y de corazones agitados. Porque arrancó accidentada antes de que pintaran las rayas. Una caída de órdago sufrió Sara, la simpática vendedora de almendras, encima de toriles. Sin mirarse se levantó, sin importarle los golpes, con una única preocupación: «Qué va a decir mi jefe». «Qué va a decir mi jefe», debería pensar la cuadrilla de la primera figura. Algo tendrá que decirles Roca, el primer torero en agotar el papel, el de la máxima autoridad en el ruedo y al que todos vinieron a ver. Aunque luego algunos no quisieran verlo.