Modernizar la Fiesta de los toros
Se puede y se debe poner al día muchísimas cosas, manteniendo lo esencial del rito: un hombre que se enfrenta a una fiera terrible, logra dominarla y crear belleza

Con frecuencia escucho y leo que se debe modernizar la Fiesta para atraer a nuevos públicos. Opino que, para lograr esto, lo esencial es ofrecer espectáculos atractivos, emocionantes; con un toro íntegro, encastado; con rivalidad de toreros; a precios moderados. También, que la televisión pública, ... en abierto, vuelva a emitir corridas de las principales Ferias, como antes hacía.
Además de todo eso, ¿qué habría que modernizar? El sentido común lo aclara. Se puede y se debe poner al día muchísimas cosas, manteniendo lo esencial del rito: un hombre que se enfrenta a una fiera terrible, logra dominarla y crear belleza. Es lo propio de todas las artes: se basan en una imprescindible técnica y la trascienden, para expresar la personalidad del artista.
Se equivocan radicalmente los que defienden que, para modernizar la Fiesta, hay que lidiar toros con menos casta, reducir la exigencia, aplaudir las suertes vistosas más que las fundamentales, multiplicar los trofeos. Eso supondría banalizar la Fiesta, abaratarla, convertirla en un espectáculo 'light'.
No tendría sentido que el toro no muriera en la plaza, como sucede en Portugal. Eso le quitaría grandeza trágica al rito y no salvaría la vida del toro, al que sacrificarían vergonzantemente en los chiqueros. Sí me parece conveniente, en cambio, alguna reforma para adecuar la lidia al público actual.
La suerte de varas es muy importante y, si se hace bien, muy hermosa. (He vivido con emoción cómo la gran banda de Sevilla le tocó la música a un toro por su bravura, en el caballo). Pero, antes del peto, se producían escenas que una sensibilidad actual no toleraría.
Por ejemplo, en el descabello (una suerte menor, de matarife, aunque Roberto Domínguez la practicara con arte). Muchos espectadores actuales se horrorizan viendo siete, ocho, trece descabellos: una escabechina que a ningún aficionado puede gustarle. Se impone una reforma que evite esas escenas crueles, innecesarias.
Una solución sería limitar el número de intentos de descabello. (Y, quizá, de pinchazos). Para eso, haría falta un consenso de profesionales y aficionados, en todas las comunidades autónomas, para reformar el reglamento: hoy, por hoy, una utopía. Mis acompañantes seguirán horrorizándose ante un innecesario espectáculo sangriento. ¿Hasta cuándo?
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